Castro, Eugenio de

Eugenio de Castro (Portugal 1869 – 1944)

Reseña biográfica

Poeta portugués nacido en Coimbra en 1869.

Obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Letras por la Universidad de Coimbra. Fue profesor universitario, actividad que alternó con el ejercicio periodístico, fundando con Manuel da Silva Gaio la Revista Internacional de Arte que reunía textos de escritores portugueses y extranjeros de la época.

Después de una estadía en Francia, publicó “Oaristas” en 1890 y “Horas” en 1891, obras de corte simbolista que revolucionaron la poesía portuguesa desde el punto de vista formal. Posteriormente su poesía evolucionó hacia el neoclasicismo con obras como “Constança” en 1900, “Canções desta Vida Negra” en 1922, “Cravos de Papel” en 1922, “Descendo a Encosta” en 1924 y “Últimos Versos” en 1938. Falleció en 1944.

Amor verdadero

Tu frialdad agiganta mi deseo

cierro los ojos para no mirarte

y cuando más procuro el esquivarte

más en mis ansias férvidas te veo.

Sobre la huella de tus pies rastreo

sin que logre ni lástima inspirarte

y en esta lucha de sufrir y amarte

alzaré tu desdén como un trofeo

Sé que jamás te arrullaré a mi lado,

pues un rival, cual rey afortunado,

tu juventud a conquistar se lanza

y acrece en tanto mi febril porfía

que es pequeño el amor si en algo fía:

sólo es grande el amor sin esperanza.

Versión de Nicolás Bayona Posada

Camino de Paris

Del sol a los fulgores matutinos,

rumbo a París, atravesando a España,

paró el convoy en aldehuela extraña

que borda un río con sus chopos finos.

Llena el alba florida los caminos…

y yo le digo a aquel que me acompaña:

-«Allí, pastor o cortador de caña,

viviera mansos días cristalinos».

Mas una voz en mi interior murmura:

quiere el lago ser mar y el mar ser fuente;

nuestra vida no es más que un vano empeño

de hallar en lo inestable la ventura;

si vivieses allí, seguramente

que seguir el convoy fuera tu sueño!

Versión de Miguel Rasch-Isla

Crepúsculo

Primera voz

Oh peregrino que estás llorando,

di, ¿por qué lloras?

vente conmigo: reirán cantando

todas las horas.

¡Vente, no tardes! Soy el Amor,

¡quiero dar alas a tus deseos!

En lindas -tazas en flor-

beberás muchos besos hibleos.

Sagramor

¿Besos? …Los besos son fiebres locas,

¡veneno son!

Deshojan rosas sobre las bocas,

pero abren llagas al corazón.

Segunda voz

Aquí está el oro, montes de oro,

¡toma! no llores…

Con los ducados de mi tesoro

tendrás palacios, gemas y flores.

Contempla, ve

cuán rubio el oro, ve cómo esplende…

Sagramor

¿Oro?… ¿Y a qué?

La humana dicha nadie la vende.

Tercera voz

¿Por qué tus quejas desesperadas

y ese sombrío doliente modo?

¡Vamos! haremos lindas jornadas.

Sagramor

Breve es el mundo. Corrillo todo…

Cuarta voz

-Yo soy la Gloria, genio jocundo

de un radioso país solar…

¡Serás el bardo mayor del mundo!

Sagramor

Dicen que el mundo debe acabar.

Quinta voz

Serás un sabio: ¡desde mi estancia

verás en breve todo aclarado!

Sagramor

Si conservase yo mi ignorancia

nunca sería tan desgraciado…

Sexta voz

Yo soy la Muerte conquistadora,

guardo misterios, arcanos vedo…

Sagramor

¡Oh, no me llevas! Andate ahora,

¡me causas miedo!

Séptima voz

Yo soy la Vida. Ya que el morir

te causa miedo, tendrás mil años.

Sagramor

¡Por Dios! Ya basta de atroz sufrir.

¡Los desengaños!

Muchas voces

¡Pide exquisitos, dulces placeres!

¿Ser astro quieres? ¿Ser rey, o qué?

Vamos, responde, ¡dime qué quieres!

Sagramor

No sé… No sé…

Versión de Guillermo Valencia

El peregrino

En el poniente

el esplendor del sol se diluía.

Y un caballero, en un vetusto puente,

meditaba y decía:

-«Judith, Ana y Arminda,

y Lidia, de labios sensuales,

Inés, la rubia linda,

¡todas fueron iguales!»

¡Soñadas alegrías,

ya sois cual secas rosas!

¡Ay! Y en vano mis días, tristes días,

quisieran ser doradas mariposas.

Cansáronme los besos, y el hastío

a mi lado ya veo.

Del desencanto invade mi corazón el frío,

y no he saciado nunca la sed de mi deseo.

El alma traigo envuelta en una túnica

que ha tejido el Cansancio en horas tristes.

¿En dónde estás, si existes?

¿En dónde estás, oh Única?

¡Responde al que te ama!

¿Debo olvidarte como a bien perdido ?

Responde al que en las sombras a ti clama:

¿vives, moriste acaso, o no has nacido?

Y no cruza ninguna mi camino,

princesa rubia, o bella

zagala, sin que diga a mi destino:

¿será ella?

Una niña vi un día

junto a una anciana de cabello cano,

y me dije: ¿ cuál de ellas es la mía?

¿Llegué tarde tal vez?.. ¿Llegué temprano?

Busco el jardín soñado

do sus encantos a la luz se abrieron,

y la llamo… y tal vez pasó a mi lado,

¡y llorosos mis ojos no la vieron!

Cuando creo que nunca he de encontrarte,

¡cómo sufro al pensar, oh dulce amada,

que quizás vives sola y desgraciada,

y que no puedo ir a consolarte!

Murió la primavera; también pasó el estío,

Y viene ya el otoño las hojas arrancando,

y mientras en tu busca voy llorando,

me esperarás llorando, dueño mío.

Y prosigo buscándote rendido,

aunque una voz, en medio de las sombras,

irónica me diga: «¡La que nombras

ni vendrá… ni está muerta… ni ha nacido!»

Al extremo del puente, airosa dama

surge, suelta la rubia cabellera,

y su voz en el viento, pálida rosa, clama:

«Yo soy la que aguardabas. Ven, que mi amor te espera».

El caballero parte…

Traicionero

abismo era ese puente;

y al instante rodaron al torrente

caballo y caballero…

Hervía un mar de sangre en el poniente

mientras de sangre el agua se teñía;

y allá, al extremo del hundido puente,

la Dama reía… reía… reía.

Versión de Ismael Enrique Arciniegas

Epitafio

En la tumba de una doncella

Muchas tardes, detrás de mi ventana,

vi anochecer, con ánimo rendido,

en espera del novio presentido

que vi en mi sueño azul de la mañana.

Con ternura solícita de hermana

tánto esperé que conocí el olvido,

pues si acaso pasó, fue confundido

con todos en la turbia caravana.

Mi cuerpo en flor lo marchitó la muerte…

Fíja, doncel que pasas, los ruiseños

ojos aquí; verás cómo suspiras!

Somos quizás, por saña de la Suerte,

tú acaso el que no ví sino en mis sueños,

y yo talvez la que en tus sueños miras!

Versión de Miguel Rasch-Isla

Las hilanderas

La anciana y la doncella

hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,

ciñe una veste negra,

muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.

La viejecita llora y hace girar el huso;

la niña también hace vibrar el huso, y canta.

Hay en el cielo estrellas. El agua de los pozos

recibe, en su azulosa profundidad, la sacra

comunión de la luna…

-Linda doncella que hilas el lino de mis sábanas

de bodas, hila pronto, doncella, que me esperan

los brazos y los senos turgentes de mi amada…

(Es de cristal el huso pausado de la niña

de ciprés el huso ligero de la anciana).

-Óyeme, viejecilla,

hagas girar con tanta

presteza el huso frágil en que se enreda el lino

sutil de mi mortaja…

Mírame bien: soy joven, amado y venturoso;

tengo una novia blanca

más suave que las flores;

soy bueno. Hay en mi alma

mucho amor por la vida… Reposa, viejecilla,

continuarás mañana.

La aurora.

El agua lenta del río perezoso

por sobre la llanura se aleja, fatigada

de haber andado toda la noche. La abuelita

ya tiene presto el hilo sutil de mi mortaja;

la niña se ha dormido y el huso cantarino,

el huso que giraba

regocijadamente para aprontar el lino

de mis nupciales sábanas,

yace en el suelo, roto,

roto y disperso en una constelación de lágrimas.

Versión de Eduardo Castillo

Lied

Bajo el milagro lírico de un cielo florecido

que rielaba en tus ojos su inefable fulgor,

una noche te dije, quedamente, al oído:

-¡Cuán pequeño es el mundo cerca de nuestro amor!

Juntos permanecimos escuchando el alado

coro de ruiseñores hasta el alba gentil.

Y cuando sollozante partiste de mi lado,

dejaste entre mis manos tu dedal de marfil.

Te alejaste y contigo se fue la primavera.

Todo muere y al cabo murió nuestra pasión.

(Es justo que en el viejo balcón la hiedra muera

y que la hiedra nueva busque el nuevo balcón).

Mas tarde, en el retiro de un gran pinar sombrío

donde en tu desamparo un refugio busqué,

como llegó el invierno, para ahuyentar el frío

con tus cartas de amores hice un auto de fe.

Se alzaron de la tierra las víboras de fuego

y un instante ondularon a la brisa sutil.

Después las llamas fueron extinguiéndose y luego

llené con las cenizas tu dedal de marfil.

Versión de Roberto Liévano

Naranjas y violetas

LIDIA, la dulce novia de mi infancia,

por cuyo amor de mariposa aún gimo,

me envía de naranjas un racimo

con violetas de mística fragancia.

Unas y otras nacieron en la estancia

más íntima del huerto, a cuyo arrimo,

beso entre beso y rimo tras de mimo,

nos amamos con púdica ignorancia.

En estas flores, Lidia, hallo el sabroso

perfume de tus frases, como advierto

en las frutas tu boca de ambrosía,

y así tu amor revive victorioso

en cuanto crece en el rincón del huerto

donde le dimos sepultura un día.

Versión de Miguel Rasch-Isla

Nocturno

Je suis celui au coeur vestu de noir?

Ch. D’Orleans

En la viudez de la alameda

por el árido suelo

pasan hojas secas danzando.

Paisaje vago como el revés de una seda…

eriales que el crepúsculo mulle de terciopelo.

Como princesas despojadas

en la selva por los ladrones,

las encinas acongojadas

que repelen los aquilones,

lloran en coro de aflicciones

yertas, medrosas, erizadas…

Todo en rededor es ceniciento,

es ceniciento…

Unas fuentes llaman a otras…

Como lanzas hostiles al viento

tiemblan las cañas del cañaveral;

y unas fuentes llaman a otras,

como ciegas perdidas entre un pinar;

cual esbeltas emperatrices

bárbaramente destronadas

las encinas acongojadas

rígidas lloran y erizadas…

Se desmoronan sus raíces,

sus almas hieren siete espadas,

reinas que el ábrego cobija,

pobres reinas de herido pecho,

¿de cuál, decidme, será hecho

el lecho angosto de mi hija?

Surge la luna de cabellos blancos…

A su fulgor los montes ciñen doradas fajas…

y se ponen los muertos a secar sus mortajas…

La luna riega sus cabellos blancos.

Por las desiertas avenidas

largas, tristísimas, profundas,

las encinas adoloridas

son como santas moribundas

-Arboles negros cuyo son

viene a espinar mi corazón:

¿cuál con tierna solicitud

servirá para mi ataúd?

Calló el viento… del éter fluye dorado río…

Como una afable, tímida enfermera,

inclínase la luna sobre la cabecera

de las aguas dolientes de un pantano sombrío.

Muerto, cansado de sus giros,

huyó el viento a la soledad;

las encinas acongojadas

ya no lloran, sólo suspiros

dan a la yerta claridad.

-¡Oh sedientas de la mañana!

¡Oh sedientas de luz radiosa!

¿dónde vivirá vuestra hermana,

la que verdecerá en mi fosa?