Castillo, Otto René

Reseña biográfica

Poeta guatemalteco nacido en Quezaltenango en 1936.

A raíz del derrocamiento del gobierno de Arbenz, se exilió en El Salvador a la edad de dieciocho años, desarrollando allí una intensa actividad poética y política. Puso fin a su exilio en 1957, cuando inició estudios de Derecho y Ciencias sociales en la Universidad San Carlos de Guatemala.

Gracias a su brillante desempeño como estudiante, le fue otorgado el premio “Filadelfo Salazar” y una beca para continuar estudios en la República Democrática Alemana. En 1959 inició estudios de Letras en Leipzig, abandonándolos poco tiempo después para ingresar en la Brigada Joris Ivens, de orientación comunista. Luego de una corta estadía en Guatemala, fue enviado de nuevo al exilio en 1965, recorriendo diferentes países europeos. Finalmente, regresó a su país en forma clandestina, donde fue capturado por el gobierno en 1967, siendo fusilado en marzo del mismo año.

Su obra poética, compuesta por innumerables poemas de corte amoroso y político, fue compilada en 1989.

Duele menos estar solo

Creo

que duele menos

estar solo

con tu recuerdo,

bajo este cielo

duro,

bajo este viento

espeso,

bajo miradas

agudas

que preguntan:

“¿Por qué sufren

tus manos

en las tardes’?

“¿Por qué no vienes,

sin la hoguera

de su pecho

lejano,

y te diviertes

con nosotras?”

Poder

asirse el alma

sería eso.

Y renunciar

para siempre

al sitio

donde me espera

el viento

acariciando tus cabellos.

Lo sabes.

Contigo

no me cabe el mundo

en las venas.

Pero sin ti

soy demasiado pequeño,

para esta calle

de labios grises.

Créeme, tu ausencia quema,

alma mía.

Y tu recuerdo duele.

Ahora soy, por ejemplo,

el esqueleto

de una casa incendiada,

que se duele

en el fondo de la ceniza.

Y grito: “Llevadme llamas

con vosotras, a cualquier parte.

No me dejéis ardido

de escombros.

Llevadme, en vuestros lomos,

porque me duele

el calvariento recuerdo

de los pájaros que cantaron

en mi techo, por las tardes.”

Y solo pasa el humo,

frente a mis manos

que claman sin escuchas.

Así todos los días

amante mía.

Créeme, pero me duele

más tu recuerdo,

amor mío,

que mi vencida soledad.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

El amor imposible

Largos años

ha guardado el mar

debajo de su corazón azul

nuestro amor invencible.

Ni tú ni yo

supimos cómo y cuándo

encendimos esta llamarada,

tan sólo tus labios y los míos.

tan sólo nuestros cuerpos

de violentos amantes

lo supieron.

Fuego y tormenta nos unieron.

Nos separaron fuego y tormenta.

Para no destruirnos mutuamente

destruimos todos los puentes,

quemamos todos los caminos

que tenían nuestras vidas.

Lentamente fuimos acercándonos uno al otro,

para apagar todo recuerdo,

para cerrar todo camino,

para impedir todo retorno

a lo que aún ardía de otros tiempos

en nosotros.

Duros meses, amargos días,

momentos de dolor infinito,

teníamos que atravesar

para destruir la obra

que en un segundo luminoso

surgía de nosotros más sólida y más fuerte.

Y sin embargo, debimos separarnos.

Paso a paso, golpe a golpe

fuimos derribando todo,

hasta que nos separamos

aquella tarde de invierno,

junto al, mar, al sur marítimo

de tu país que amo todavía.

Juntos entregamos nuestro amor al mar

para que lo guardara

en su pecho

de viejo enamorado.

Hoy estoy frente al Báltico.

Es un día cualquiera del otoño

más dulce y más triste de la tierra.

En sus mareas solitarias

oigo que me nombran tristemente

tus palabras lejanas,

mientras a los grandes ojos negros

de la noche que sufro

asciende nuestro amor

como una simple y clara llamarada

que nos busca ciegamente todavía.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

En invierno, una mañana

Juntos

hemos despertado

esta mañana de febrero,

y nos ha sorprendido

tanto el nupcial

andar de las horas,

que ambos exclamamos,

¡está nevando recio!

Y luego sonreím0s

un beso.

Ha nevado

toda la noche,

dices, y seguirá

nevando

en mí

toda la vida.

El invierno

comienza a envejecer

y suavemente bella

es su blancura,

pero ya nunca,

será bella para mí la nieve,

si con ella se acerca

un solo segundo

tu partida.

Tu rostro es, entonces,

más hermoso que nunca

y a él cae, hondamente

mi ternura,

esta mañana de febrero,

en la ciudad nevada

de Berlín.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

En tus ojos el Elba, todavía

Todo el día

ha agitado

el viento

tus cabellos,

vida mía.

Yo, mientras tanto,

veo cómo el Elba

fluye largamente

en tus pupilas.

Gris es el agua

del río,

y él baña

este día

la ribera callada

de tu vida y la mía,

fundando el recuerdo

de una tarde

que habrá de llegar

mucho después.

Gris es, sin duda,

el curso

anchuroso del Elba,

pero en tus ojos,

amor mío,

el río es azul,

azul,

azul ternura.

En lo alto,

las gaviotas

son la libertad.

Desde tu rostro

las miro

girar y volver,

ascender y descender,

y, a veces, se quedan

en un sitio cualquiera

oyendo un largo monólogo

que clama por el mar.

Yo las sigo

viendo

en el fondo

de tus gestos,

por costumbre,

muchos meses después.

El viento

no te deja en paz

los cabellos,

vida mía.

Tú, mientras tanto,

ignoras

lo mucho

que te amo

este día

junto al Elba.

Es tal vez

la última jornada

que estemos

junto a él.

Y tú, sin embargo,

hablas de nosotros,

como de algo

que estuviera todavía

por llegar.

Así de grande

ha de ser

tu deseo

de tenerme siempre

contigo.

Yo, como por descuido,

sigo viendo

el río en tus ojos,

amor mío,

y así hubiera querido

verlo todos los días

de mi vida.

Ahora hemos

llegado.

El viento

se desespera afuera,

amargamente.

Mis manos son,

entonces,

una voluntaria

acción de ternura

en tus cabellos.

Ya el Elba

quedó atrás.

Y ahora

estamos

bajo techo,

pero cuando te inclinas

sobre mí,

preguntando:

“¿Dime, qué te pasa?”,

mi rostro

se hunde sin respuesta

en el agua azul

que fluye de tus ojos

todavía.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Encuentro

Estábamos tan lejos el uno del otro.

Mares había entre nosotros.

Montañas y agua.

Fuego y viento.

Largos años

de oscura

desesperación

había entre nosotros.

Pero nos encontramos,

a pesar de todo,

porque la vida lo quería

ciegamente.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Intención apagada

Llego y toco una mano

y la mano que toco

tiene dudas.

Vengo y veo unos ojos

y los ojos que veo

tienen llanto.

Pregunto por nadie

y me responde la ceniza

con su enlutado lenguaje.

Y cuando quiero volver

corriendo locamente

hacia los ojos azules

que me llaman,

el alma se me enreda

en las torres de la muerte,

donde sombras amigas

abren sus manos

hacia el tiempo.

Digo luego una palabra

amable

y nadie escucha mi voz

acostumbrada al tulipán

y acostumbrada al viento.

Debo gritar, no hay duda.

Seguir gritando, reciamente

hasta que vengan ,a buscarme

para negarme la cascada

luminosa de la vida.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Miércoles en taberna

I

Juntos

hemos visitado

esta tarde

una vieja taberna

en las orillas

de Berlín,

amor mío,

y juntos hemos

visto,

desde dentro,

el inicio

afanoso

de la lluvia,

llenándose

de calle y ventana.

II

Todavía

oigo

ahora

cómo hablan

tus manos

con las mías

sobre nuestra mesa,

en donde un tulipán

recuerda

aún el alba

de su día más amargo,

y canta su color

sin ninguna reserva

de ternura,

seguro como está

que pronto habrá

dejado de vivir.

En las mesas

vecinas,

los hombres ríen

y cantan.

Cada quien

le da la forma

que quiere

a su alegría.

Una mujer,

sola y hermosa

bebe un tardo café,

mientras el sol

se impacienta

en el pecho

de su claro coñac.

Una pareja

de adolescentes

suaves,

siguen atentamente

el vuelo común

de nuestros labios,

vida mía,

y seguramente

no olvidarán

toda su vida

ese recuerdo.

III

Cuando salimos

de la vieja taberna,

el celo

de la lluvia y el viento

nos golpea hondamente

el rostro.

No damos importancia

a tal suceso,

porque aún ignoramos

que después

solo serán el viento

y la lluvia

los que nos acompañen

por el mundo

cuando la vida,

mi áspera vida,

nos separe.

IV

Ahora,

amor mío,

regresamos

al centro de la gran

ciudad.

Mientras tanto,

tu felicidad

se abraza

largamente con la mía

hoy, día miércoles

de junio,

en el Berlín que amo

y llevo en mí

porque en mí

también

residen para siempre

tus pupilas,

vida mía.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

No estar contigo, se llama viernes

Era jueves

frente al mar.

en Wismar,

la ciudad

a cuyos píes

el Báltico

agota el esfuerzo

de su biología

convertida en gris

de frente.

Una mole

sin luna ni sol

era el pecho

del cielo lejano,

que también se inclinaba,

a lo lejos,

sobre el rostro

de las aguas

para besarlas,

suavemente musical

y solitario.

El otoño

ascendía a los árboles

y su canto desnudo

era una rama,

bajo cuya dimensión

sin hojas

eran más tristes

los vientos,

y más amables

las piedras y la hierba.

Habíamos caminado

sin hablar toda la tarde.

Después de las disputas

siempre nos buscaba el silencio

y era más difícil hablar

que amarnos sin palabras.

Detrás de nosotros

se había quedado tanto

paisaje y tanto beso.

Los lagos, el tren, el vino.

El hotel, los ríos, las estaciones.

Los pájaros, y siempre los pájaros.

En Wismar, te asombraron

los barcos tan inmensos,

tan pequeños, sin embargo,

que aún cabían en tus ojos.

No lo dije, entonces.

Sólo miraba hondamente tu azul

convertido en sorpresa.

Y ahora el mar, el Báltico.

Jamás había visto mi vida

tanto gris reunido, agitándose

a la altura de mi norte.

“Sabes, te dije,

me marcharé en diciembre”.

“Y ya me duele,

horriblemente,

el último día de noviembre,

en el cual comenzarán

solo diciembres para mi,

para este indio que tú amas,

amor mío.”

No dijeron nada tus palabras.

Heridas en su vuelo,

no alcanzaron a llegar

hasta tus labios.

Después, largo tiempo después:

“Vamos, dijiste.

Hace frío ya para los cuatro

y para esa flor sobre la arena,

tan parecida al cadáver

de una estrella.”

Este viernes

camino por las calles

de mi Guatemala,

la ciudad de la que tanto

platicaba contigo mi esperanza.

Una tímida llovizna gris

lo llena todo con su rostro.

Escondo bajo mi barato impermeable

unos boletines políticos,

que no se deben mojar nunca

sino con la vista de los hombres.

Levanto aún por costumbre

el cuello de mi cubrelluvias,

y nadie dice nada a mi lado.

En mi país se llama invierno

lo que en el tuyo verano.

Pero siempre hay sol

y nunca nieve en el aire.

Es viernes, y siempre será viernes

si tú no estás conmigo.

Pero aún seguimos imponiéndonos

al frío, y seguimos viviendo.

Y aquí, junto a la bandera que amo,

me iluminan todavía tus ojos,

amor mío.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Nunca una alegría

En el agua

te he visto.

En el cielo.

En el viento

te he visto.

Y en las grandes

multitudes.

Con mis labios

te he cubierto

de otros labios.

Y te he perpetuado

en los profundos

ojos de mis hijos.

En todas partes

he puesto

mi nombre

junto al tuyo.

En los árboles

y en los veranos

que llegan después

hasta las hojas.

Bajo los puentes

con los ríos

que se van

y ya no regresan

nunca más

al mismo sitio.

En el gallo blanco

de la nieve

que solía

cantar de pie,

con el alba

en el pico,

todos los días

del invierno

en mi simple

cabellera.

En los ojos

que alzan todavía

para mi

la suavidad

de su lenguaje

celeste,

y que también

te nombran

cuando de mi

platican

con los astros.

Yen la ceniza

de las calles

sin nadie.

a media tarde

de la noche.

En mi coñac,

grande y hermoso

como el alma

del fuego.

Yen las alas

del pájaro

que vuela.

En todas partes,

tu nombre.

tu gesto de gallarda

existencia, ronco y duro.

Y nunca,

en ningún sitio,

de ti una alegría en común.

Lo sé, y no lo digas,

que ya es amargo

el sabor de un hijo

triste.

Es cierto,

no se puede exigir

un gesto de felicidad

de una madre que sufre.

Tú lo sabes,

y yo también,

en esta noche de otoño

que te amo, dulce patria,

viendo también lo triste

que son las aguas

del famoso Danubio.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Ofensiva del recuerdo

A Carmela

Amor, entonces el otoño

estaba en la punta de mis dedos.

Y fueron los climas de tu mano

recogiendo las hojas

hasta reconstruir el árbol

de mi vida.

Eras entonces un río azul, amor,

desembocando en mis semillas;

una mirada limpia

sobre la piel

que me contiene

y un puñado de besos

llevándome al calor

que aún necesitaba.

Entonces me sentí seguro

de ser más importante que la muerte,

que la soledad,

que la angustia,

que la opresión

y que todos los vértigos

en donde se encuentra el hombre

postergado como una cosa inútil.

Ahora sé, amor,

que siempre anduve asegurado

y que cuando el otoño

amenazaba destruirme

bastaba un gesto tuyo

para brotar

musicales

los frutos que mi canto

repartía con tus manos,

a todos los pájaros

que sueña la montaña…

Ahora sé,

que siempre adivinaría tu amor

hacia los niños que se nievan

aproximándose al otoño. Ahora sé, amor,

que siempre había caído mi frente

con la redonda frente del rocío.

Ahora sé,

que siempre hubiéramos navegado

con los ríos, bajo los puentes

que nunca se duelen de ser puentes,

a pesar del musgo y del invierno.

Hace cuatro años ya

que mis hojas

caen sobre tu pecho

y hace cuatro años ya

que son devueltas a mis ramas

con el sencillo ademán

del que se siente enamorado.

Aquel otoño, amor,

mi sueño vegetal

creció junto a tus manos

desde la base misma de tu risa,

y cada fruto de mi canto

tuvo el aroma de tu nombre

y la redonda ternura de tus labios.

Amor, ahora atiendo la sabiduría

que tus ríos enseñan a mis manos…

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Pasa el viento en las calles…

Pasa el viento en las calles

igual que los enamorados

los tranvías y la vida…

Yo sé que la calle

tiene nostalgia de violencia

y que clama intachable en su deseo mi ventana,

pero la lluvia se aleja’ sollozando

como doncella excitada por un hombre desnudo.

Y el viento sigue en la ciudad pasando,

igual que los enamorados,

los tranvías y la vida…

Y yo antorchándome de nuevo el cuerpo

y parlando de frente con mi sombra,

junto a mis libros bohemios de lecturas,

acompañándome una lámpara

enemistada

para siempre con las sombras

y un reloj judicial que dicta

sobriamente

la muerte del diálogo y del tiempo.

Y sigue el viento en la ciudad pasando

igual que los enamorados

los tranvías y la vida,

arrastra un papel, levanta una hoja,

seca una lágrima de amor y asusta un beso

acompaña al triste hasta su casa,

le pone alas a la medianoche,

sopla cruel en las pupilas de la embriaguez

que agranda la sinceridad del hombre y de su anhelo

devuelve su risa al que reencontró su sueño.

Y sigue en la ciudad pasando,

igual que los enamorados,

los tranvías y la vida…

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Pregunta

Me has preguntado

de qué lado

tengo el corazón,

ahora

que juntos caminamos

verano

por las calles de Schwerin.

Y yo respondo.

Muchas veces

dije

que lo tenía

en la izquierda,

alzado

como un lucero.

Y no recuerdo,

en verdad

haber dicho

que lo tenía sepulto

bajo mi práctica

derecha.

Ahora sé,

mi terrible

y dulce preguntona.

Mi corazón

está

en los juncos

azules

de tus ojos,

cantando desde ellos,

siempre cantando,

cantando.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Respuesta

Si me preguntaras

qué es lo que más quiero

sobre la anchura de la tierra,

yo te contestaría:

a ti, amor mío, y a la gente

sencilla de mi pueblo.

Dulce eres, como la tierra.

Como ella frutal y hermosa.

Pero a ti te quiero.

No por lo bella que eres.

Ni por lo fluvial de tus ojos,

cuando ven que voy y vengo,

buscando, como un ciego, el color

que se me ha perdido en la memoria.

Ni por lo salvaje de tu cuerpo indomable.

Ni por la rosa de fuego, que se entrega

cuando la levanto del fondo de la sangre

con las manos jardineras de mis besos.

A ti te quiero, porque eres la mía.

La compañera que la vida me dio,

para ir luchando por el mundo.

Amo a la gente sencilla de mi pueblo,

porque son sangre que necesito

cuando sufro y me desangro;

hombres que me necesitan cuando sufren.

Porque nosotros somos los más fuertes,

pero también los más débiles. Somos la lágrima.

La sonrisa. Lo dolorosamente humano. La unidad

de lo mejor y de lo más deplorable. Lo que canta

sobre la tierra y lo que llora sobre ella.

De ellos recibí esta vez, este corazón inquieto,

que me apoya y me fortalece y tt1e lleva consigo.

Por eso los amo como son

y también como serán.

Porque ellos son buenos

y serán mejores.

Y juntos nos jugamos

el destino, con nuestras

manos que todo lo construyen.

Así amo yo la vida

y amo a la humanidad,

amor mío,

cuando te amo y amo

a los hombres sencillos

de mi bello y horrendo país.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Tan solo mi dolor

Tan solo mi dolor

pregunta ciertas

cosas importantes.

Tan solo mi dolor

suele hablar contigo,

sin que nunca lo sepas,

sin que te duelan

los ojos o la voz.

Sin que tu sombra

me cubra con su cuerpo

lleno de hierba negra.

¿Dónde murió

tu primer beso?

¿Quién conserva

tu primer rostro?

¿En qué tacto

aletean todavía tus senos?

¿Por qué buscas

en la noche mi piel?

¿Por qué abrazas

la bandera que levanto,

con orgullo?

¿Por qué rehúyes

a tu gente por mi lucha?

¿Por qué se te muere

cristo en la pupila?

¿Por qué acudes

a luchar conmigo,

contra el odio y el hambre?

¿Por qué, pequeña burguesita,

te llenas de mi rabia profunda?

Amor, amor,

te duele más

de lo que tú te dueles,

sin que lo sepa tu dolor.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Tu madrugada, Patria

Así concibo yo a mi patria,

que otros la conciban como quieran

Anduve viajando

muchos años

por el mundo,

con el lucero

de tu nombre

en los ojos.

Y no hubo

una sola mañana,

que se fuera

sin algo de lo tuyo.

Cuando el alba

llegaba, ya estabas

repartiendo tus gestos,

extraños y lejanos,

desde la oscura colina

de mi rostro.

“¿Por qué la quieres

tanto, me decían,

si es amarga y cruel

como el alma de un basta?

¿Por qué, si es tan chiquita

y tan hambrienta, que en ella

a uno sólo le queda por delante

la ardua tarea de morirse?

Pero yo siempre respondía,

que te quiero tanto,

porque aún sumido en la tiniebla

oyendo el largo llanto

de tus hijos,

no puedo ignorar

que detrás de mí

comienza, en verdad,

tu madrugada.

Luego te alegrabas

en el fondo de mis ojos,

y volvías tu rostro

con ternura,

tal vez en busca ya

de los hijos

que están todavía

por venir.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Tulipanes rojos

A ti, Karen, que descubriste para mí

el mundo estupendo de las flores.

I

Ni el sol

ni la luna

trajeron

a mi alma

este día

tanta luz

como tus manos,

vida mía.

Hacía largo ya

que todo me decía,

los niños,

las palomas,

los tejados sin humo,

el paulatino

irse poniendo alegre

de la gente,

que éramos todavía

un poco de primavera

más jóvenes

que lo seremos

el próximo verano.

Pero faltaba este día,

sencillo y mucho como el mar,

para que en mí la primavera

comenzara, como siempre, a cantar.

II

Desde el piso donde vivo,

en esta calle Mendelssohn

del viejo Berlín,

he visto pasar

la vida

tomada de la mano,

alumbrada

por un anciano farol

que, según dicen los vecinos

más antiguos, nunca dejó de alumbrar,

ni aún en las noches más amargas

de la postguerra mundial.

Y desde aquí te he visto,

cuando cruzas la calle,

estupenda como el amor,

joven como la vida,

sencilla y noble

como el mundo socialista

donde vives.

Ahora,

de espaldas a la ventana,

la luz del farol

se regocija

seguramente en mis cabellos,

así como lo hace ya

en el fondo de tus ojos,

cuando hacia mí

avanza,

como un río en llamas,

tu cuerpo.

III

“Cierra los ojos”,

me dices

y te pones frente a mí.

Cuando los abro,

tus manos

sueltan a mis ojos

una bandada de tulipanes

rojos,

que le dan entonces

a mi alma,

la luz que no le diera

el sol

esta mañana,

ni la luz que la luna

y el farol

están pugnando por vivirle.

IV

Pecho adentro,

en los tulipanes rojos,

la primavera se alegra

cuando digo:

“¡Qué gesto más tulipán

has tenido este día,

amor mío!”,

y me quedo besando

hondamente

la bondadosa ternura

de tus manos,

mientras hundes,

de seguro,

lo azul de tu mirada

en el áspero abismo

de mi rostro.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Vámonos patria, a caminar

1. Nuestra voz.

2. Vamos patria a caminar.

3. Distante de tu rostro.

1

Para que los pasos no me lloren,

para que las palabras no me sangren:

canto.

Para tu rostro fronterizo del alma

que me ha nacido entre las manos:

canto.

Para decir que me has crecido clara

en los huesos más amargos de la voz:

canto.

Para que nadie diga:¡tierra mía!

con toda la decisión de la nostalgia:

canto.

Por lo que no debe morir, tu pueblo:

canto.

Me lanzo a caminar sobre mi voz para decirte:

tú, interrogación de frutas y mariposas silvestres,

no perderás el paso en los andamios de mi grito,

porque hay un maya alfarero en tu corazón

que bajo el mar, adentro de la estrella

humeando en las raíces, palpitando mundo,

enreda tu nombre en tus palabras.

Canto tu nombre, alegre como un violín de surcos,

porque viene al encuentro de mi dolor humano

Me busca del abrazo del mar hasta el abrazo del viento

para ordenarme que no tolere el crepúsculo en mi boca

Me acompaña emocionado el sacrificio de ser hombre,

para que nunca baje al lugar donde nació la traición

del vil que ató tu corazón a la tiniebla, negándote.

2

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

Yo bajaré los abismos que me digas.

Yo beberé tus cálices amargos.

Yo quedaré sin voz para que tú cantes.

Yo he de morir para que tú no mueras.

Para que emerja tu rostro flameando al horizonte

de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Yo me cansé de llevar tus lágrimas conmigo.

Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.

Acompañarte en tu jornada, porque soy un hombre

del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Ay, patria,

a los coroneles que orinan tus muros

tenemos que arrancarlos de raíces,

colgarlos en un árbol de rocío agudo,

violento de cóleras del pueblo.

Por ello pido que caminemos juntos. Siempre

con los campesinos agrarios

y los obreros sindicales,

con el que tenga un corazón para quererte.

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

3

Pequeña patria mía, dulce tormenta,

un litoral de amor elevan mis pupilas

y la garganta se me llena de silvestre alegría

cuando digo patria, obrero, golondrina.

Es que tengo mil años de amanecer agonizando

y acostarme cadáver sobre tu nombre intenso,

flotante sobre todos los alientos libertarios,

Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.

Ay, Guatemala,

cuando digo tu nombre retorno a la vida.

Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.

Subo las letras del alfabeto hasta la A

que desemboca al viento llena de alegría

y vuelvo a contemplarte como eres,

una raíz creciendo hacia la luz humana

con toda la presión del pueblo en las espaldas.

¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados!

¡Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!

¿Por que nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?

Así es la vida de los pueblos, amarga y dulce,

pero su lucha lo resuelve todo humanamente.

Por ello patria, van a nacerte madrugadas,

cuando el hombre revise luminosamente su pasado.

Por ellos patria,

cuando digo tu nombre se rebela mi grito

y el viento se escapa de ser viento.

Los ríos se salen de su curso meditado

y vienen en manifestación para abrazarte.

Los mares conjugan en sus olas y horizontes

tu nombre herido de palabras azules, limpio,

para lavarte hasta el grito acantilado del pueblo,

donde nadan los peces con aletas de auroras.

La lucha del hombre te redime en la vida.

Patria, pequeña, hombre y tierra y libertad

cargando la esperanza por los caminos del alba.

Eres la antigua madre del dolor y el sufrimiento.

La que marcha con un niño de maíz entre los brazos.

La que inventa huracanes de amor y cerezales

y se da redonda sobre la faz del mundo

para que todos amen un poco de su nombre:

un pedazo brutal de sus montañas

o la heroica mano de sus hijos guerrilleros.

Pequeña patria, dulce tormento mía,

canto ubicado en mi garganta

desde los siglos del maíz rebelde:

tengo mil años de llevar tu nombre

como un pequeño corazón futuro

cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989