Girondo, Oliverio

Reseña biográfica

Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1891, en el seno de una familia adinerada que le procuró una esmerada educación en importantes centros educativos europeos.

Estudió Derecho, y muy pronto, a raíz de sus contactos con los poetas exponentes de la vanguardia europea, publicó en 1922 su primer libro de poemas, «Veinte poemas para ser leídos en el tranvía», seguidos luego por «Calcomanías» en 1925, «Espantapájaros» en 1932, «Persuasión de los días» en 1942, «Campo nuestro» en 1946 y «En la masmédula» en 1954, obra que constituye en su trabajo más audaz en el campo de la poesía.

Al iniciarse la década de los años cincuenta, guiado por su interés en las artes plásticas, incursionó en la pintura con una marcada tendencia surrealista, gracias a su profundo conocimiento de la pintura francesa.

En 1961 sufrió un grave accidente que le disminuyó sus condiciones físicas. En 1965 viajó por última vez a Europa y a su regreso a Buenos Aires, falleció en 1967.

Aparición urbana

¿Surgió de bajo tierra?

¿Se desprendió del cielo?

Estaba entre los ruidos,

herido,

malherido,

inmóvil,

en silencio,

hincado ante la tarde,

ante lo inevitable,

las venas adheridas

al espanto,

al asfalto,

con sus crenchas caídas,

con sus ojos de santo,

todo, todo desnudo,

casi azul, de tan blanco.

Hablaban de un caballo.

Yo creo que era un ángel.

¡Azotadme!

¡Azotadme!

Aquí estoy,

¡azotadme!

Merezco que me azoten.

No lamí la rompiente,

la sombra de las vacas,

las espinas,

la lluvia;

con fervor,

durante años;

descalzo,

estremecido,

absorto,

iluminado.

No me postré ante el barro,

ante el misterio intacto

del polen,

de la cama,

del gusano,

del pasto;

por timidez,

por miedo,

por pudor,

por cansancio.

No adoré los pesebres,

las ventanas heridas,

los ojos de los burros,

los manzanos,

el alba;

sin restricción,

de hinojos,

entregado,

desnudo,

con los poros erectos,

con los brazos al viento,

delirante,

sombrío;

en comunión de espanto,

de humildad,

de ignorancia,

como hubiera deseado…

¡como hubiera deseado!

Balaúa

De oleaje tú de entrega de redivivas muertes

en el la maramor

plenamente amada

tu néctar piel de pétalo desnuda

tus bipanales senos de suave plena luna

con su eromiel y zumbos y ritmos y mareas

tus tús y más que tús

tan eco de eco mío

y llamarada suya de la muy sacra cripta mía tuya

dame tu

Balaúa

Calle de las sierpes

A D. Ramón Gómez de la Serna

Una corriente de brazos y de espaldas

nos encauza

y nos hace desembocar

bajo los abanicos,

las pipas,

los anteojos enormes

colgados en medio de la calle;

únicos testimonios de una raza

desaparecida de gigantes.

Sentados al borde de las sillas,

cual si fueran a dar un brinco

y ponerse a bailar,

los parroquianos de los cafés

aplauden la actividad del camarero,

mientras los limpiabotas les lustran los zapatos

hasta que pueda leerse

el anuncio de la corrida del domingo.

Con sus caras de mascarón de proa,

el habano hace las veces de bauprés,

los hacendados penetran

en los despachos de bebidas,

a muletear los argumentos

como si entraran a matar;

y acodados en los mostradores,

que simulan barreras,

brindan a la concurrencia

el miura disecado

que asoma la cabeza en la pared.

Ceñidos en sus capas, como toreros,

los curas entran en las peluquerías

a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez

y cuando salen a la calle

ya tienen una barba de tres días.

En los invernáculos

edificados por los círculos,

la pereza se da como en ninguna parte

y los socios la ingieren

con churros o con horchata,

para encallar en los sillones

sus abulias y sus laxitudes de fantoches.

Cada doscientos cuarenta y siete hombres,

trescientos doce curas

y doscientos noventa y tres soldados,

pasa una mujer.

A medida que nos aproximamos

las piedras se van dando mejor.

Campo nuestro

En lo alto de esas cumbres agobiantes

hallaremos laderas y peñascos,

donde yacen metales, momias de alga,

peces cristalizados;

pero jamás la extensa certidumbre

de que antes de humillarnos para siempre,

has preferido, campo, el ascetismo

de negarte a ti mismo.

Fuiste viva presencia o fiel memoria

desde mis más remota prehistoria.

Mucho antes de intimar con los palotes

mi amistad te abrazaba en cada poste.

Chapaleando en el cielo de tus charcos

me rocé con tus ranas y tus astros.

Junto con tu recuerdo se aproxima

el relente a distancia y pasto herido

con que impregnas las botas… la fatiga.

Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?

hasta encontrarlo dentro de uno mismo.

Siempre volvemos, campo, de tus tardes

con un lucero humeante…

entre los labios.

Una tarde, en el mar, tú me llamaste,

pero en vez de tu escueta reciedumbre

pasaba ante la borda un campo equívoco

de andares voluptuosos y evasivos.

Me llamaste, otra vez, con voz de madre

Y en tu silencio sólo halló una vaca

junto a un charco de luna arrodillada;

arrodillada, campo, ante tu nada.

Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,

te me vas, despacio, para adentro…

al trote corto, campo, al trotecito.

Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.

Entra y descansa, campo. Desensilla.

Deja de ser eterna lejanía.

Cuanto más te repito y te repito

quisiera repetirte al infinito.

Nunca permitas, campo, que se agote

nuestra sed de horizonte y de galope.

Templa mis nervios, campo ilimitado,

al recio diapasón del alambrado.

Aquí mi soledad. Esta mi mano.

Dondequiera que vayas te acompaño.

Si no hubieras andado siempre solo

¿todavía tendrías voz de toro?

Tu soledad, tu soledad… ¡la mía!

Un sorbo tras el otro, noche y día,

como si fuera, campo, mate amargo.

A veces soledad, otras silencio,

pero ante todo, campo: padre-nuestro.

Cansancio

Cansado.

¡Sí!

Cansado

de usar un solo bazo,

dos labios,

veinte dedos,

no sé cuántas palabras,

no sé cuántos recuerdos,

grisáceos,

fragmentarios.

Cansado,

muy cansado

de este frío esqueleto,

tan púdico,

tan casto,

que cuando se desnude

no sabré si es el mismo

que usé mientras vivía.

Cansado.

¡Sí!

Cansado

por carecer de antenas,

de un ojo en cada omóplato

y de una cola auténtica,

alegre,

desatada,

y no este rabo hipócrita,

degenerado,

enano.

Cansado,

sobre todo,

de estar siempre conmigo,

de hallarme cada día,

cuando termina el sueño,

allí, donde me encuentre,

con las mismas narices

y con las mismas piernas;

como si no deseara

esperar la rompiente con un cutis de playa,

ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,

acariciar la tierra con un vientre de oruga,

y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

Dicotomía incruenta

Siempre llega mi mano

más tarde que otra mano que se mezcla a la mía

y forman una mano.

Cuando voy a sentarme

advierto que mi cuerpo

se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse

adonde yo me siento.

Y en el preciso instante

de entrar en una casa,

descubro que ya estaba

antes de haber llegado.

Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,

y que mientras me rieguen de lugares comunes,

ya me encuentre en la tumba,

vestido de esqueleto,

bostezando los tópicos y los llantos fingidos.

Dietética

Hay que ingerir distancia,

lanudos nubarrones,

secas parvas de siesta,

arena sin historia,

llanura,

vizcacheras,

caminos con tropillas

de nubes,

de ladridos,

de briosa polvareda.

Hay que rumiar la yerba

que sazonan las vacas

con su orín,

y sus colas;

la tierra que se escapa

bajo los alambrados,

con su olor a chinita,

a zorrino,

a fogata,

con sus huesos de fósil,

de potro,

de tapera,

y sus largos mugidos

y sus guampas, al aire,

de molino,

de toro…

Hay que agarrar la tierra,

calentita o helada,

y comerla

¡comerla!

¿Dónde?

¿Me extravié en la fiebre?

¿Detrás de las sonrisas?

¿Entre los alfileres?

¿En la duda?

¿En el rezo?

¿En medio de la herrumbre?

¿Asomado a la angustia,

al engaño,

a lo verde?…

No estaba junto al llanto,

junto a lo despiadado,

por encima del asco,

adherido a la ausencia,

mezclado a la ceniza,

al horror,

al delirio.

No estaba con mi sombra,

no estaba con mis gestos,

más allá de las normas,

más allá del misterio,

en el fondo del sueño,

del eco,

del olvido.

No estaba.

¡Estoy seguro!

No estaba.

El puro no

El no

el no inóvulo

el no nonato

el noo

el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan

y nooan

y plurimono noan al morbo amorfo noo

no démono

no deo

sin son sin sexo ni órbita

el yerto inóseo noo en unisolo amódulo

sin poros ya sin nódulo

ni yo ni fosa ni hoyo

el macro no ni polvo

el no más nada todo

el puro no

sin no

Ella

Es una intensísima corriente

un relámpago ser de lecho

una dona mórbida ola

un reflujo zumbo de anestesia

una rompiente ente florescente

una voraz contráctil prensil corola entreabierta

y su rocío afrodisíaco

y su carnalesencia

natal

letal

alveolo beodo de violo

es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que

estrellan y disgregan

aunque Dios sea su vientre

pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada

una libélula de médula

una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes

un chupochupo súcubo molusco

que gota a gota agota boca a boca

la mucho mucho gozo

la muy total sofoco

la toda ¡shock! tras ¡shock!

la íntegra colapso

es un hermoso síncope con foso

un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico

un ¡knock out! técnico dichoso

si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno

el sedimento aglutinante de un precipitado de labios

el obsesivo residuo de una solución insoluble

un mecanismo radioanímico

un terno bípedo bullente

un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio

y espasmos lírico-dramáticos

aunque tal vez sea un espejismo

un paradigma

un eromito

una apariencia de la ausencia

una entelequia inexistente

las trenzas náyades de Ofelia

o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable

una despótica materia

el paraíso hecho carne

una perdiz a la crema.

Escrúpulo

Me parece que vivo

que estoy entre los ruidos

que miro las paredes,

que estas manos son mías,

pero quizás me engañe

y paredes y manos

sólo sean recuerdos

de una vida pasada.

He dicho “me parece”

yo no aseguro nada.

Gratitud

Gracias aroma

azul,

fogata

encelo.

Gracias pelo

caballo

mandarino.

Gracias pudor

turquesa

embrujo

vela,

llamarada

quietud

azar

delirio.

Gracias a los racimos

a la tarde,

a la sed

al fervor

a las arrugas,

al silencio

a los senos

a la noche,

a la danza

a la lumbre

a la espesura.

Muchas gracias al humo

a los microbios,

al despertar

al cuerno

a la belleza,

a la esponja

a la duda

a la semilla

a la sangre

a los toros

a la siesta.

Gracias por la ebriedad,

por la vagancia,

por el aire

la piel

las alamedas,

por el absurdo de hoy

y de mañana,

desazón

avidez

calma

alegría,

nostalgia

desamor

ceniza

llanto.

Gracias a lo que nace,

a lo que muere,

a las uñas

las alas

las hormigas,

los reflejos

el viento

la rompiente,

el olvido

los granos

la locura.

Muchas gracias gusano.

Gracias huevo.

Gracias fango,

sonido.

Gracias piedra.

Muchas gracias por todo.

Muchas gracias.

Oliverio Girondo,

agradecido.

Hazaña

Todo,

todo,

en el aire,

en el agua,

en la tierra

desarraigado y ácido,

descompuesto,

perdido.

El agua hecha caballo antes que nube y lluvia.

Los toros transformados en sumisas poleas.

El engaño sin malla,

sin “tutu”,

sin pezones.

La impúdica mentira exhibiendo el trasero

en todas las posturas,

en todas las esquinas.

Las polillas voraces de expediente cocido,

disfrazadas de hiena,

de tapir con mochila.

Las techumbres que emigran en oscuras bandadas.

Las ventanas que escupen dentaduras de piano,

cacerolas,

espejos,

piernas carbonizadas.

Porque mirad

sin musgo,

mi corazón de yesca,

qué hicimos,

qué hemos hecho

con nuestras pobres manos,

con nuestros esqueletos de invierno y de verano.

Desatar el incendio.

Aplaudir el desastre.

Trasladar,

sobre caucho,

apetitos de pústula.

Prostituir los crepúsculos.

Adorar los bulones

y los secos cerebros de nuez reblandecida…

Como si no existiera más que el sudor y el asco;

como si sólo ansiáramos nutrir con nuestra sangre

las raíces del odio;

como si ya no fuese bastante deprimente

saber que sólo somos un pálido excremento

del amor,

de la muerte.

Llorar a lágrima viva…

Llorar a lágrima viva.

Llorar a chorros.

Llorar la digestión.

Llorar el sueño.

Llorar ante las puertas y los puertos.

Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,

las compuertas del llanto.

Empaparnos el alma, la camiseta.

Inundar las veredas y los paseos,

y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando.

Festejar los cumpleaños familiares, llorando.

Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo…

si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos

no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz, con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría.

Llorar de frac, de flato, de flacura.

Llorar improvisando, de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Lo que esperamos

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía

los émbolos,

la usura,

el sudor,

las bobinas

seguirán produciendo,

al por mayor,

en serie,

iniquidad,

ayuno,

rencor,

desesperanza;

para que las lombrices con huecos portasenos,

las vacas de embajada,

los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,

se sacien de adulterios,

de hastío,

de diamantes,

de caviar,

de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años

para que estos crustáceos

del asfalto

y la mugre

se limpien la cabeza,

se alejen de la envidia,

no idolatren la saña,

no adoren la impostura,

y abandonen su costra

de opresión,

de ceguera,

de mezquindad.

de bosta.

Pero, quizás, un día,

antes de que la tierra se canse de atraernos

y brindarnos su seno,

el cerebro les sirva para sentirse humanos,

ser hombres,

ser mujeres,

-no cajas de caudales,

ni perchas desoladas-,

someter a las ruedas,

impedir que nos maten,

comprobar que la vida se arranca y despedaza

los chalecos de fuerza de todos los sistemas;

y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas

se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces…

¡Ah!, ese día

abriremos los brazos

sin temer que el instinto nos muerda los garrones,

ni recelar de todo,

hasta de nuestra sombra;

y seremos capaces de acercarnos al pasto,

a la noche,

a los ríos,

sin rubor,

mansamente,

con las pupilas claras,

con las manos tranquilas;

y usaremos palabras sustanciosas,

auténticas;

no como esos vocablos erizados de inquina

que babean las hienas al instarnos al odio,

ni aquellos que se asfixian

en estrofas de almíbar

y fustigada clara de huevo corrompido;

sino palabras simples,

de arroyo,

de raíces,

que en vez de separarnos

nos acerquen un poco;

o mejor todavía

guardaremos silencio

para tomar el pulso a todo lo que existe

y vivir el milagro de cuanto nos rodea,

mientras alguien nos diga,

con una voz de roble,

lo que desde hace siglos

esperamos en vano.

Mi lu

mi lubidulia

mi golocidalove

mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma

y descentratelura

y venusafrodea

y me nirvana el suyo la crucis los desalmes

con sus melimeleos

sus erpsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y gormullos

mi lu

mi luar

mi mito

demonoave dea rosa

mi pez hada

mi luvisita nimia

mi lubísnea

mi lu más lar

más lampo

mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio

mi lubella lusola

mi total lu plevida

mi toda lu

lumía

Milonga

Sobre las mesas,

botellas decapitadas de «champagne» con corbatas blancas de payaso,

baldes de níquel que trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de «cocottes»

El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso,

contradice el pelo rojo de la alfombra,

imana los pezones, los pubis y la punta de los zapatos.

Machos que se quiebran en corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros,

la jeta hinchada de palabras soeces.

Hembras con las ancas nerviosas,

un poquito de espuma en las axilas y los ojos demasiado aceitados.

De pronto se oye un fracaso de cristales.

Las mesas dan un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire.

Un enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía dentro;

mientras en un oleaje de brazos y de espaldas estallan las trompadas,

como una rueda de cohetes de bengala.

Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.

Mito

Mito

mito mío

acorde de luna sin piyamas

aunque me hundas tus psíquicas espinas

mujer pescada poco antes de la muerte

aspirosorbo hasta el delirio tus magnolias calefaccionadas

cuanto decoro tu lujosísimo esqueleto

todos los accidentes de tu topografía

mientras declino en cualquier tiempo

tus titilaciones más secretas

al precipitarte

entre relámpagos

en los tubos de ensayo de mis venas.

No se me importa un pito que las mujeres…

No se me importa un pito que las mujeres

tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;

un cutis de durazno o de papel de lija.

Le doy una importancia igual a cero,

al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco

o con un aliento insecticida.

Soy perfectamente capaz de sorportarles

una nariz que sacaría el primer premio

en una exposición de zanahorias;

¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,

bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,

tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?

¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo

y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,

volaba del comedor a la despensa.

Volando me preparaba el baño, la camisa.

Volando realizaba sus compras, sus quehaceres…

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,

de algún paseo por los alrededores!

Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.

“¡María Luisa! ¡María Luisa!”… y a los pocos segundos,

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,

para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia

que nos aproximaba al paraíso;

durante horas enteras nos anidábamos en una nube,

como dos ángeles, y de repente,

en tirabuzón, en hoja muerta,

el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…,

aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!

¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes…

la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea,

¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?

¿Verdad que no hay diferencia sustancial

entre vivir con una vaca o con una mujer

que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender

la seducción de una mujer pedestre,

y por más empeño que ponga en concebirlo,

no me es posible ni tan siquiera imaginar

que pueda hacerse el amor más que volando.

No soy quien escucha…

No soy quien escucha

ese trote llovido que atraviesa mis venas.

No soy quien se pasa la lengua entre los labios,

al sentir que la boca se me llena de arena.

No soy quien espera,

enredado en mis nervios,

que las horas me acerquen el alivio del sueño,

ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,

mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.

No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.

Nocturno

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.

Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.

Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.

Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.

¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,

y cuál será la intención de los papeles

que se arrastran en los patios vacíos?

Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,

y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,

como si se asfixiaran dentro de las paredes.

A veces se piensa,

al dar vuelta la llave de la electricidad,

en el espanto que sentirán las sombras,

y quisiéramos avisarles

para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.

Y a veces las cruces de los postes telefónicos,

sobre las azoteas,

tienen algo de siniestro

y uno quisiera rozarse a las paredes,

como un gato o como un ladrón.

Noches en las que desearíamos

que nos pasaran la mano por el lomo,

y en las que súbitamente se comprende

que no hay ternura comparable

a la de acariciar algo que duerme.

Nocturno 2

Debajo de la almohada

una mano,

mi mano,

que se agranda,

se agranda

inexorablemente,

para emerger,

de pronto,

en la más alta noche,

abandonar la cama,

traspasar las paredes,

mezclarse con las sombras,

distenderse en las calles

y recubrir los techos de las casas sonámbulas.

A través de mis párpados

yo contemplo sus dedos,

apacibles,

tranquilos,

de ciclópeas falanges;

los millares de ríos

zigzagueantes,

resecos,

que recorren la palma desierta de esa mano,

desmesurada,

enorme,

adherida al insomnio,

a mi brazo,

a mi cuerpo

diminuto,

perdido

en medio de las sábanas;

sin explicarme cómo esa mano

es mi mano,

ni saber por qué causa se empeña en disminuirme.

Paisaje bretón

Douarnenez,

en un golpe de cubilete,

empantana

entre sus casas como dados,

un pedazo de mar,

con un olor a sexo que desmaya.

¡Barcas heridas, en seco, con las alas plegadas!

¡Tabernas que cantan con una voz de orangután!

Sobre los muelles,

mercurizados por la pesca,

marineros que se agarran de los brazos

para aprender a caminar,

y van a estrellarse

con un envión de ola

en las paredes;

mujeres salobres,

enyodadas,

de ojos acuáticos, de cabelleras de alga,

que repasan las redes colgadas de los techos

como velos nupciales.

El campanario de la iglesia,

es un escamoteo de prestidigitación,

saca de su campana

una bandada de palomas.

Mientras las viejecitas,

con sus gorritos de dormir,

entran a la nave

para emborracharse de oraciones,

y para que el silencio

deje de roer por un instante

las narices de piedra de los santos.

1920

De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”

Pleamar

Nada ansío de nada,

mientras dura el instante de eternidad que es todo,

cuando no quiero nada.

Poema 12

Se miran, se presienten, se desean,

se acarician, se besan, se desnudan,

se respiran, se acuestan, se olfatean,

se penetran, se chupan, se demudan,

se adormecen, se despiertan, se iluminan,

se codician, se palpan, se fascinan,

se mastican, se gustan, se babean,

se confunden, se acoplan, se disgregan,

se aletargan, fallecen, se reintegran,

se distienden, se enarcan, se menean,

se retuercen, se estiran, se caldean,

se estrangulan, se aprietan se estremecen,

se tantean, se juntan, desfallecen,

se repelen, se enervan, se apetecen,

se acometen, se enlazan, se entrechocan,

se agazapan, se apresan, se dislocan,

se perforan, se incrustan, se acribillan,

se remachan, se injertan, se atornillan,

se desmayan, reviven, resplandecen,

se contemplan, se inflaman, se enloquecen,

se derriten, se sueldan, se calcinan,

se desgarran, se muerden, se asesinan,

resucitan, se buscan, se refriegan,

se rehuyen, se evaden, y se entregan.

Puedes juntar las manos

La gente dice:

Polvo,

Sideral,

Funerario,

y se queda tranquila,

contenta,

satisfecha.

Pero escucha ese grillo,

esa brizna de noche,

de vida enloquecida.

Ahora es cuando canta

Ahora

y no mañana

Precisamente ahora.

Aquí.

A nuestro lado…

como si no pudiera cantar en otra parte.

¿Comprendes?

Yo tampoco.

Yo no comprendo nada.

No tan sólo tus manos son un puro milagro.

Un traspiés,

un olvido,

y acaso fueras mosca,

lechuga,

cocodrilo.

Y después…

esa estrella.

No preguntes.

¡Misterio!

El silencio.

Tu pelo.

Y el fervor,

la aquiescencia

del universo entero,

para lograr tus poros,

esa ortiga,

esa piedra.

Puedes juntar las manos.

Amputarte las trenzas.

Yo daré mientras tanto tres vueltas de carnero.

Que los ruidos te perforen los dientes…

Que los ruidos te perforen los dientes,

como una lima de dentista,

y la memoria se te llene de herrumbre,

de olores descompuestos y de palabras rotas.

Que te crezca, en cada uno de los poros,

una pata de araña;

que sólo puedas alimentarte de barajas usadas

y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,

al espesor de tu retrato.

Que al salir a la calle,

hasta los faroles te corran a patadas;

que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte

ante los tachos de basura

y que todos los habitantes de la ciudad

te confundan con un madero.

Que cuando quieras decir: “Mi amor”,

digas: “Pescado frito”;

que tus manos intenten estrangularte a cada rato,

y que en vez de tirar el cigarrillo,

seas tú el que te arrojes en las salivaderas.

Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;

que al acostarse junto a ti,

se metamorfosee en sanguijuela,

y que después de parir un cuervo,

alumbre una llave inglesa.

Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,

para que los espejos, al mirarte,

se suiciden de repugnancia;

que tu único entretenimiento consista en instalarte

en la sala de espera de los dentistas,

disfrazado de cocodrilo,

y que te enamores, tan locamente,

de una caja de hierro,

que no puedas dejar, ni por un solo instante,

de lamerle la cerradura.

Solo

Solo,

con mi esqueleto,

mi sombra,

mis arterias,

como un sapo en su cueva,

asomado al verano,

entre miles de insectos

que saltan,

retroceden,

se atropellan,

fallecen;

en una delirante actividad sin rumbo,

inútil,

arbitraria,

febril,

idéntica a la fiebre

que sufren las ciudades.

Solo,

con la ventana

abierta a las estrellas,

entre árboles y muebles que ignoran mi existencia,

sin deseos de irme,

ni ganas de quedarme

a vivir otras noches,

aquí,

o en otra parte,

con el mismo esqueleto,

y las mismas arterias,

como un sapo en su cueva

circundado de insectos.

Testimonial

Allí están,

allí estaban

las trashumantes nubes,

la fácil desnudez del arroyo,

la voz de la madera,

los trigales ardientes,

la amistad apacible de las piedras.

Allí la sal,

los juncos que se bañan,

el melodioso sueño de los sauces,

el trino de los astros,

de los grillos,

la luna recostada sobre el césped,

el horizonte azul,

¡el horizonte!

con sus briosos tordillos por el aire…

¡Pero no!

Nos sedujo lo infecto,

la opinión clamorosa de las cloacas,

los vibrantes eructos de onda corta,

el pasional engrudo

las circuncisas lenguas de cemento,

los poetas de moco enternecido,

los vocablos,

las sombras sin remedio.

Y aquí estamos:

exangües,

más pálidos que nunca;

como tibios pescados corrompidos

por tanto mercader y ruido muerto;

como mustias acelgas digeridas

por la preocupación y la dispepsia;

como resumideros ululantes

que toman el tranvía

y bostezan

y sudan

sobre el carbón, la cal, las telarañas;

como erectos ombligos con pelusa

que se rascan las piernas y sonríen,

bajo los cielorrasos

y las mesas de luz

y los felpudos;

llenos de iniquidad y de lagañas,

llenos de hiel y tics a cOntrapelo,

de histrionismos madeja,

yarará,

mosca muerta;

con el cráneo repleto de aserrín escupido,

con las venas Pobladas de alacranes filtrables,

Con los ojos rodeados de pantanosas costas

y paisajes de arena,

nada más que de arena.

Escoria entumecida de enquistados complejos

y cascarrientos labios

que se olvida del sexo en todas partes,

que confunde el amor con el masaje,

la poesía con la congoja acidulada,

los misales con los libros de caja.

Desolados engendros del azar y el hastío,

con la carne exprimida

por los bancos de estuco y tripas de oro,

por los dedos cubiertos de insaciables ventosas,

por caducos gargajos de cuello almidonado,

por cuantos mingitorios con trato de excelencia

explotan las tinieblas,

ordeñan las cascadas,

la adulcorada caña,

la sangre oleaginosa de los falsos caballos,

sin orejas,

sin cascos,

ni florecido esfínter de amapola,

que los llevan al hambre,

a empeñar la esperanza,

a vender los ovarios,

a cortar a pedazos sus adoradas madres,

a ingerir los infundios que pregonan las lámparas,

los hilos tartamudos,

los babosos escuerzos que tienen la palabra,

y hablan,

hablan,

hablan,

ante las barbas próceres,

o verdes redomones de bronce que no mean,

ante las multitudes

que desde un sexto piso

podrán semejarse a caviar envasado,

aunque de cerca apestan:

a sudor sometido,

a cama trasnochada,

a sacrificio inútil,

a rencor estancado,

a pis en cuarentena,

a rata muerta.

¡Todo era amor!

¡Todo era amor… amor!

No había nada más que amor.

En todas partes se encontraba amor.

No se podía hablar más que de amor.

Amor pasado por agua, a la vainilla,

amor al portador, amor a plazos.

Amor analizable, analizado.

Amor ultramarino.

Amor ecuestre.

Amor de cartón piedra, amor con leche…

lleno de prevenciones, de preventivos;

lleno de cortocircuitos, de cortapisas.

Amor con una gran M,

con una M mayúscula,

chorreado de merengue,

cubierto de flores blancas…

Amor espermatozoico, esperantista.

Amor desinfectado, amor untuoso…

Amor con sus accesorios, con sus repuestos;

con sus faltas de puntualidad, de ortografía;

con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.

Amor que incendia el corazón de los orangutanes,

de los bomberos.

Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,

que arranca los botones de los botines,

que se alimenta de encelo y de ensalada.

Amor impostergable y amor impuesto.

Amor incandescente y amor incauto.

Amor indeformable. Amor desnudo.

Amor-amor que es, simplemente, amor.

Amor y amor… ¡y nada más que amor!

Topatumba

Ay mi más mimo mío

mi bisvidita te ando

si toda

así

te tato y topo tumbo y te arpo

y libo y libo tu halo

ah la piel cal de luna de tu trascielo mío que

me levitabisma

mi tan todita lumbre

cátame tu evapulpo

sé sed de sed

sé liana

anuda más

más nudo de musgo de entre muslo de seda

que me ceden

tu muy corola mía

oh su rocío

qué limbo

ízala tú mi tumba

así

ya en ti mi tea

toda mi llama tuya

destiérrame

aletea

lava ya emana el alma

te hisopo

toda mía

ay entremuero

vida

me cremas

te edenizo.

Tríptico

I

Tendido

entre lo blanco,

la vi.

Se aproximaba.

Las pupilas baldías,

el cuerpo inhabitado,

sin cabellos,

sin labios, inasible,

vacía;

junto a mí

a mi lado…

¡Toda hecha de nada!

Se sentó.

¿Me esperaba?

La miré.

Me miraba.

II

Ya estaba entre sus brazos

de soledad,

y frío,

acalladas las manos,

las venas detenidas, sin un pliegue en los párpados,

en la frente,

en las sábanas;

más allá de la angustia,

desterrado del aire,

en soledad callada,

en vocación de polvo,

de humareda,

de olvido.

III

¿Era yo,

la voz muerta,

los dientes de ceniza,

sin brazos,

bajo tierra,

roído por la calma,

entre turbias corrientes,

de silencio,

de barro?

¿Era yo,

por el aire,

ya lejos de mis huesos,

la frente despoblada,

sin memoria,

ni perros,

sobre tierras ausentes,

apartado del tiempo,

de la luz,

de la sombra;

tranquilo,

transparente?

Tropos

Toco

toco poros

amarras

calas toco

teclas de nervios

muelles

tejidos que me tocan

cicatrices

cenizas

trópicos vientres toco

solos solos

resacas

estertores

toco y mas toco

y nada

Prefiguras de ausencia

inconsistentes tropos

qué tú

qué qué

qué quenas

qué hondonadas

qué máscaras

qué soledades huecas

qué sí qué no

qué sino que me destempla el toque

qué reflejos

qué fondos

qué materiales brujos

qué llaves

qué ingredientes nocturnos

qué fallebas heladas que no abren

qué nada toco

en todo

Visita

No estoy.

No la conozco.

No quiero conocerla.

Me repugna lo hueco,

la afición al misterio,

el culto a la ceniza,

a cuanto se disgrega.

Jamás he mantenido contacto con lo inerte.

Si de algo he renegado es de la indiferencia.

No aspiro a transmutarme,

ni me tienta el reposo.

Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.

No estoy para lo inmóvil,

para lo inhabitado.

Cuando venga a buscarme,

díganle:

“se ha mudado”.

Vuelo sin orillas

Abandoné las sombras,

las espesas paredes,

los ruidos familiares,

la amistad de los libros,

el tabaco, las plumas,

los secos cielorrasos;

para salir volando,

desesperadamente.

Abajo: en la penumbra,

las amargas cornisas,

las calles desoladas,

los faroles sonámbulos,

las muertas chimeneas

los rumores cansados,

desesperadamente.

Ya todo era silencio,

simuladas catástrofes,

grandes charcos de sombra,

aguaceros, relámpagos,

vagabundos islotes

de inestable riberas;

pero seguí volando,

desesperadamente.

Un resplandor desnudo,

una luz calcinante

se interpuso en mi ruta,

me fascinó de muerte,

pero logré evadirme

de su letal influjo,

para seguir volando,

desesperadamente.

Todavía el destino

de mundos fenecidos,

desorientó mi vuelo

-de sideral constancia-

con sus vanas parábolas

y sus aureolas falsas;

pero seguí volando,

desesperadamente.

Me oprimía lo flúido,

la limpidez maciza,

el vacío escarchado,

la inaudible distancia,

la oquedad insonora,

el reposo asfixiante;

pero seguía volando,

desesperadamente.

Ya no existía nada,

la nada estaba ausente;

ni oscuridad, ni lumbre,

-ni unas manos celestes-

ni vida, ni destino,

ni misterio, ni muerte;

pero seguía volando,

desesperadamente.

Y de los replanteos…

Y de los replanteos

y recontradicciones

y reconsentimiento sin o con sentimiento cansado

y de los repropósitos

y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables

y del revés y del derecho

y de las vueltas y revueltas y las marañas y recámaras y

remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios

y de lo insípido y lo sípido de lo remucho a lo repoco y

lo remenos

recansado de los recodos y repliegues y recovecos y refrotes

de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos

repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje

y treta terca en tetas

y recomienzo erecto

y reconcubitedio

y reconcubicórneo sin remedio

y tara van en ansia de alta resonancia

y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario

y poro loco

y parco espasmo enano

y monstruo torvo sorbo del malogo y de lo pornodrástico

cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos

de tanto error errante

y queja quena

y desatino tísico

y ufano urbano bípedo hidéfalo

escombro caminante

por vicio y sino y tipo y libido y oficio

recansadísimo

de tanta estanca remetáfora de la náusea

y de la revirgísima inocencia

y de los instintos perversitos

y de las ideitas reputitas

y de las ideonas reputonas

y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias

desde qué mares padres

y lunares mareas de resonancias huecas

y madres playas cálidas de hastío de alas calmas

sempiternísimamente archicansado

en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo

o sensitivo tibio

o remeditativo o remetafísico y reartístico típico

y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua

y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas

y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras

simplemente cansado del cansancio

del harto tenso extenso entrenamiento

al engusanamiento

y al silencio.

Yo no sé nada

Yo no sé nada

Tú no sabes nada

Ud. no sabe nada

El no sabe nada

Ellos no saben nada

Ellas no saben nada

Uds. no saben nada

Nosotros no sabemos nada

La desorientación de mi generación tiene su expli-

cación en la dirección de nuestra educación,cuya

idealización de la acción, era – ¡sin discusión!-

una mistificación, en contradicción

con nuestra propensión a la me-

ditación, a la contemplación y

a la masturbación. (Gutural,

lo más guturalmente que

se pueda.) Creo que

creo en lo que creo

que no creo. Y creo

que no creo en lo

que creo que creo

«C a n t a r d e l a s r a n as»

¡Y ¡Y ¿A ¿A ¡Y ¡Y

su ba llí llá su ba

bo jo es es bo jo

las las tá? tá? las las

es es ¡A ¡A es es

ca ca quí cá ca ca

le le no no le le

ras ras es es ras ras

arri aba tá tá arri aba

ba!… jo!… !… !… ba!… jo!…

Yolleo

Eh vos

tatacombo

soy yo

no me oyes

tataconco

soy yo sin vos

sin voz

aquí yollando

con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla

entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos

lo sé

lo sé y tanto,

desde el yo mero mínimo al verme yo, harto en todo

junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando

y yoyollando siempre

por qué

Si sos

por qué dí

eh vos

no me oyes

tatatodo

por qué tanto yollar

responde

y hasta cuándo…