Cabañero, Eladio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Tomelloso, provincia de Ciudad Real, en 1930.

Autodidacta íntegro, le dio a la lírica española toda la riqueza del vocabulario y la vitalidad de La Mancha, en cuyas llanuras trabajó como aprendiz de albañil y luego como oficial.

En 1956 se trasladó a Madrid y publicó su primer libro «Desde el sol y la anchura», con ayuda del ayuntamiento de Tomelloso. En 1958, obtuvo el accésit al premio Adonais con su libro «Una señal de amor».

En 1963 recibió el Premio Nacional de Literatura por «Marisa Sabia», y en 1971 el Premio de la Crítica por la recopilación de su obra Poética.

Obtuvo además el premio Juventud por su poema «El pan» en 1959, Albacete le otorgó el premio Gran Hotel, y en 1959 obtuvo la Flor Natural en los I Juegos Florales del Trabajo celebrados en Barcelona.

Es uno de los más importantes poetas de la generación del cincuenta.

Fue colaborador de diarios, revistas y emisoras de radio, y jurado en importantes premios literarios.

La Fundación March le concedió una pensión literaria por la publicación de «Mancha al sol».

BIEN SABES TÚ

Bien sabes tú que hay alguien que se encarga

de empozar ríos y amargar los mares,

alguien que punza y mezcla en los cantares

el brillo horrible, el ¡ay! de una descarga.

Así nos van las cosas… A la larga

el amor se retira a los lugares

donde el tiempo a la nada erige altares

y la vida a la tuera más amarga.

Sólo los vencedores del olvido,

los que no besan nunca, los que callan

entre puertas del llanto y de la muerte

ellos tan sólo aguantan encendido

su corazón, mientras que a mí me estallan

las venas en relámpagos, sin verte.

Marisa Sabia y otros poemas, 1963

CARTA

A ti, allá en nuestro pueblo

Por el aire los pájaros tan sólo

van,

por el día las nubes siguen

remando cielo, lentas, como brazos abriéndose,

pero una carta vive en las cenizas

y en el escombro liso de los ojos.

Pienso en papeles blancos, dóciles,

busco claras palabras que decirte

en los oídos

ahora que un viento breve se enredará en tus manos,

manos que se reposan en las cosas

que tocas como el golpe de la nieve,

los manejables nombres:

carta de amor, manzana,

vaso de agua cerca de los labios, cosas

que amas y bendices

sus más felices formas allá lejos.

Llega un cometa tuyo y familiar

mientras escribo,

reluce rápido, toca mis rodillas

y tiemblo

como un parque al cumplir un nuevo otoño.

Mientras escribo ensancho la memoria,

me voy allá hasta el pueblo por el campo

con casas pequeñísimas y barbechos en fondo,

con arados allá a vista de pájaro,

-arados escribiendo a Dios derecho-

me entro por las viñas vareadas,

por patios blancos, limpios,

cubiertos con la parra y las bardillas,

entre mujeres, niños y gallinas,

carreteras que están quietas y llegan,

nubes que se despintan, sol que muere

igual que las bombillas de los pobres.

«Estoy aquí en Madrid con el otoño

y hasta que estén los ciervos de regreso

te espero;

no me atrevo a abrir puertas,

por si estás más hermosa temo verte.

¿Estás allí contándote milagros,

creyendo ver o viendo a Dios de súbito?

¿Sigues rezando

porque se estén las piedras quietas,

por la metralla nula y los cohetes

de las ferias pacíficas del pueblo,

pidiendo pan,

dando tu Padrenuestro a cada pobre

que aprendió a ser ateo y pasar hambre?

Tú estarás siempre por la luz del pueblo

mirando hacia el destino alto del humo,

al lento repetirse del aire en los tejados.

Yo estoy aquí sin ruido y sin quejarme,

sin este hermoso octubre en tus aceras

ni el horizonte aquel o de un analfabeto;

aquí estoy

viendo el viento que arrastra los papeles

humildes por las calles,

a punto de estar solo para siempre.»

Bendito sea el camino

por donde van los pájaros tan sólo,

alabada seas tú

porque sabes vivir a pecho abierto,

porque sabes estar con las espigas

con lo difícil que es mirar el trigo.

Alabada seas siempre,

lucientemente hermosa,

andando por tu casa de tareas

cantando con las manos ocupadas,

que bien estás soñándote

primera predilecta de la Virgen,

puesta en medio de muchos resplandores.

Qué hueco más profundo es la esperanza,

qué cubicado modo de quererte

estar aquí pensando:

«tengo que reunir unas palabras

para escribir lo poco que le escribo».

Termino ya, mi amiga, temo hablarte

de tantas cosas tuyas;

desde aquí

siento cómo el cartero del silencio

deja un ídolo humilde entre tus manos

hecho de la madera de algún chopo.

“Una señal de amor” 1958

COMPAÑERA

(Tan conocida y tan extraña)

Amanecí una vez cerca del río;

venia un ciervo tuyo

con la bella cabeza hecha un desorden,

miré y colmabas

los recipientes del sol.

Espadas del otoño

y el sereno limón de tu ventana,

retaron mi corazón fiado en su ternura.

Tapia que gana el empujón del viento,

fui vencido. Quedé solo en la noche,

quedé mirando el mar a tientas

de mi alma.

Apenas sé tu nombre, si estás lejos,

apenas si te escribo, si te refiero

y amo.

Te quiero siempre esposa reducida

para decir «mi compañera,

con tus lastres más íntimos me hundes,

la señal de la siembra hacen tus manos

cuando toco tu cuerpo;

frente a la vida estamos;

difícil alpinismo es esta historia».

Qué levantada gracia estar contigo,

compañera,

de ti depende que la luz sea clara.

Por un subir de montes a diario

voy

ajeno a los romeros para verte.

Bien sé lo que te quiero:

ciego condecorado en los dos ojos,

más humano que un pájaro con frío,

a la vida me eché para quererte,

a la vida me eché como quien roba

oro para la imagen más querida.

Hay que tener más rabia que un bandido,

más horror que un suicida

y más furia que el mar,

ser

más frío y más pacífico que el hielo

para tenerte cerca y no apurarte

como un sorbo de agua.

Se conmemora en piedras el olvido,

es demasiado el tiempo para el que ama.

Cuando un amante se retira o muere

y alguien quema unas cartas

que se pusieron amarillas pronto,

a la cuarta pregunta nos quedamos

un poco más que polvo para el viento.

A la desesperada

luchan la muerte y los enfermos pobres.

Aquí avizoro,

el descampado aguanto

como el frutal debajo del pedrisco:

Tú allá cruzas el pueblo

morena clara y rápida,

dejándote vivir y siendo hermosa

para que el agua de mi fiebre suba,

para que se me aumente el corazón,

quizá para que muera.

(Una señal de amor, 1958.)

EL CIELO AQUEL PINTADO CON TIZAS DE COLORES…

El cielo aquel pintado con tizas de colores;

el sol que se empozaba tantos jueves

para los largos temporales

“Cuando se empoza el sol en jueves,

antes del domingo llueve…”

Aquellas calles largas con carros y viñeros;

el pregonero del Ayuntamiento

y el tío del “rabiche”; el carro

del “alhigue” cuando los carnavales;

las barberías con aquellos frascos

llenos de sanguijuelas coleantes;

el miedo de las noches del invierno

desiertas por el cierzo y los fantasmas;

las uvas, las espigas, la Glorieta,

la feria, el corralazo de los títeres…

¿Era aquél Tomelloso?

¿Era yo aquél, aquel de por entonces?

No me recuerdo bien. No tengo pruebas.

Era antes de la guerra. Mucha gente

no viviría bien, seguro, pero

el tiempo de los niños es hermoso,

y aunque la vida va a su mejoría

-según dicen- y hay tantos nuevos sueños:

viajar a la luna y los planetas;

inventar pan para que no haya pobres,

nueva fe en nuevos pechos,

aquel tiempo consuela a los que fuimos

niñez y luego muerte en nuestra infancia.

Antes que lo perdiéramos,

aquel niño de todos y de nadie

jugó por todo el pueblo, entre bidones

y cubas y trujales, en las fábricas,

en las destilerías de alcohol,

donde el vino zurría y se quemaba,

mientras nosotros -aúpa- nos saltábamos

montoneras de orujo, eras de lías.

Y el campo, ¿cómo era

antes de que aquel cielo, aquellos hombres,

se fueran a la guerra para no volver nunca?

Vendimiadores tiempos,

una vez en las viñas, vendimiando, una noche

-quiero acordarme, pero ha tanto tiempo-

en la pequeña casa, acabada la cena,

todos bien avenidos se embromaron,

se tiznaron jugando al “San Alejo”,

con la sartén tocaron seguidillas

y jotas a la luz de los candiles;

y luego se acostaron en-parva por el suelo,

que ya no se cabía

sino en las alambores y en la cuadra.

Eran caras alegres como nunca haya visto.

Era antes de la guerra y yo tenía

de cuatro a cinco años.

Muchos ya no volvieron para echar hato los lunes

para irse de semana, de vendimia.

El cielo no volvió ni fue ya claro.

La gente se hizo dura,

y a los niños dejaron de querernos.

Y nosotros, mis primos, mis amigos,

no volvimos tampoco de la guerra:

de repente crecimos, fuimos otros,

nos perdimos igual que se perdieron

de vista, hacia el Oeste, tantas cosas.

EL ENCUENTRO

A cántaros se han hecho los mares para un niño;

con los besos no dados, el amor verdadero.

Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,

de levantar a pulso, espuerta a espuerta,

un cerro o una torre,

un chorro de silencio incontenible

hasta subir al infinito y verte.

Te he visto hacia el amor, la fe y la dicha.

Y encontrarte, Marisa, el sólo verte,

ha sido el pan y el premio que ya no me esperaba

después de tantos años de amor falso,

sueño a crédito y ruina.

En la vivida feria tengo visto

brazos, piernas, caderas, pechos y ojos

más chicos y mayores que los tuyos. ¿Qué importa?

Acaso tan difíciles, otros más cariñosos.

Algunos -¿cuáles de ellos?- he logrado tenerlos,

muy fácil: por dinero o por dolor.

Tú me has costado más que todo junto,

que hasta ti he consumido los días de mi vida,

mi obrero corazón, las dioptrías restantes.

Cuento en versos las horas desde que te conozco,

y hoy, al pensar en ti, pregunto: ¿cómo eres?

Hablo sin hacer ruido: ¿dónde estabas?

O estás un poco enferma,

o tienes un examen, o te callas, o fumas

viendo tendida el río del tiempo consumirse.

Yo sigo todo un curso de fe. Tú miras, piensas;

te marchas a tu pueblo; vuelves, dices

con tu voz que se escucha venir convaleciente,

con tu raza y tu línea de judía castellana,

igual que los frutales apuntando,

las estatuas más bellas

y el color sefardí de tu garganta hermosa.

Para poder quererte y no morirme

creí en sueños, atrás, hacia adelante,

tomé oficios hermosos. ¿Cuánto hace

que aré por ti y segué, corté racimos de uva,

teché tu cuarto entonces, abrí balconerías

directamente dando a la luz de tus ojos?

Desde que el mundo fue corazonándome,

filmé a oscuras los versos que esta noche te escribo;

para poder quererte como ahora,

tomé trenes en marcha cada día;

viví por ti, gané el jornal exacto

para el café y los libros… Vuelvo a entonces:

según qué horaje hiciera, percanzaba

lumbre, lluvia o sandías,

luz candeal y agua para estar contigo.

No te extrañe esta historia:

otros que en nuestra sombra se han amado

y que quizás murieron por nosotros,

saben que esto es verdad.

Marisa, escucha, dime:

después de conocernos esta tarde,

¿no es hermoso y terrible que la muerte

alcance a destruirnos

y trasladarnos puros y borrarnos?

Mientras tanto, Marisa Castellana,

sóplame entre los ojos,

que te puedan ver más. Haz que te mire,

alcance a ver tu corazón, recuerde

y sea todo distinto.

Guizca fuerte en mi alma

y deja que te bese los labios y me muera

al tener que dejarte, ir al trabajo,

a las calles, al Metro, a las tabernas,

a las tertulias del café…, a la vida

Que me espera después de conocerte.

Marisa Sabia y otros poemas, 1963

EL PAN

A Salvador Jiménez, con el ofrecimiento

de mi amistad y mi poesía…

(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)

Poned el pan sobre la mesa,

contened el aliento y quedaos mirándolo.

Para tocar el pan hay que apurar

nuestro poco de amor y de esperanza.

Mirad que el pan, entre el mantel,

más blanco que el mantel de hilo blanquísimo,

tiene, como señales de su hornada,

el último calor que no da el sol al trigo.

Mientras que nos invita,

mientras que da su premio conmoviendo

de dichosos temblores nuestras manos,

podemos merecer el pan de hoy.

Poned el pan sobre la mesa,

al lado de los vasos de agua sensitiva,

por donde el sol se posa mansamente

cribando luminosos los pequeños insectos

que encuentra en esa anchura que la da la ventana.

Ved que el pan es muy amigo de los niños y de los pájaros,

con sus blancas miguitas que se esparcen pequeñas,

en donde se atarean los pobres gorriones

y las palomas zurean y aletean

en la tranquilidad de las plazas y de las fuentes,

las mañanas limpias y soleadas,

cuando están los relojes diligentes, atentos,

porque las campanadas suenan muy dulcemente.

Ved que el pan es rugoso y recogido

y tiene los colores más humildes,

y puede compararse a todas las virtudes

y hasta a los cabellos blancos y piadosos de un anciano.

Poned el pan sobre la mesa,

junto al vaso de agua…

en esos momentos los que amamos pueden llegar,

pueden llegar empujando las puertas y quedarse maravillados,

porque el pan es el mejor recibimiento

cuando los que queremos llegan a nuestra casa.

Para pensar en la mujer que amamos,

estando a solas reencendiendo su recuerdo,

el pan purifica el sobresalto y el remordimiento,

y podemos pensar en nuestros hijos

y elegirles los mejores, los más bellos juguetes,

y el pedazo de pan con la sonrisa torpe

del padre que quiere besar y abrazar mucho a su hijo

y no sabe de qué modo tocarlo.

Ay, también, los mendigos

con las manos extendidas a nuestra caridad,

que es lo mejor de ellos y de nosotros.

Mujeres

que tienen muchos pobres hijos pobres,

que los ojos les brillan mucho y los pómulos les escuecen,

que los cabellos se les enredan de bajar y subir hijos

del suelo.

Y porque los criminales y los renegados

aman el pan y a sus madres,

y porque los suicidas nunca cruzan los trigos,

y porque casi nadie lo mira sin llorar

a la hora de tener que confesar las culpas.

Poned el pan sobre la mesa,

junto al vaso de agua;

ponedlo con solemne esmero sobre la mesa

por ese sitio donde el sol dora el mantel, hilo a hilo,

y decid a los vuestros que se sienten

a rezar el Padrenuestro

de la comida en paz.

LA DESPEDIDA

«Adiós, hijo, ya no nos volveremos a ver.»

(«De una carta de mi padre».)

Como el olvido es malo, nunca olvido;

han pasado estos años… Ahora veo

que es necesario hablar de despedirnos,

de un documento extraño que se firma

para dejar de ver a los que amamos.

A solas pienso: «esto tan ancho sé que no es el mundo,

ni esta sed, este silencio;

la gran apuesta, la esperanza .

de la victoria entre pared y pared tampoco».

A todo esto, padre,

verás cómo no puedo despedirme.

La vida es la noticia que no se puede olvidar

más fácilmente;

verás cómo no puedo decir nada.

Vivir, seguir

esta perdida apuesta es lo que importa

aunque estemos en medio de la calle

sin nada que vender ni que ponernos.

(Entre las cosas viejas de la casa

tu tapabocas roto, tu boina,

ropas tuyas

tan cargadas de tiempo; y aquella carta

que pareciera cursi si no fuera

porque es tan de verdad.) A todo esto…

«Hay que ser generosos,

los demás están solos, necesitan

que alguien se ocupe de ellos

porque el amor más mínimo les falta;

amamos poco al hombre», tú me dices.

Leo tu carta pensando

que siempre he sido un torpe y que no he visto

cómo eras tú hasta ahora que me faltas.

Aquellos ojos en mis ojos, música

entre los dos, y aquellas manos,

no los pude apreciar porque hasta entonces

vivíamos sin un luto.

Bien recuerdo las cosas:

si íbamos a comer, estaba madre

atareada y fuerte entre nosotros;

bien lo estoy recordando…

nos iba así la vida y yo era un niño

en libertad en las calles de su pueblo

que mirando a su abuelo pensó en Dios.

No amamos bien al hombre.

Recordando aquel pan y aquella cárcel,

viéndote emocionado,

fiado en la verdad, claro, indefenso,

he vuelto a deshacer la despedida

para que ser tu hijo sea decirte

que no estás sin amor .

No me despido.

La temblorosa rúbrica de irse

hoy la recojo de tus manos, padre;

que no te olvido en la desgracia, no.

Sosténme,

sepa tu corazón, si ahora me escuchas,

que eres más bueno cada vez y que amo

la pequeña limosna de mi vida

antes de despedirnos para siempre.

LA DIOSA

Cuando filmo en mi frente tu figura

y reúno las tardes y tu cara

en un fanal bellísimo, ya en sueños,

como en un cine mágico con niños,

todo forma un mural maravilloso:

la belleza me da, de parte tuya,

todos sus golpes en el corazón,

y entonces me parece propiamente

que amarte es convivir con una diosa.

Cuando digo tu rostro sin un ruido

en un mundo de amor. mundo del mundo,

veo, Marisa, aquel racimo virgen

-tus dos uvas solares- al apego

de su viña, latiendo palpitante

en mis manos que anidan la cosecha.

Siento tus labios que fermentan cerca

de los míos, tanteando entre las sombras

de aquel tiempo invencible, escucho luego

el dolorido corte, el ruido que hace

el cuerpo de una diosa que se entrega.

Ahora vivo contigo de memoria;

proyecto tu recuerdo, cine dulce,

que morirá conmigo, si es que mueren

las imágenes puras en su reino.

“Marisa sabia y otros poemas” 1963

LA MANCHA AL SOL

La Mancha: surco en cruz, ámbito, ejido,

parador del verano, en cuya anchura

un ave humana vuela a media altura,

ya tantos años viento azul perdido.

Hacia el otoño, surco en el olvido,

uva yacente, el campo en su largura

recuenta soles, siglos, y madura

el paisaje en el tiempo repartido.

Recuerda sus molinos, al rasero

mural del horizonte todavía,

espejismos de lanza en astillero.

La Mancha frente al sol: una sandía

de corazón quemante y duradero

frente a un circo de cal y lejanía.

OCASO

El hombre hacia el Ocaso es una hoguera

que el viento -el tiempo en crines extendidas-

arrastra a galopar lejos, sin bridas,

como un caballo oscuro, a la carrera.

Como una oculta nave timonera

repta sus aguas. No sabe qué heridas

le duelen más, qué muertes ni qué vidas,

sólo como una piedra de cantera.

Lleva un trozo de amor deshilachado

en los bolsillos, sueña el ciego anhelo

de encomendar a un hijo esta aventura.

A veces es un perro apaleado

que arrastra su dolor, pegado al suelo,

oliendo ya su propia sepultura.

POEMA PARA UNA AMIGA MUY BELLA

Bella te digo porque así se llaman

esas mujeres que han nacido

para la vida siempre: dulce y ácida.

Tú eres la colorada piel, la fruta,

la pierna, el pecho soberano que alzas,

pequeña porque así son los naranjos,

blanca y morena, 0 sea, cálida.

Amiga, ¿es la amistad la que nos manda

o acaso es el amor? Las dos preguntas

tienen en sí respuesta dada.

Si la verdad llegara a verse un día,

si nuestra fe se confirmara…,

pero no, amiga mía misteriosa,

que las palabras siempre engañan.

Que las palabras no sonríen nunca,

que eres tú la que ríes, dices, andas,

pones luego los ojos apartados,

muy expresivamente callas.

En estos tiempos sabe todo el mundo

guardar la ropa cuando está mojada,

hurtarse, dar olvido, fingir burla

del sentimiento porque es lágrima.

Por eso siempre estamos tan contentos,

tan campantes, tan fuertes -¡tiene gracia!-;

por dentro va la procesión, lo dicen

los gestos bruscos, las miradas.

Cuerpo de uva garnacha,

hembra de vino fuerte y alegría,

bella mujer de amor y madrugada.

Haces, querida amiga, maravillas

para evitar heridas, para

que no te vea tan hermosa, ¿sabes?

tan femeninamente en cuerpo y alma.

Y así está el pueblo de suspiros, sueños,

besos dados al rostro de la nada,

así estoy yo y así los que no quieren

confesarse que te aman.

Da miedo ver tan cerca la hermosura

cuando está viva y quema duele tanta

pasión, que así se llama, contenida

a penas duras, tiempo y trampas.

Muy bellamente estabas

cuando mis ojos una vez. Ahora

en el recuerdo vives clara.

Si se leyeran las cenizas luego,

que dicen, arden más que muchas brasas,

si alguien pusiera en claro nuestras vidas

fondo común de la desgracia.

Pero la muerte mete tanta prisa,

somos tan poca cosa, tan lejana

queda nuestra ciudad, sin nombre apenas

nosotros y los nuestros, nuestra casa…

Tus pies, tus manos y tu cara.

La tela del vestido, oh, dulces olas,

redondas islas cubre con sus aguas.

Seas amiga si la tarde, el tiempo,

corre a su puesta como el sol; hermana

si desvalidamente sufres; novia

si me recuerdas en la distancia.

Eres muy lista, mi pequeña,

eres la niña cariñosa y mala

que descubre de pronto a los mayores

todo lo que les pasa.

Temo que te sospeches cuánto he puesto

mis brazos hacia ti, cómo esperaba

volver a estar contigo, sin que nunca

me vieras cuando te miraba.

Los secretos no sé por qué se guardan;

y este secreto no interesa a nadie,

la vida es sólo cotidiana.

Pero yo escribo para ti estos versos

aunque no tengan importancia.

Mi bella amiga, ¡muchas gracias!

TIEMPO ARRIBA

¿Cómo podrás estar, querida Sabia,

sufriendo con tus ojos todo el día

tanto torvo mural, volada reja,

-comiendo como un pájaro en la nieve-

sonriendo y haciendo que no has visto

tanta pared gritando: «prohibida

la vida», sí, la gran envenenada?

¿Cómo sucede así, querida mía,

sin que quiebren las cosas más hermosas,

sin que el mar caiga al punto en la ruina,

el pan no sea ya el pan, la luz se seque,

y yo no muera o de repente tome

un camino y no sepas de mí nunca ?

Marisa Sabia y otros poemas, 1963.

TÚ Y YO EN EL PUEBLO…

Es todo bien sencillo. Nuestro pueblo

con sus tejados, sus barbechos surtos

en la orilla del campo, el sol colgante,

la torre de la iglesia, nuestras casas,

ya estaban desde siempre por lo visto.

Todos estaban antes, ¡qué sencillo!

Nuestros padres, los suyos, los parientes,

aquí estaban; las viñas daban fruto

al cobijo del llano, hacia septiembre;

explotaban de rojas las sandías

y los membrillos lo aromaban todo

mientras el vino nuevo ardía en las cuevas,

en las tinajas roncas y en los cántaros,

y no habíamos nacido, compañera.

Nunca se tuvo la fe suficiente

para entender a un niño. Por entonces

la vida estaba azul para nosotros.

Oh niña dulce en Tomelloso aquella,

qué tiernecito corazón el tuyo

mientras la guerra… Huelo aquellos años

como el mejor perfume. Ángel nacido

que fuiste tú, y yo el muchacho serio

que, sin saberlo, yendo por las calles

pasa frente a tu puerta y te conoce.

Ah tiempo recordable, sombra izada

como un mal sueño en nuestra juventud,

¿todo ha sido verdad? Qué gran sospecha

nuestra vida pasada allá en el pueblo:

sus fiestas de guardar, sus romerías;

las ferias de septiembre (cuando llevan

los viñeros, los pobres, a sus hijos

Con los zapatos nuevos, que no pueden

andar, ilusionados…); los inviernos

con nieve y con amigos que regresan ;

el pueblo con gramberros por las calles,

gamberros como hermanos, cariñosos,

bromistas del petardo y de los dichos

gordos y hasta poéticos a veces.

Puestos a recordar, hemos venido

de visita a este mundo insatisfecho.

En las tardes del pueblo, sueño que urde

la lejanía en soledad del mundo,

hemos amado tanto en otros seres,

en años, quizá siglos, tantas veces

te miré ensimismado, emocionado,

que hoy ya no es necesario, compañera,

amor mal recobrado, que te diga

cuánto te quise en nuestro pueblo, a solas.

Recordatorio, 1961

ÚLTIMO POEMA DE AMOR

Ayer fue amor. (Ayer, amor, ¿qué ha sido

de la emoción aquella?). A la mañana

amaneció en mi frente un sol venido

desde muy lejos, desde tu ventana.

Hoy te hablo, amiga, en nombre de estas manos

y estos ojos perdidos de hombre ausente

que en ti soñó sus sueños más cercanos

y comprendió la vida de repente.

Amada lluvia fresca en los caminos,

tú ayer estabas en el mar, venías

a hacer los aires tuyos femeninos

desde aquel reino donde tú vivías.

Hoy pareces estar -oh, sueños vanos

de ser y estar aliado de la gente-,

hoy pareces estar convaleciente,

parapetada en mundos sobrehumanos.

Uva de piel radiante, los racimos

hacia tus labios van dando un viraje

desde la tarde aquella que estuvimos

mirando juntos hacia aquel paisaje.

¡Oh, verdades hermosas escondidas!

Tu cabeza inclinada, tu cabeza

vencida por la luz por sorprendidas

palomas y alas dulces de belleza.

Has ilustrado tantos claros días,

has paseado tanto amor… Quién sabe

si ahora te vuelves a esas lejanías

y amas tu corazón aquel, quién sabe.

Hoy quiero amar al tiempo que has tenido

alrededor cuando eras niña apenas;

fuiste entonces tanto, tanto he sido

y ahora somos pasado a manos llenas.

Hoy quiero amar la vida en tu memoria.

Deja tú que la vida represente

sus diminutos dramas y haga historia

de cosas que no son eternamente.

Deja pasar los años… No se evade

la fe con la ceniza pasajera.

No fíes de este mundo, Que traslade

la muerte nuestra sombra verdadera.

Seremos fondo y forma de energía,

cosas de tierra en sí cristalizada.

Al final todos juntos giraremos

al aire y al silencio de la nada.