Méndez, Concha

Méndez, Concha

Poeta española nacida en Madrid en 1898.

Se educó en un colegio francés cuya influencia se observó en sus primeros versos. Durante la primera guerra mundial

conoció a Luis Buñuel quien contribuyó a su conocimiento del Siglo de Oro.

Amiga de García Lorca y Rafael Alberti, frecuentó reuniones, lecturas poéticas y exposiciones con la joven generación

artística de los años treinta.

En 1926 publicó su primer libro, «Inquietudes», dos años después, «Surtidor» y «Canciones de mar y tierra» en 1930.

La segunda etapa de su obra está marcada por su matrimonio con el poeta Manuel Altolaguirre, su maternidad, el exilio

y su posterior separación matrimonial. «Vida a vida» , «Niño y sombras» y «Lluvias enlazadas», son los tres poemarios

que hacen parte de esta etapa.

En 1944 se radicó en México hasta su muerte en 1986

Ancho es el mar; él ha de separamos…

Ancho es el mar; él ha de separamos;
quedarán nuestras almas enlazadas.
Como un último retrato, en nuestros ojos
impresas lucirán nuestras miradas.

El barco en que he de ir está en el puerto;
a éste seguirá otro en que tú vayas.
Te esperarán mis brazos, no se en dónde…
tal vez en algún puerto… en una playa..!

De qué trigal malherido…

¿De qué trigal malherido
te fueron a levantar,
mi pobre ángel caído?

¿Acaso era tu destino
ir tan lejos a acabarte
y por eso tanta prisa
tenías cuando marchaste?

¿Era la cita en Castilla
y esa noche castellana
para acogerte en sus brazos
a esa hora te esperaba?

¡Qué ajena estaba mi vida
a que tu vida marchaba
en un viaje de ida
sin más vuelta ni más nada!…

En una tarde, como tantas tardes…

En una tarde, como tantas tardes,
y en un gran parque de ciudad lejana,
para evadirse del rumor ajeno
conmigo misma paseando estaba.

Era el frescor intenso, se veían
sobre los verdes las señales de agua,
agua primaveral que da a la tierra
cierta sensualidad que nos exalta.

En un remanso del florido parque,
junto a un banco de piedra verde y blanca,
un gran rosal lucía en la penumbra
-la tarde ese momento declinaba-.
Me senté a reposar y ancho perfume
sentí que en mis sentidos se adentraba.
y se me vino al alma extraña angustia.
El ala de un recuerdo aleteaba…
¡Ah, sí, ya. sé!… ¡Perfume de unas rosas!…
¡Otro país!… ¡El mío!… ¡Ya llegaba
a comprender por qué!…
¡Era en sus brazos
donde un perfume igual yo respiraba!


Eran verdes como un mar…

Eran verdes como un mar,
con reflejos de alto cielo.
-¡Qué bien sabían mirar!-
unos ojos que recuerdo.

En la penumbra lucían
con una luz de misterio,
como dos claros abismos
abiertos a mil deseos.

Muchas horas tuve cerca
los ojos verdes aquellos,
que implorantes me miraban
¡y yo hacia por no verlos!

Y hoy que mirarlos quisiera,
están tan lejos…, ¡tan lejos!

La risa

Alguien dijo que «la risa
es la gran enterradora».
Algo se me está enterrando
porque río a todas horas.

Los brazos que te han llevado…

Los brazos que te han llevado,
no te dejan escapar
para volver a mi lado.

Nos separa un ancho mar
de difíciles tormentas,
y náufrago has de llegar,
si es que vuelves a mi puerta,
para quererte salvar.

Brazos que te sujetaron
para alejarte de mí,
¡a mí sí que me salvaron!…

Cuando ya no sepa de ti
¡qué bien estaré en la vida!,
cuando ya no sepa de ti.

Cuando no vuelvas a verme
y mis horas sean mías
y yo vuelva a ser quien era
lejos de tu compañía:

Cuando no te vean mis ojos,
¡qué bien me sabrá la vida!

No faltará quien se alegre…
Unos, porque no me quieran,
y alguna porque me quiere…

Tan sola no me has dejado,
que estoy conmigo y me basta
-igual que siempre lo he estado…

Me levanté hasta el sueño. En busca iba…

“La vida es ciervo herido
que las flechas le dan alas.”
Góngora

Me levanté hasta el sueño. En busca iba
de no sentir la herida que abrasaba.
Las duras flechas del dolor hicieron
brotar en mí el clavel de nueva llaga.

Corriendo al par carrera con el viento
y perseguida por amante llama,
la vida es ciervo herido sin remedio,
que las flechas le dan veneno y alas.

Ni me entiendo ni me entienden…

Ni me entiendo ni me entienden;
ni me sirve alma ni sangre;
lo que veo con mis ojos
no lo quiero para nadie.

Todo es extraño a mí misma,
hasta la luz, hasta el aire,
porque ni acierto a mirarla;
ni sé cómo respirarle.

Y si miro hacia la sombra
donde la luz se deshace,
temo también deshacerme
y entre la sombra quedarme
confundida para siempre
en ese misterio grande.

Quisiera tener varias sonrisas de recambio…

Quisiera tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme…

Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil maniobra, la caricia del daño.

Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final… el lavarse tan tranquilos las manos.

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo…

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.

Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.

Todo, menos venir para acabarse…

Todo, menos venir para acabarse.
Mejor rayo de luz que nunca cesa;
o gota de agua que se sube al cielo
y se devuelve al mar en las tormentas.

O ser aire que corra los espacios
en forma de huracán, o brisa fresca.
¡Todo, menos venir para acabarse,
como se acaba, al fin, nuestra existencia!

Ven a mí que vas herido…

Ven a mí que vas herido
que en este lecho de sueños
podrás descansar conmigo.

Ven, que ya es la media noche
y no hay reloj del olvido
que sus campanadas vierta
en mi pecho dolorido.