Benítez Reyes, Felipe

Poeta, novelista, traductor y ensayista español nacido en Rota, Cádiz, en 1960.
Autor de una vasta obra que abarca todos los campos de la literatura, está considerado como una de las voces más influyentes del panorama literario español. Ha sido incluido en las más importantes antologías, gracias a su excelente dominio del lenguaje, que abarca desde  el neosimbolismo de su primera época  hasta la gran versatilidad de sus trabajos poéticos posteriores.
Ha obtenido entre otros, los premios Luis Cernuda, Ojo Crítico, Fundación Loewe, Premio de la Crítica, Premio Nacional de Literatura y Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 1994 por «Vidas improbables».
Parte de su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones:
«Paraíso manuscrito» en 1982, «Los vanos mundos» en 1985, «La mala compañía» en 1989, «Poesía» en 1992, «Sombras particulares» en 1992,
«Paraísos y mundos» en 1996, «El equipaje abierto» en 1996 y «Escaparate de venenos» en el año 2000.

ADVERTENCIA

Si alguna vez sufres -y lo harás-
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.

Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.

De «Los vanos mundos»

ANTOLOGÍA ESENCIAL

El enfermo rugir de la marea…

*
La vaga y fantasmal temperatura…

*
¿El oro del licor? Diría yo ganga…

*
Si el cielo desparrama su neblina…

*
Los árboles -¡tan altos!- que sorprenden
con verdor arrogante a cuanta sombra
en el bosque se adentra…

*
El faetón de los duques de Alburquerque,
subiendo por la calle Méndez Núñez…

*
Plata encendida y sombra de ese fuego
que en tu mano desmaya una flor muerta…

*
Lánguida luz de mar sobre la nieve…

*
Esa niebla ojival de la alborada…

*
Los pasos que da el Tiempo en la tiniebla…

*
Oscuro, insomne, herido y memorioso…

*

Los carros que recorren la rotonda…

*

Cuando caiga la muerte sobre mí,
Dora Villalba…

De «Vidas improbables»

ARTE MENOR

1
Su boca es como un verso.
Es de música y viene
desde el recuerdo.

2
Es falso que el recuerdo
sea la vida.
La vida es otra cosa
más retorcida.

3
En la calle del Olvido
me prometía
una noche a su vera.
Aún espero ese día.

4
La niña del joyero
no se desnuda
si a traducir a César
no se le ayuda.
La tarde aquella
La guerra de las Galias
libré con ella.

5
Se quitaba las medias
mientras decía
que su novio era alférez
de Infantería.

6
Olvera de atardecida.
Por sus calles vagan galgos
como fantasmas. Y la vida
tiene un algo de galgo
fantasmal, crepuscular,
en la Olvera atardecida.

7
En el amor vale menos
el presente que el pasado,
y el mismo amor pesa menos
que los celos.

8
Pero valen
más que el pasado y los celos,
pesan más que el mismo amor,
las noches en el recuerdo.

9
Calle del Conde Negro,
fui sin navaja.
Me asaltaron los otros.
Perdí la plata.

10
La miraba en el bar
y me miraba
con ojos que decían
«No me haces falta»

Porque es artista
y además tiene un novio
surrealista.

De «Vidas improbables»
(“Miguel Fonseca, poeta tradicional”)

CASA DE VERACRUZ

Entré en la casa blanca con mi incierta
llave de cristal frío,
la memoria.
Se mecía
el toldo sobre el patio
como un jirón de niebla. Se mecía
el caballo -qué roto- de cartón
en el cuarto de juego.
Y nada era
nítido allí ni vago, pues los ojos
miran con lente propia los dominios
del cadáver del tiempo,
y nada para el ojo es tan real como la nada,
esa nada que vuela
como un ave enjaulada por la casa vacía,
llena de eternidad agonizante.

La vida que allí estuvo no parece
sino una densidad de desamparo
ante la mano helada del tiempo, engalanada
con anillos que arrojan
el veneno veloz de la melancolía
en la copa que estamos apurando.
Esa mano que pasa
por los juguetes rotos y los muebles,
por el globo terráqueo de marfil
y por los trajes de los muertos,
hieráticos y huecos como estatuas de nadie.

Extraño en ese mundo clausurado,
oí el tiempo moverse.
Su paso de reptil en los espejos.
Y fui abriendo las puertas,
palpando oscuridades ostentosas
exhibidas allí como un resplandor negro,
y supe que era el huésped
de una rancia tiniebla
oculta en mi memoria como un borrón de espanto.

Y andaban por la casa mis vampiros,
rugían por la casa mis monstruos siderales,
volaban como arañas de ceniza
las brujas de los cuentos,
los licántropos
mostraban sus colmillos como puntas de estrella.

Y andaban por allí, vacías sus miradas, los difuntos
con rostros congelados en el hielo
de las fotografías.

Y supe que era el dueño de una niebla.
y tomé posesión de mi memoria.

Cerré la casa blanca con mi llave
-tan fría- de cristal, y ahora no tengo
un lugar en que pueda morir
rodeado de aquellos que me tienden sus manos
desde la orilla turbia que empiezo a divisar.

De “El equipaje abierto”

COMPOSICIÓN DE LUGAR

no me quedan lugares

(hay un sombrero boquiabierto
en el cuarto de huéspedes)

no tengo adónde ir

(un ángel disecado
cuelga de mi salón)

han helado mi casa

(un anciano merienda
momtruos en mi jardín)

dónde he puesto las llaves

(una loca me dice
que soy un policía)

De «Vidas improbables»

DIARIO DE GUERRA

4
Enredada en las zarzas,
la hoja de un periódico:
una muchacha anuncia
una mágica crema contra el vello.

La realidad es un algo en el pasado.

De «Vidas improbables»

EL ACTOR

Los focos han dañado mi vista y mi memoria.
Yo era Hamlet, don Juan o un noble caballero
del siglo diecisiete, sensual y aventurero.
Me halagaba el aplauso, despojo de la gloria.

Las fotos en la prensa, los cocktails… Era hermoso
vivir, y era tan fácil. Por dentro, el decorado
se iba ya derrumbando. (El arte lo he pagado
más caro que la vida.) Fui rico y licencioso.

Tuve lo que los hombres aprecian: tuve amores,
viajé por el mundo, tuve esa cosa vil:
la fama. Y al final no sé quién soy. Adiós,

el telón va a caer por vez última. Las flores
que espero son amargas. ¿Quedará algo de mí?
En los palcos del mundo mi nombre fue el de un dios.

De «Vidas improbables»

EL ARTIFICIO

Un punto de partida, alguna idea
transformada en un ritmo, un decorado
abstracto vagamente o bien simbólico:
el jardín arrasado, la terraza
que el otoño recubre de hojas muertas.
Quizás una estación de tren, aunque mejor
un mar abandonado:

Gaviotas en la playa, pero quién
las ve, y adónde volarán.

Y la insistencia
en la imagen simbólica
de la playa invernai: un viento bronco,
y las olas llegando como garras
a la orilla.

O el tema del jardín:
un espacio de sombra con sonido
de caracola insomne. Un escenario
propicio a la elegía.

Unas palabras
convertidas en música, que basten
para que aquí se citen gaviotas,
y barcos pesarosos en la línea
del horizonte, y trenes
que cruzan las ciudades como torres
decapitadas.

Aquí
se cita un ángel ciego y un paisaje
y un reloj pensativo.

Y aquí tiene
su lugar la mañana de oro lánguido,
la tarde y su caída
hacia un mundo invisible, la noche
con toda su leyenda de pecado y de magia.

Siempre habrá sitio aquí para la luna,
para el triunfante sol, para esas nubes
del crepúsculo desangrado: metáfora
del tiempo que camina hacia su fin.

La música de un verso es un viaje
por la memoria.

Y suena
a instrumento sombrío.

De tal modo
que siempre sus palabras van heridas
de música de muerte:

Gaviotas en la playa…

O bien ese jardín:

Todo es de nieve y sombra,
todo glacial y oscuro.
El viento arrastra un verso
tras otro, en esta soledad. Arrastra
papeles y hojas secas
y un sombrero de copa
del que alguien extrae
mágicamente un verso
final:

Una luz abatida en esta playa.

Y hay un lugar en él para la niebla,
y un cauce para el mar,
y un buque que se aleja.

En cualquier verso tiene
su veneno el suicida,
su refugio el que huye
del hielo del olvido.

Puede
cada verso nombrar desde su engaño
el engaño que alienta en cada vida:
un lugar de ficción, un espejismo,
un decorado que
se desmorona, polvoriento, si se toca.

Pero es sorprendente comprobar
que las viejas palabras ya gastadas,
la cansina retórica, la música
silenciosa del verso, en ocasiones
nos hieren en lo hondo al recordarnos
que somos la memoria
del tiempo fugitivo,
ese tiempo que huye y que refugia
-como un niño asustado de lo oscuro-
detrás de unas palabras que no son
más que un simple ejercicio de escritura.

De “Sombras particulares” 1992

EL FINAL DE LA FIESTA

Copas sobre el césped, mojadas de rocío,
con manchas de carmines estridentes…

En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas
y llegaba la música
en aladas bandejas invisibles del aire.
Los abrazos furtivos, el juego de señales,
los disfraces barrocos y las niñas de nieve
posando de fatales con rosas en los labios.

Copas abandonadas sobre el césped, confetti
flotando en la piscina y un jirón de vestido
prendido en el columpio. Toda la irrealidad
de esa escenografía de los bailes de máscaras
tuvo para nosotros un sentido simbólico:
era la juventud,
vestida de sí misma, estrafalaria y loca,
quemando alegremente sus bengalas,
porque el amanecer traería un viento frío,
una mala resaca como precio. Las copas
quedaron sobre el césped. Flores pisoteadas,
antifaces deshechos, sombreros, serpentinas
diminuto y fantasma que naufragó en el sueño
de aquella noche de verano. En las hogueras
de nuestro corazón los restos de una fiesta,
los restos de una vida. Recogeré las copas,
guardaré mi disfraz en un cajón secreto.
Duró poco la fiesta. De nuevo cae la noche
y la luna se estampa sobre un cielo desnudo.
EL MAR

El hecho de arrojar a un mismo tiempo
las cenizas al mar de todos los cadáveres
que vagan por la bruma de la Historia;
aun toda esa ceniza
unánime, ya digo, en nada alteraría
su continuo fluir:
lentas mareas,
alado oleaje bronco,
y las leyendas graves de su furia.

Errabundo y cautivo, pero siempre
con una disciplina
perfecta: misteriosa y calculada,

óyelo cómo ruge:

el mar narcotizado por las lunas,
homérico, cambiante y maquinal,
con ensenadas de peces
de ojos aterrados que lo exploran
como los pensativos peces de colores
exploran una vez y otra vez y una vez más
el acuario cuajado de palmeras
y cofres de pirata en miniatura.

Igual de fluctuante
que nuestro pensamiento,
míralo,
angustiado de azul indefinible,
asmático, grandioso y teatral,
él,
que huye e invade
según un raro método que tiene
algo que ver quizás con nuestros ciclos
de razón y locura, esas dos caras
de una misma moneda que cae de canto siempre.

Refugio de los seres silenciosos,
inagotable mar de vaivén blanco,
tan dado a todo tipo de metáforas
que suelen recordarnos ciertas veces
en lo mucho que somos como el mar.

EL SÍMBOLO DE TODA NUESTRA VIDA

Hay noches que debieran ser la vida.
Intensas largas noches irreales
con el sabor amargo de lo efímero
y el sabor venenoso del pecado
-como si fuésemos más jóvenes
y aún nos fuese dado malgastar
virtud, dinero y tiempo impunemente.

Debieran ser la vida,
el símbolo de toda nuestra vida,
la memoria dorada de la juventud.
Y, como el despertar repentino de una vieja pasión,
que volviesen de nuevo aquellas noches
para herirnos de envidia
de todo cuanto fuimos y vivimos
y aún a veces nos tienta
con su procacidad.
Porque debieron ser la vida.

Y lo fueron tal vez, ya que el recuerdo
las salva y les concede el privilegio de fundirse
en una sola noche triunfal,
inolvidable, en la que el mundo
pareciera haber puesto
sus llamativas galas tentadoras
a los pies de nuestra altiva adolescencia.

Larga noche gentil, noche de nieve,
que la memoria te conserve como una gema cálida,
con brillo de bengalas de verbena,
en el cielo apagado en el que flotan
los ángeles muertos, los deseos adolescentes.

De “Los vanos mundos”
EL SONETO NOCTURNO

La luna era ese párpado cerrado
que flotaba en el circo de la nada
y el niño retenía la mirada
su hipnótico vagar de astro cegado.

La noche es un jardín narcotizado
con esencias de alquimia y sombra helada
y tu infancia una estrella disecada
en el taller de niebla del pasado.

La luna vive ahora en los relojes
que lanzan sus saetas venenosas
sobre la esfera blanca de este sueño.

De este sueño sin fin del que recoges
la ceniza dorada de esas cosas
de las cuales un día fuiste dueño.
EN CONTRA DEL OLVIDO

Si el tiempo en la memoria no muriese
tan lento y torturado, disponiendo
por tanto una manera melancólica
de volver al pasado y de sentirlo
no como un algo muerto, sino siempre
a punto de morir y siempre herido
-y renacido siempre, y de tiniebla.

Si el tiempo, en fin, tuviese potestad
para borrar su estela de memoria,
para enterrar sin daño los recuerdos
en vez de darles rango de abstracción
-y en las tardes vacías recordar;
con algo de tahúr y algo de mago,
lo que ya sólo es ficción del tiempo
como un viento lejano, un eco frío.

Si todo fuese así, si en el pasado
no fuera uno la estatua de sí mismo
en una plaza oscura y sin palomas
o el actor secundario de una obra
retirada de escena, me pregunto
qué sería -imagina- de nosotros,
que sellamos un pacto tan antiguo
como el color del aire en la mañana.
Qué habría de ser entonces, sin memoria,
de nosotros, que hacemos renacer
al juntar nuestras manos esta noche
tantas noches y lunas y ciudades
y tembloroso mar de las estrellas.

De “Sombras particulares” 1992

EPIGRAMAS

De «Vidas improbables»
(“Lucas Cebrián, Epigramático” )

1
Le dije que lo nuestro envenenaba
a los dos por igual, que era sensato
olvidarnos de todo, cada uno
tenía ya su vida, cada cual
su equipaje de sombras
en distintos andenes.

Muere siempre el amor
de forma violenta.
Ahora puedo
decir que soy el tipo
más desdichado de este mundo.

2
No pasa un día sin que alguna
institución me premie o agasaje.
Los banqueros me sientan a su mesa.
Me adulan los políticos.
Las mujeres se ofrecen, clandestinas,
a viajar conmigo a cualquier parte.

Y yo daría todo
por ver de nuevo, un solo instante,
a los pies de mi cama,
en el Hotel Embajador,
como dos amuletos desgastados,
los zapatos azules de Marcela Ruibal.

3
Cuando todo acabó
-de qué mala manera- entre nosotros,
no tuviste ocurrencia
mejor, ni  más airosa,
que meterte en la cama
de todos mis amigos.
De ese modo -pensaste-
herirías por hondo, y en su centro,
mi vanidad de amante veleidoso.

Pobre niña dolida
y por falsos amores lastimada,
nunca sepas
que hoy tus artes
-y tu extraña manera de gemir-
son vulgar comentario
en vulgares tertulias de café.

4
(Ovidiana)

Puedes ir al Arco de las Comedias algún día
en busca de mujeres que merezcan el gasto,
pero no te detengas
en la Plaza del Cisne: tan sólo encontrarías
a señoras ufanas que se llaman Andrés.

5
Lo dice una canción: «Hay por lo menos
unas cincuenta formas
de dejar a una amante».
Yo he escogido
la más desesperada:
destruirme contigo hasta la muerte.

6
Cuando veo tu ropa tirada por mi cuarto,
me viene al pensamiento la imagen de esa niña
saliendo del colegio con su madre,
hace ahora tres años, y me siento
como un delincuente que acaricia
la mercancía robada,
con un olor de fondo
a goma de borrar y a caramelo.

ESCAPARATE  (fragmentos)
1
Los dedos de mi amante
dibujan en el agua
mi cintura.

5
Las chimeneas de la fundición Gazette,
más allá de estos puentes.

Igual que funde el fuego los metales,
se funde el corazón que rememora.

Esta tarde dorada es un vacío corazón,
un ridículo y pobre
corazón que divaga
con el humo de las chimeneas de la fundición,
allá a lo lejos.

8
La noche se desmaya sobre el río
igual que se derrama
la seda de la bata por mi espalda.

Cuando llegues,
seré un charco de agua detenida
que espera reflejar
la más lejana estrella.

12
En los bares del muelle,
el humo del tabaco
dibuja corrompidos corazones.
En esta habitación, mi cigarrillo
se afana en dibujarme tu figura.

16
Sobre mi copa pon
tus labios fríos.
Otórgale a mi muerte esa medalla.

17
Cuando oigo sus llaves en la puerta,
oigo los cascabeles dorados
que anuncian la llegada del Rey de la Vida.

19
El vaso con jacintos
tiene la perfección
de un mal recuerdo.

20
Mejor, sí, que no hayas venido.
Necesito la noche entera,
su extensa sucesión de lágrimas oscuras,
para vendar mi corazón
con cintas de tiniebla.

21
Cuando tocas mi cuerpo,
soy la puta afortunada
a la que pagan con oro.

De «Vidas improbables»
(“La poetisa Amita Lo”)

JAZZ BAND

el sonido delgado
como el iris
del lanzador de cuchillos de aquel circo barroco
que recorría mi niñez
de condición quimérica

el alfiler con óxido del saxo
tenor
hundido como un talismán de olvido y de infortunio
en el sexo civilizado
de la mulata melancólica
que aún sueña con los ojos de los búhos

qué es esto? Me dirá Y usted
qué hace con un tigre de charol
entre sus manos
en este siglo en que Rilke y los jazmines
son cadáveres finos?

El tacón de una golfa
se está hundiendo en la nieve
y el marqués fusilado
huye en una berlina

Maten ya de una vez a Louis Armstrong
con una escala mixolidia
afilada como un puñal
como un puñal

Maten ya POR FAVOR al negro emocionado

De «Vidas improbables»

KASIDA Y RONDÓ

Las ciudades sin ti no las recuerdo

Son las flores cerradas del mundo

Las ciudades sin ti no tienen nombre

Las ciudades sin ti no las recuerdo

La noche solitaria que parece

Tan sólo una tiniebla vagabunda

La noche en que no estás tiembla mi noche

Si el vacío me mira con tus ojos

Vale más el vacío que la vida

Si me mira el vacío con tus ojos

La noche en soledad corrompe sueños

La noche en que no estás tiembla mi noche

De «El equipaje abierto»
LA CONDENA

El que posee el oro añora el barro.
El dueño de la luz forja tinieblas.
El que adora a su dios teme a su dios.
El que no tiene dios tiembla en la noche.

Quien encontró el amor no lo buscaba.
Quien lo busca se encuentra con su sombra.
Quien trazó laberintos pide una rosa blanca.
El dueño de la rosa sueña con laberintos.

Aquel que halló el lugar piensa en marcharse.
El que no lo halló nunca
es desdichado.
Aquel que cifró el mundo con palabras
desprecia las palabras.
Quien busca las palabras que lo cifren
halla sólo palabras.

Nunca la posesión está cumplida.
Errático el deseo, el pensamiento.
Todo lo que se tiene es una niebla
y las vidas ajenas son la vida.

Nuestros tesoros son tesoros falsos.

Y somos los ladrones de tesoros.

De «Los vanos mundos»
LA DESCONOCIDA

en aquel tren, camino de Lisboa,
en el asiento contiguo, sin hablarte
-luego me arrepentí.
en Málaga, en un antro con luces
del color del crepúsculo, y los dos muy fumados,
y tú no me miraste.
De nuevo en aquel bar de Malasaña,
vestida de blanco, diosa de no sé
qué vicio o qué virtud.
En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes
y tu melena negra, apoyada en la barra
de aquel sitio siniestro,
mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa.
En Granada tus ojos eran grises
y me pediste fuego, y ya no te vi más,
y te estuve buscando.
O a la entrada del cine, en no sé dónde,
rodeada de gente que reía.
Y otra vez en Madrid, muy de noche,
cada cual esperando que pasase algún taxi
sin dirigirte incluso
ni una frase cortés, un inocente comentario…
En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste
por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma,
y vi que te alejabas, y maldije la vida.
Innumerables veces, también,
en la imaginación, donde caminas
a veces junto a mí, sin saber qué decirnos.
Y sí, de pronto en algún bar
o llamando a mi puerta, confundida de piso,
apareces fugaz y cada vez distinta,
camino de tus mundos, donde yo no podré
tener memoria.
LA EDAD DE ORO

Lo que el tiempo se lleve
que sea tanto
como aquello que el tiempo nos dio,
regalo inmerecido,
dejando la memoria en la inocencia
de la vida cumplida, porque nada
hiere más y más hondo que el recuerdo:
mientras dure una noche en la memoria
esa noche es la Noche
y esa intensa memoria la Memoria.

Llévese el tiempo todo
lo que quiera llevarse,
porque todo fue suyo desde siempre

Que desvanezca el tiempo
el oro delincuente del amor
y la imagen hermética de aquello
que llamabas pasado
-y era apenas
ayer: la fugitiva
edad de no tener
edad para el pasado.

Edad de Baudelaire y de muchachas
que adquirían nociones de la vida
en las últimas filas de los cines
y en esos viejos cines de posguerra
convertidos
en locales de baile que cerraban
cuando el cielo quería amanecer.
Amaneceres de domingo,
volviendo a casa con
un vaso aún en la mano
y con tabaco extraño en el bolsillo,
a esa hora en que abrían los cafés
y las damas de caridad montaban mesas
con carteles de niños moribundos.

Y era la muerta luz que amanecía
la metáfora helada y la exacta ilusión de estar quemando
las naves de la eterna juventud.

Pero en su coche fúnebre
el tiempo iba admitiendo pasajeros.

Y las naves quemadas son ceniza
y muy poco de eterna
tuvo la juventud.

Así que arrastre todo, que se lleve
en su vértigo el tiempo la memoria,
dejando
un vacío perfecto en el pasado.

Porque todo recuerdo
se acaba corrompiendo en el presente.
Y este presente ya
de poco va a servirnos.

De poco va a servirnos
el saber que hubo un tiempo en que la vida
valía su peso en oro.

Porque la vida pone
su casa en el pasado.

Y esta casa sombría no parece la nuestra.

De “El equipaje abierto”

LA MAJA Y EL VIEJO

Para un cuadro de Agustin Ubeda

Greciano el caballero, de luto, y una dama.
El la mira pecando. Por un juego de espejos,
hay más damas -él piensa- que en la cama
desnudas se deleitan en tirarle los tejos.

Delante del camastro de colchas historiadas
el hidalgo mirón cata y mide muriente
la traza a la manola, su bella contendiente
de rostro paliducho y esferas sonrosadas.

El pubis de abanico rizado en miniatura
le tiene embelesado. (Ella mira hacia el techo,
temiendo que esta cita retrase la del cura.)

Y al fin el caballero, su honor en descalabro,
de ardores imposibles se desploma en el lecho.
La maja da un suspiro y apaga el candelabro.

De «Vidas improbables»
LA PALABRA

La mano que reposa en la mano de amante,
jugando con la joya de algún aniversario.

Los tacones rojos de una puta vestida de rojo
por el pasillo de un hotel de alfombras rojas.

La adolescente que se pone los calcetines escoceses
en un almacén de bebidas,
sentada sobre un fardo de cartones, mirando su reloj,
contando unos billetes.

El jubilado que vuelve
a casa con un ramo
de rosas sin abrir -y medio siglo
vivido ya- con esa vieja
que cocina sin sal y apenas habla.

El cliente del peep-show, mirando
a través del cristal de la cabina
-como un caleidoscopio de quimeras y bragas-
el girar de unos cuerpos que sonríen.

El muchacho que entra en el bar de ambiente
con ojos de gacela lastimada.

El viajero que besa la foto familiar.

El viajero que desliza
por el mostrador la tarjeta
de crédito y se pierde
con la muchacha elegida por el laberinto de los reservados
bajo las luces especiales de un reino de peluche.
El que pronuncia un nombre, y no se duerme,
y abraza la almohada,

Los colegiales que se besan en los jardines del internado.

La separada joven que mira el teléfono,
rogándole que suene.

El señor atildado que detiene su coche en una esquina
y cierra un trato
con el chapero de las zapatillas de deporte.

El niño que busca el cuarto oscuro
para quedarse a solas con la gélida
imagen de una modelo de revistas de moda.

Contra nosotros mismos: lo que llamamos amor.

Y cada cual pronuncia esa palabra
con un secreto temor y una secreta demencia.

LAS NIÑAS

Llegan con los tacones sucios del barro de los parques,
con un perfume espeso de flores venenosas.
Llegan con gafas negras, radiantes, despeinadas;
la noche las recubre con un palio morado.
Toman licores densos con aires de tragedia.
Tienen nombres de diosa, de colonia o de gato.
No son invulnerables a las historias tristes
y huyen de madrugada, como lunas esquivas.

LAS SOMBRAS DEL VERANO

Aquel verano, delicado y solemne, fue la vida.
Fue la vida el verano, y es ahora
como una tempestad, atormentando
los barcos fantasmales que cruzan la memoria.

Alguien retira flores muertas
del cuarto de los invitados
y hay una luz cansada tendida sobre el suelo,
como un dios malherido, y van yéndose coches
en que agitan pañuelos unos niños.

Trae la noche
un viento helado y bronco que es el viento
del pasado, y en la terraza esparce
hojas secas y rosas y periódicos, mientras miro
el sepulcral avance del mar sobre la arena,
llevándose y trayendo troncos viejos,
hierros llenos de algas, y algún juguete roto.

Ahora recorro
ciudades que son una ciudad sola, y siempre oscura,
cargado de maletas, sin dinero,
buscando un hotel sin nombre
donde alguien me espera
para revelarme aquello que no quiero saber,
para darme una llave…
Oigo esta noche
tu cuerpo desplomarse en la piscina,
y las risas festivas
de los amigos, encendiendo bengalas.
Y estoy
de pronto en una calle, esperándote
para acudir al piso de las citas furtivas
olor a tabaco rancio.

Se muere el mar de otoño
y hay niños que apuñalan las estatuas
y las olas arrastran candelabros, sables rotos.
Alguien que no conozco me persigue llorando
-pero sé que el verano fue la vida.

Llega un balón rodando hasta mis pies,
a la mesa en que escribo.
Unos niños,
con los ojos vacíos, me hablan
y es un eco trasmundano
el que tienen sus voces, que resuenan
en el jardín, como un disco incesante
cada noche, en la memoria.
Estoy de nuevo
en la ciudad entenebrada que nunca he visitado,
buscando direcciones
que dicta la memoria confusa -y un papel
con cifras de teléfonos que suenan
en salones vacíos.
Me he sentado
en un cafetín del muelle a descansar
y alguien comenta a gritos no sé qué
de una niña suicida que encontraron
con las muñecas abiertas, y una carta a sus padres…
Se marchaban los coches cuando el sol declinaba,
mientras yo recogía los juguetes
y el mar iba volviéndose más frío,
verde y bronco.

Oigo pasos
casa no hay nadie.

mi memoria recorre, descalza, el laberinto.

De “La mala compañía”

LOCUS AMOENUS

Hel tallo de la rhosa es de platino
y es hinmortal la rosa y es de umo
Las naves henjoyadas de la noche
las hintelestelares naves cruzan
el corazón de plata de las nubes
con formas de dragones mhaleridos
con cuherpos de tritones moribundos
Yo contemplo los phájaros de niheve
traspasados del láser del crepúsculho
mientras giran harriba los cometas
como sierpes de acero yho contemplo
la sombrah de un satélite distante
reflejada en las rhamas del lahurel
Veo mi rostro a la tarde en la serena
laminilla de zinc de mansos lagos
y de noche mi sed haplacan dulces
las haguas de los mares de Neptuno
las fhuentes de cristal de Casiopea
Mientras sigue su curso la flotante
phantalla de cinema hacia Canopus
mientras corta el hespacio refulgente
un plathillo de lujo en que vihajan
pequeños abitantes de asteroides
recorro con la vista los arbustos
en flor -es primhavera- de Saturnoh

De «Vidas improbables»

(o El Paraíso de la hache fortuita)

LOS MALES DESPERTARES

Defiéndete de ellas. De esas noches
que merecen los turbios homenajes
de la literatura, y que tú ves brillar
en esa joya oscura
-y banal-
que es siempre una metáfora.

-Vosotras,
noches furtivas, malas perras
de arrabal.

Las que perduran
como emblema de juventud en la memoria
no son noches de amor,
sino de gloria pasajera, de tiniebla
y temor, cuando el fondo de un vaso
describe el cielo sucio
que recorre la estrella
fugaz de la alegría.

Defiéndete de ellas. Del disfraz
literario con que ocultan
su carne de ángel muerto,
su luna de guiñol entenebrada.

Defiéndete de ellas.
Y entre la luz de nuevo
-y entre el aire inocente-
en esta habitación enrarecida.

LOS VANOS MUNDOS

Allí donde se agrupan los tenderetes blancos
de los libreros, con mercancía escasa
y a menudo banal;

allí donde más claramente se confunden
palabras y monedas, el desdén y el olvido
hacia autores triviales;

allí donde se mezclan muy raras ediciones
con el libro vulgar;

allí donde está escrita la sombra de una mano
no diestra en dar memoria de su mundo,
no templada en el arte,
que es incierto, y de trato difícil;

allí donde los libros son apenas mercado
de la desolación,
de un hermoso fingir lo que no es cierto
ni tiene falsedad y poco importa,
la sensación de vida es algo extraño
y un gesto no muy noble, allí la vida.

MISERIA DE LA POESÍA

La lenta concepción de una metáfora
o bien ese temblor que a veces queda
después de haber escrito algunos versos
¿justifican una vida? Sé que no.
Pero tampoco ignoro que, aun no siendo
cifra de una existencia, esas palabras
dirán que quien dispuso su armonía
supo ordenar un mundo. ¿Y eso basta?
Los años van pasando y sé que no.
Hay algo de grandeza en esta lucha
y en cierto modo tengo
la difusa certeza de que existe
un verso que contiene ese secreto
trivial y abominable de la rosa:
la hermosura es el rostro de la muerte.
Si encontrase ese verso, ¿bastaría?
Tal vez no. Su verdad, ¿sería tanta
como para crear un mundo, para darle
color nuevo a la noche y a la luna
un anillo de fuego, y unos ojos
y un alma a Galatea, y unos mares
de nieve a los desiertos? Sé que no.
PALABRAS PRIVADAS

1
Nos hemos hecho daño
y el tiempo ya no pasa indiferente.
Por qué es tan alto el precio del olvido
no sabemos, y herimos
con una relajada displicencia
aun teniendo muy claro que algún día
alguien recordará el dolor que le causamos,
porque el dolor persiste en la memoria
con una obstinación insobornable,
y es fiel, y es rencoroso, y el perdón no le afecta.

Nos hemos hecho daño.
Y la juventud dorada era de nieve.

2
Para el amor altivo la condena
de un alto dolor. Para el amor
que se enfrenta a la muerte,
iluminando la tiniebla con fuegos de artificio,
para ese amor la herida
de las crepusculares sombras.

Para el amor que ignora la sustancia
funeral de la rosa, turbio aroma de un día;
que desconoce destrucción y nada sabe
del peso oscuro que en el alma dejan
los años, que van huyendo
como lobos heridos por un bosque de niebla.

Para el amor altivo ya sabéis: ese fuego
de llamaradas lentas donde arde
como una estrella enferma el corazón.

Para el altivo amor nunca hay olvido:
su dardo está clavado
en el centro sombrío de la vida.

3
Hay siempre mar de fondo en el amor.
Hay siempre lunas muertas, estrellas despuntadas,
sombras de muertos ángeles.
Hay siempre nubes negras y el cadáver de un cisne.

Hay un viento que arrastra los jirones de niebla
y una mano enemiga que desgarra la niebla.
Hay siempre mar de fondo,
siempre esconde el amor su aurora oscura.
PERSISTENCIA DEL OLVIDO

Recuerdo una ciudad como recuerdo un cuerpo.

Caía ya la luz sobre las calles
ya caía en tu cuerpo
-en un hotel oscuro, o en no sé
qué habitación sin muebles de no sé
qué ciudad- la luz agonizante
de velas encendidas.

Un temblor
de velas, o un temblor de árboles,
en el otoño sucedía  -no lo sé-
en la ciudad que no recuerdo
-ya esa desmemoriada sensación
de haber estado allí, ignoro adónde,
con alguien que no sé,
quizás en la ciudad que siempre olvido.

Tal vez era la lluvia: mi pasado
ocupa un escenario de calles desoladas.
Sin duda era la lluvia golpeando
los cristales de un taki, con alguien a mi lado,
con alguien que ha perdido
sus rasgos con el tiempo.

O era yo
-no lo sé-, tal vez yo mismo
reflejado en cristales mojados por la lluvia.
Quizás era en verano, no recuerdo,
y era otra ciudad la que ahora olvido.
Una ciudad con bares junto al mar,
donde tú nunca estabas.

No sé bien
qué ciudad era aquélla en que la luz
tenía la apariencia de una flor abrasada,
pero tus manos frías estaban en mis manos,
tal vez en algún cine con palcos de oro viejo,
en su caliente oscuridad.

Una ciudad
se vive como un cuerpo,
se olvida como él.

Posiblemente
ahora evoco ciudades que existieron
al lado de esos cuerpos que existieron
en ciudades que existen tal vez en el olvido.
Que deben existir, pero no sé.

REACCIONES EN CADENA

«No quiero que me toques
nunca más», me dijiste.

Yo me puse
a quemar buzones y cabinas,
a insultar a la gente como un perro,
a buscar bronca,
y, cuando ya amanecía,
conduje haciendo eses
por la autopista
en un buga robado
del color de la sangre.

De «Vidas improbables»
(Pau Rinkel, cantor del lumpen)
SOLEDADES

Nos van dejando solos los mayores. Se irán
la fresca juventud y los amores cálidos.
Y partirán de pronto, sucederán qué cosas,
propiciarán qué cartas, y qué libros amargos.

Alzando va ya el tiempo la alta torre
de la soledad, que nubla el cielo.
Y nos llama la sombra con su mano enemiga.
Y se adentra en lo oscuro
nuestra herida memoria.

Ya nos lleva la vida por senda entenebrada,
solos ante la destrucción de cuanto amamos.

Y ese viento que ahuyenta las estrellas…