Charry Lara, Bernardo

Reseña biográfica

Poeta y ensayista colombiano nacido en Bogotá en 1920.

Doctor en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Colombia, fue director de la Radiodifusora Nacional de Colombia y del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Nacional, miembro del consejo de redacción de las revistas literarias Mito, Eco y Golpe de Dados y colaborador de diversas publicaciones literarias de Colombia y del exterior. Fue miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo.

La poesía de Silva, Aleixandre, Cernuda, y Baudelaire, le sirvió como base para convertirse en uno de los primeros poetas colombianos que incursionó en el campo surrealista.

En el año 2000 ganó el Premio Nacional de Poesía José Asunción Silva en Bogotá, y en el año 2003, la Universidad de Antioquia le otorgó el Premio Nacional de Poesía “por reconocimiento” a su obra.

De su obra poética se destacan: «Poemas» en 1944, «Nocturnos y otros sueños» en 1949, «Los adioses» en 1963, «Pensamientos del amante» en 1981, y «Llama de amor viva» en 1986, considerada su mejor producción.

Falleció en U.S.A. en el año 2004.

A la poesía

Al soñar tu imagen,

bajo la luna sombría, el adolescente

de entonces hallaba

el desierto y la sed de su pecho.

Remoto fuego de resplandor helado,

llama donde palidece la agonía,

entre glaciales nubes enemigas

te imaginaba y era

como se sueña a la muerte mientras se vive.

Todo siendo, sin embargo, tan íntimo.

Apenas una habitación,

apenas el roce de un ala o un amor que atravesase noches,

con pausado vuelo lánguido,

con solamente el ruido, el resbalar

de la lluvia sobre dormidos hombros adorados.

Sí, dime de dónde llegabas, sueño o fantasma,

hasta mi propia sombra, dulce, tenaz, al lado.

Así asomas ahora,

silenciosa,

tal entre los recuerdos

el cuerpo amado avanza

y al despertar, a la orilla del lecho,

entre olvido y años,

al entreabrir los ojos a su deslumbramiento,

hoy es sólo

la gracia melancólica que huye,

invisible hermosura de otro tiempo.

No existe sino un día, un solo día,

existe un único día inextinguible,

lento taladro sin fin royendo sombras:

¡No soy aquel ni el otro,

y ayer ni ahora soy como soñaba!

Qué turbadora memoria recobrarte,

adorar de nuevo tu voracidad,

repasar la mano por tu cabellera en desorden,

brazo que ciñe una cintura en la oscuridad silenciosa.

Ser otra vez tú misma,

salobre respuesta casi sin palabras,

surgida de la noche

con tristes sonidos, rocas, lamentos arrancados del mar.

Tú sola, lunar y solar astro fugitivo,

contemplas perder al hombre su batalla

mas tú sola, secreta amante,

puedes compensarle su derrota con tu delirio.

Míralo por la tierra vagar a través de su tiniebla:

crúzalo con la espada de tu relámpago,

condúcelo a tu estación nocturna,

enajénalo con tu amor y tu desdén.

Y luego, en tu desnudez eterna,

abandóname tu cuerpo

y haz que sienta tibio tu labio cerca de mi beso,

para que otra vez, despierto entre los hombres,

te recuerde.

De “Los adioses” 1963

Al ausente

Recuerdo de Jorge Gaitán Durán

Si tu desnudo gesto inmóvil

si tu rostro que estalló de pronto ante un espejo

Si tu voz mutilada por el árbol por la nube

Si tu paso callado por un sótano

Una obstinada selva carnicera

Piedras y hojas de inútil rocío

y sigo sigo despierto pensando

Silencio ahora duermes

Ahora eres

Un puñado de estrellas y de madrugadas

La lenta noche del mar vaga por la memoria

La alucinación de cuerpos y fiestas lejanas

El herido cansancio del oleaje a la espalda

La víspera de Colombia en el entresueño

El amor y el hastío el deseo indolente

La respiración el perfume de un pecho a oscuras

El labio adolescente que miras entre lunas

La palidez de los objetos a tu alrededor

El golpe del trueno en olas en espumas en rocas

No escuchas callas es más sordo el silencio

Está más cerca el silencio

Ya adviertes la tormenta los relámpagos

Entresacas otro huracán de tus recuerdos

Ronco de sombras y vientos yagonías

Si nunca aquella errante ráfaga huyendo

Salida del cielo morado a borbotones

Con un ruido de corazón destartalado

Riega el espacio de lágrimas y desperdicios

Es el inasible aullido del insomnio

Es un largo funeral por una calle a solas

Es un sollozo que silba perdido en las esquinas

Como el eco de un grito en una

Imprevista ciudad que sonámbulo:

Vislumbras ves desierta entre pesadillas

Porque inhumano el mundo se niega a ser eterno

Vuelas irrescatable de cenizas

En la medianoche de un bar te despides

Te rodean mutilaciones y senos y maderas

y ya no quieres escuchar

Mas es verdad que ya no me oyes

Y el traje con que andabas por la tarde

Y mujeres encinta llenas de besos

Caen también con precipitación

Desplomándose en estrechos invisibles corredores

Quedan la lluvia la conversación los recuerdos

Si no hubiese sido montaña sino mar sino llanura

Aquel que en mitad del camino de la noche

Buscando palabras el infinito tiempo medía

Sin olvidar la muerte al lado

Repentinamente entrado a su muerte

En el vértigo el asombro instantáneo del vacío

Palpando en el espacio tanta inmovilidad

Ahora te sé de aire y noche y nada

Eres tú el mismo que vivía

El mismo que regresaba

O era yo o era otro

O éramos me repito nuestros amigos

Estuvimos uno a uno al amanecer en Pointe a Pitre

O pudo no haber sido nadie sino

El sueño de algún huésped de mi memoria

Apenas los cabellos apenas el alba caída

En el vestido

Entre escombros inerte sin luz deshabitado

¿Qué raíces qué miradas lentamente

Despiertan junto a un cuerpo

Silenciosas y frías para reconocerlo?

De “Los adioses” 1963

Blanca taciturna

Qué día de silencio enamorado

vive en mi gesto vago y en mi frente.

Qué día de nostalgia suavemente

solloza amor al corazón cansado.

Alta, dulce, distante, se ha callado

tu nombre en mi voz fiel, pero presente

su turbia luz mi soledad lo siente

en todo lo que existe y ha soñado.

En la tarde vagando, voluptuoso

de horizontes sin fin, la lejanía

me envuelve en tu recuerdo silencioso.

Claros cabellos, cuerpo, ojos lejanos,

pálidos hombros. Oh, si en este día

tuviera yo tu mano entre mis manos.

Ciudad

Por el aire se escucha el alarido, el eco, la distancia.

Alguien con el viento cruza por las esquinas y es un

instante

su mirada como puñal que arañara la sombra.

Desde el desvelo se oyen sus pisadas alejarse en secreto

por la calle desierta tras un grito.

Una mujer o nave o nube por la noche desliza como río.

Junto al agua taciturna de los pasos

nadie le observa el rostro, su perfil helado

frente al silencio blanco del muro.

(Por el mar bajo la luna su navegación no sería

tan lenta y pálida,

como por los andenes, ondulante,

su clara forma en olas

avanza y retrocede.

Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra:

no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora

entre repentinos amantes y porteros

su desnudo deslumbra bajo manos y manos

y despierta soñoliento en un

apagado movimiento

mientras a la memoria

acuden en desorden lamentos.

En la oscuridad son relámpagos

la humedad en llamas de esos ojos

de oculta fiera sorprendida,

y algo instantáneo brilla,

la rebeldía del ángel súbito

y su desaparición en la tiniebla).

La noche, la plaza, la desolación

de la columna esbelta contra el tiempo.

Entonces, un ruido agudo y subterráneo

desgarra el silencio

de rieles por donde coches pesados de sueño

viajan hacia las estaciones del Infierno.

Duermevela el reloj, su campanada el aire rasga claro.

En el desierto de las oficinas, en patios,

en pabellones de enronquecida luz sombría,

el silencio con la luna crece

y, no por jardines, se estaciona en bocinas,

en talleres, en bares,

en cansados salones de mujeres solas,

hasta cuando, como con fatiga,

la sombra se desvanece en sombra más espesa.

Desde la fiebre en círculos de cielos rasos,

oh triste vagabundo entre nubes de piedra,

el sonámbulo arrastra su delirio por las aceras.

El viento corre tras devastaciones y vacíos,

resbala oculto tal navaja que unos dedos acarician,

retrocede ante el sueño erguido de las torres,

inunda desordenadamente calles como un mar en derrota.

Siguen por avenidas sus alas, su vuelo lúgubre por

suburbios:

se ahonda la eternidad de un solo instante

y por el aire resuena el alarido, el eco, la distancia.

Muerte y vida avanzan

por entre aquella oscura invasión de fantasmas.

Los cuerpos son uniformemente silenciosos y caídos.

Un cuerpo muere, más otro dulce y tibio cuerpo apenas

duerme

y la respiración ardiente de su piel

estremece en el lecho al solitario,

llegándole en aromas desde lejos, desde un bosque

de jóvenes y nocturnas vegetaciones.

De “Los adioses” 1963

Como la ola

Con llegada de espuma hasta la playa triste,

oscura ola de esplendor lunar extendido,

tú cruzas, tú cruzas

con remoto ardor despertando mi beso

en el mar delirante de la noche.

En fuga siempre, llena de reflejos,

reconstruyendo a solas lo amargo y lo distante,

o recostada un poco a la luz de los crepúsculos,

así mejor dibujo la melancolía de su retrato:

junto al piano, a la ventana

de irrespirables sueños, a la música de súbito callada,

esperando una voz que llega como el eco a las zonas

desiertas.

Nocturna entonces,

como la piel,

como lo profundo de los besos,

como la noche de los árboles,

como el amor sería junto a su cabellera.

Luego, sin sonido,

espuma silenciosa tras la sombra,

entre el rumor apagado de los pasos,

desnuda huyes, pálida ola,

no se te reconoce.

El exilio

El hombre entristecido mira

caer vehemente la luz a su ventana:

distraído contempla la distancia

de espumas como olas, lejanías.

Leves despiertan a su nostalgia

los reflejos de otros días,

y es ocio y congoja de una tarde

por gracia de este cielo,

que a su imagen

es mar azul, playas doradas, islas,

regresar desde la claridad de unas nubes

en el desmayo ávido del instante

hacia la antigua soledad remota.

Mas no puede la frente melancólica

soñar con esperanza sus recuerdos.

Volver a la tierra perdida

sería también deslumbramiento amargo:

un sol ajeno se levanta

como espada en mano enemiga.

Y su deseo es apenas

la pasión lánguida de la adolescencia en olvido,

un indolente jardín o una calle,

su deseo es apenas un aire,

si nocturno, de borrosas estrellas,

si de fulgor o nieve,

si de sol sangriento en el ocaso.

Sin testigo,

la obscuridad del rostro en los cristales,

bajo la luz que anochece punzante a la ventana

sus miradas entonces se obstinan,

frías, tenaces de silencio,

más allá,

entre vagas nubes o mares.

Puñal siempre en el pecho es la memoria.

Callar consuelo ha sido.

Mejor será

morir secretamente a solas.

De “Los adioses” 1963

El lago

By the waters of Leman I sat down and wept

T. S. Eliot

Érase entre la luz de la mañana

Alta y desierta nube de otro tiempo

Me mirabas llegar desconocido

Aire írio cristal pálido día

Llovía luego un agua verde entre el paisaje

Un agua azul y plata por el lago

Un agua ronca con sollozo a mares

Despedazándose rota en ventanales

Me veías llegar desconocido me veías

Amante que perdió su memoria el rostro amado

Me veías ráfaga de huracanadas

Olas de luz y viento y tempestades

Dejabas penetrado de relámpagos

Al extranjero corazón a oscuras

La ciudad que rodea de verdor el lago

Cuando a la hora última la tarde

Dejabas tu desolación en las esquinas

Cuerpo insinuándose al recuerdo

Dejabas tus sedosas violetas esparcidas

El mundo extraño apenas prodigando

Leves fulgores perlas por el aire

Frágil contra la sombra el muro el árbol

La viuda cabellera de las luces

De noche tiernas lunas

Sobre los pavimentos y las lluvias

Cuando eres tú y a tu lado impalpable

Una joven cintura entredormida

O femenino cráter insospechado ardiendo

Ebrio de tristes pasos cuando el eco

Por soledades vagas como espejos

Como calles por nadie nunca recorridas

Que hace más años tú ya presentías

Ser el desconocido

De súbito al encuentro

El rugido del viento en las orillas

Ecos de ahogados flotan sordamente en insomnio

La oscuridad el cielo inmóvil

Las aguas que noche y día son tu pensamiento

Lago tal corazón desbordado

Bajo la madrugada sollozando

A solas su imagen tan desierta

Un momento le creíste

palpitación o llamarada

Como tú

De amor y luz y tiempo ausentes

Contemplar aún su claro pecho irisado

Mientras la vastedad del agua amaneciendo

Lago era entonces sin furor

Invisible al deseo

Cuello jazmín apenas

Solitario de silenciosa blancura

Muslos apenas grises de nácares helados

Alejándose entonces la presencia y el sueño

Borrando al alba en cansancio su latir obstinado

Llegar por fin a ti la vida en secreto

La vida ahora que asoma entre tus labios

Tus mudos labios volviendo a tu vida

Aquel desconocido

De siempre a tu encuentro

El cuerpo del pensamiento de ti mismo

Aquel

Amante que perdió su memoria el rostro amado

Huésped del laberinto y la nada.

El verso llega de noche

En la ciudad de bruma la fiesta

de las noches es un bosque

de cabelleras oscuras y de estrellas.

Turbándome con sus pálidos dedos de rocío

como entre los amantes sorpresivas palabras,

su silencio enloquece las plazas solitarias,

las calles, los ámbitos callados

por donde pasa el aire misterioso de siempre.

Es el rumor, las alas

como ala anochecer la sombra

de una cabellera en las manos.

Es el rumor vagando entre vientos,

entre lúgubres vientos

en que sollozan luces

y espejos de la ciudad nocturna.

Es el rumor, las sílabas

que nacen y llevan una canción

al corazón que sueña,

una canción, las sílabas

creciendo en medio de la niebla

o tal flor desnuda bajo la lluvia,

(nunca hemos amado tanto, nadie

sabrá decir que hemos amado tanto

en una noche.

En nuestro corazón resuenan los horizontes

y resuena también la vecindad de la tierra.)

El verso silencioso fue en la noche,

el verso claro fue el instinto

bajo ruda corteza o piel amarga.

El verso, palabras ceñían los cuerpos

delgados de las mujeres,

sus claros cuerpos bajo la luna

suspendidos en la música,

sílabas ceñían sus cuerpos

como voces ardientes, como llamas.

En un árbol de lluvia que gime al viento

sus canciones,

sube la sangre en río sollozando ligera

y soporto encendida la tristeza de un grito

largamente tendido en medio de la noche.

De la noche sedienta, de la innúmera noche,

de la noche que guarda

los deseos como sombras,

de las dolorosas, mudas sombras amadas,

sombras de los deseos

sombras de un antiguo amargo silencio.

Amargo, sí, errante silencio en que no queda

sino el poema en la noche,

como recuerdo herido por el filo de un beso.

Fantasma

Esbelta sombra dulce, sombra con ademán de entrega,

cuerpo en forma de cielo y sueño, reposas en el aire,

rompes el silencio con el corazón a borbotones,

pero me dejas en suspenso, extraña.

sólo palpitación, sólo deseo,

hallazgo imprevisto de mi destino ignorado.

Como distancia enlunada y desierta,

así de soledad y palidez te imagino, así

te construye mi pensamiento, me llegas, te amo.

Lo impenetrable de mi ser creas a tu imagen misma,

mas sólo existes

en el temblor y fascinación ante tu llamarada oscura,

en esta nube en desvelo o cárcel solitaria de mi frente,

y en el recuerdo también

de aquel salón con alas en que duerme el hermano muerto

y un vuelo repentino esas alas, esa ráfaga fría.

Yo no sé descender sino a ti misma, viva,

sin hallar jamás la huella bajo tus pies de otra música

sino solamente el trote,

la desesperación de desencadenados caballos nocturnos.

¿Es sólo un lamento que huye

ese cuerpo tuyo por el que sueño y muero?

¿La luz que te ciñe y persigue

en esa sombra por la que vaga desierta mi caricia?

Sin embargo tu desnuda sombra es dulce,

fantasma, como yo, ¡de polvo y nostalgia!

y si aparte de esta avidez en llamas

fueras leve criatura al lado,

junto a ti el aire a tu paso como ángeles serían blancas, blandas espadas,

un diluvio, a lo lejos, un caer de invisibles, inmóviles relámpagos.

Yo no sé, yo no sé por qué mi mano anhelante,

por qué la obstinación de mi mano como un mar de noche y sin reposo,

no te encuentra finalmente, o mi beso, al rozar esta sombra,

al contemplarte a solas, oh tú creada de pensamiento mío,

si no en el atardecer de un desdeñoso juego de espejos,

rodeada por la música del día y soles y avenidas,

pero de pronto la evidencia

de no ser ni haber sido,

de no ser silencio,

solamente vacío.

De “Los adioses” 1963

Jardín nocturno

La mancha del cielo azul, sombras de árboles, sombras de nubes,

y alrededor muros, ruinas, piedras que en el silencio

son frío, si la mano, si el pensamiento las roza.

De noche, retraído y apasionado,

contemplar desde allí lo lejano.

Olvidado de sí, hambriento del mundo,

vagar entre luces, ciudades, veranos. Mas luego como

cuando uno, sin saberlo,

extiende por mares su corazón

y regresa al solo sitio en que sueña:

ha pasado

el tiempo, y sin embargo

está el fulgor lunar sobre la vida. Así ilumina,

así entristece viril

al hombre la soledad de su delirio.

De “Los adioses” 1963

Llanura de Tuluá

Al borde del camino, los dos cuerpos

uno junto del otro,

desde lejos parecen amarse.

Un hombre y una muchacha, delgadas

formas cálidas

tendidas en la hierba, devorándose.

Estrechamente enlazando sus cinturas

aquellos brazos jóvenes,

se piensa:

soñarán entregadas sus dos bocas,

sus silencios, sus manos, sus miradas.

Mas no hay beso, sino el viento

sino el aire

seco del verano sin movimiento.

Uno junto del otro están caídos,

muertos,

al borde del camino, los dos cuerpos.

Debieron ser esbeltas sus dos sombras

de languidez

adorándose en la tarde.

Y debieron ser terribles sus dos rostros

frente a las

amenazas y relámpagos.

Son cuerpos que son piedra, que son nada,

son cuerpos de mentira, mutilados,

de su suerte ignorantes, de su muerte,

y ahora, ya de cerca contemplados,

ocasión de voraces negras aves.

De “Los adioses” 1963

Llegar en silencio

Despierto en la noche lleno de palabras

como envuelta entre las llamas de la música

se levanta una casa en la distancia.

Un perfume hay, un valle de silencio,

un lento roce o beso se aproximan, callando,

si llega el delirio, el fulgor solitario del insomnio.

Quiero entonces una silenciosa figura humana,

quiero un rostro hasta mí llegar, quedarse lento,

quiero unas manos, un pecho, unos devoradores labios,

todo lo que un nocturno cuerpo nos entrega.

Hasta mi habitación podría llegar

con un paso de ola o lenta nave,

prolongado el deseo, espina de las noches.

Extendería entre los terciopelos húmedos de los besos

sus cálidos brazos,

hasta no ser sino un cuerpo

abandonado calladamente sobre otro.

Hasta morir así, hasta juntar los labios, los pasos

que con los pasos míos

recorren, como también el viento de la noche,

desiertos corredores donde se oye

llorar el escondido amor entre las sombras.

Madrugada

Ciudad de los adioses, invernal, cilo gris

donde la hora impalpable amanece

con un monótono color ya repetido.

Hay quien intenta, junto a los muros

de sus turbias esquinas silenciosas,

descubrir la hermosura secreta por el aire

ante la madrugada en el recuerdo

de un día que no ha sido.

Así, un momento, ligera, alada

te vi en embeleso cruzar.

Déja que la memoria reviva en llamas.

Ahora, mientras mi mano escribe,

o entonces, cuando

el amanecer sobre tu imagen era

no si de realidad o beso, sino de luz, sino de sueño.

Si en otra lívida alborada atravesaras

un nuevo escalofrío,

si regresaras en otra claridad desierta,

tú misma, cuerpo o ráfaga desnuda

de otro espacio no mío, cálido y solar.

Borrosas calles y llovizna oscura.

Nada sino mi sed, mi desvelo,

nadie sino la voz del entresueño,

nada, final, sino

un eterno encantamiento frío:

terror que lentamente

se entreabre, gesto, belleza cruel

que pasa apenas, fugitiva, sólo al lado un instante,

por entre los adioses,

oh tánta luz en nubes de otro invisible mundo.

De “Los adioses” 1963

Olvido

Los días que uno tras otro son la vida…

Aurelio Arturo

La trémula sombra ya te cubre.

Sólo existe el olvido,

Desnudo,

Frío corazón deshabitado.

Y ya nada son en ti las horas

Las taciturnas horas que son tu vida.

Ni siquiera como ceniza

Oculta que trajeran

Los transparentes

Silencios de un recuerdo.

Nada. Ni el crepúsculo te envuelve,

Ni la tarde te llena de viajes,

Ni la noche conmueve tu obstinada

Nostalgia del amor, cuando

Una tácita doncella surge de la sombra.

Oh corazón, cielo deshabitado de los sueños.

Pensamientos del amante

Ya que la intimidad la noche la criatura

El hombre que la sueña y al sol con sangre de

la tarde

Cuando por corredores de azulada piedra

Los pasos que ahora esperas

En vasto espacio enardeciendo callan

(Es más hondo el amor que nadie nombra

Más amarga la desdicha de un espejo

Cuando de pronto lo empaña el lento vaho

De una tristeza a lo lejos de alguien

Que ignorado cruza errante el vacío)

El arco de las cejas encendiéndose

La multitud del oro los hombros en reposo

Un río subterráneo entre su pecho

Los muslos firmemente dueños de la tierra

La mirada que en un duelo trémula estallaba

Vencida por el tiempo la esperanza

Un caminar perpetuo entre la lluvia

Una ciudad de nubes y agonías

Contra todo y sin fin seguirte siempre

Oh roce frío de invisible llama

(¿Por qué retrocedías y callabas

Te pensabas temblando como un niño

Lamento entrecortado en tu garganta

Devorado en la red de una tiniebla

Entristecido por tu propio sueño?)

Luego por yertas calles la alborada

Trajo al azar indescifrable un rostro

Rubio fulgor y el frágil embeleso

De en otro paraíso hallarte vivo

Lejos del sol occidental ensangrentado

Mas te persiguen la sed y el pensamiento

La ausencia te la invade sólo un cuerpo

Ese convulso perfil del deseo volando

Hacia nubes donde son verdes los ojos

Donde implacables son verdes aún y sombríos

Confusos giran grises en sucesión los días

Pálidos de lloviznas e incertidumbres

Cuando junto al anochecer existes

Con penumbra de seres a tu alrededor

Su desdeñosa sordera impenetrable

Enrojece delira Bogotá como un incendio

La multiplicidad de luces gentes bullicios

Luego el aire nocturno abriendo lunas

Y escondido en lo oculto de un afán

Oh tú que ignorada rodeas y estrechas y amas.

(Sólo dentro de tu corazón pasan las cosas

Solamente oyes una ronca bocina por tu sangre

El tiempo acumulándose en cenizas

Vuelves a mirar las luces en el atardecer

en la noche te adormecen otra vez mudos labios)

Cuerpo que no camina sino

Por constelaciones de incandescente destierro

Trae tus pies acostumbrados a la aurora

A pisar esta isla de nadie esta puerta

Donde el amor golpea con fantasmas.

(No es el sueño sino somos nosotros

Como el destino es áspero y contrario

La desierta esperanza sin sustento

En duermevela fluyen días y pensamientos

Cadáveres de sol y lluvia en la memoria)

Tras sigilosos pasos voces ecos

Eterna eterna ven

Gestos callando sombra que sospecha el aire

Pero al desvanecerse de nuevo tus huellas

Como al final el cuerpo será noche

Otra vez insondable tu luz fuera del tiempo

Testimonio

Eran vísperas del crimen el empedrado,

la tarde,

el sol caído violentamente hacia el oeste,

cuando, desde balcón a la plaza,

vaías

negros jinetes cruzar.

Remotos, pálidos, silenciosos,

iban

en lento paso morado,

en procesión de monstruos fugitivos,

y su vacilación el sitio a donde

llevar duelo.

Cayendo crepúsculo a sus alrededor,

con pisadas secas,

con aturdimiento, entre el polvo,

podías creerles

sonámbulos que cruzaran con cuchillos

su sombra.

Los recuerdas, arroces de frío

y de noche, caer

sobre frágiles chozas

entregadas

como el desnudo de sus vírgenes,

quebrar cuerpos, manchar de sangre muros

y luego perderse,

tigres sin pesadillas,

tras el aullido del aire y los muertos.

En todo lugar la huella solitaria:

los harapos, el filo de sus dientes, la tiniebla.

De “Los adioses” 1963

Versos del anochecer

Cuando la nube del anochecer definitivamente se borra

oyes girar

leves árboles verdes por la espesura

de hojas que son lentas respiraciones amorosas.

El aire como vaga sucesión de montañas

que de noche confunden con su peso

tibias lámparas encendidas por no se sabe

qué mano dulce resbalada en la sombra.

Cuando a solas el anochecer te cerca

amor a la ventana de amante solitario

navega soñolienta la nube por la frente,

visos de luz, brisa, presencia insistente

que existe, ya sin cuerpo, desnuda en la memoria.

Cuando hacia el anochecer hubieras querido

en triste cansancio, ser otro,

ser una nueva imagen distinta de ti mismo,

volvería del tiempo pasado, su cielo,

la mariposa sonámbula que viva aletea

dentro del pecho, tuya, sin fin,

aunque en vano, callando, la destierres.

De “Los adioses” 1963

Viajero

La extrañeza del lugar aunque

lo imaginaba. Lo interminable del instante

y lo áspero. Un comedor vasto como el hastío,

Mas aquí, en reposo,

el mudo mantel, el atardecer

junto a la sombra

de los recuerdos en el rostro.

Obstinada la hora

le encierra, solitario, y al hermano

que llora bajo sus pensamientos.

Un sitio siempre ajeno como el amor, un lento salón

que a los fantasmas del viaje, en bandadas,

aparece de súbito con lámparas y memorias.

Conversaciones, alas, palabras apenas,

rumor en tomo. Una cucharada

a los labios con un remordimiento

y sobre la mesa, inmóvil, desconocida;

la silenciosa blancura de sus manos.

Quisiera despertar de entre los muertos

mientras la hora sórdidamente huye.

Lo piensa mientras a su alrededor

la mosca del sueño, el periódico,

el volumen ardiente de una falda,

no importa,

qué cuerpos o miradas, la tenaz

ola de melancolía también

les llega,

y en procesiones nocturnas

los huéspedes no duermen sino avanzan

con equipajes, entre espejos y blancos uniformes,

sonrientes, solos, sonámbulos,

por carrileras, a pie, enlunados,

al subterráneo final de los trenes sin nadie.

De “Los adioses” 1963