Gallego, Vicente

Reseña biográfica

Poeta y narrador español nacido en Valencia en 1963.

Dejó los estudios de letras para emprender trabajos tales como portero y bailarín en una discoteca, podador de pinos, repartidor de paquetes y pesador del vertedero de residuos tóxicos urbanos de Dos Aguas. Sus múltiples trabajos, han sido más que formas de subsistencia, aventuras más intensas que le han brindado la posibilidad de vivir la soledad del campo, para intensificar su vocación poética y escudriñar en la lectura de autores como Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda y Blas de Otero entre otros.

Obtuvo el premio Rey Juan Carlos I 1987 por «La luz, de otra manera», el Premio a la Creación Joven de la Fundación Loewe en 1990 por «Los ojos del extraño», el Premio Internacional de poesía Ciudad de Melilla 1995 por «La plata de los días» y el Premio Fundación Loewe 2001 por «Santa deriva».

Es autor además de «El sueño verdadero» Madrid 2003.

Poemas suyos han sido traducidos al italiano, francés, portugués, húngaro y búlgaro.

De “La luz de otra manera” 1988:

Septiembre, 2

Noviembre, 15

Septiembre, 22

Octubre, 24

Noviembre, 26

Posdata

De “Los ojos del extraño” 1990:

El mujeriego

En las horas oscuras

In dubio pro reo

La noche en las ciudades

La oscuridad del siglo

Las mujeres y las armas

Las tardes

Variación sobre una metáfora barroca

De “La plata de los días” 1996:

Contemplándote arder

Échale a él la culpa

Generación espontánea

La llamada de la selva

La pregunta

Maneras de escuchar un blues

Nuestras extrañas exigencias

Proyectos de futuro

Recado de escribir

Credo

De “Santa deriva” 2002:

Desvalido orgullo

El sueño verdadero

Historia del amor

Oda

Venenos y remedios

Otros poemas:

Ahora

Canción del malmarido

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De “La luz de otra manera” 1988:

Septiembre 2

Es ahora la vida

esta extraña y frecuente sensación

de sopor y distancia,

y es también una luz que vela el mundo:

salir del caserón tras la comida,

recorrer bajo el sol la carretera

con los ojos ardientes de un verano

y sentarme en la roca frente al mar.

Abandonarme entonces

al sonido sin pausa de la tierra

mientras me vence el sueño algún instante

y me moja las sienes con su agua bendita.

Descubrir con asombro renovado

al pescador que vuelve cada tarde,

como vuelven las olas,

como vendrá la brisa con la noche.

y esperar otra vez sobre la roca,

abrumado en el centro de la vida,

a que la sombra inunde

lentamente mi sombra.

* * *

Septiembre, 22

Me dices que es absurdo el universo,

que la vida carece de sentido.

Pero no es un sentido lo que busco,

cualquier explicación o una promesa,

sino el estar aquí y a la deriva:

una simple botella que en la playa

aguarda la marea.

Sí, la palabra justa es abandono:

una dulce renuncia que me nombra

señor y dueño al fin de mi camino.

Queden hoy para otros

los afanes del mundo, y que mi mundo sea

la magia de esta casa

tomada en su quietud por la penumbra,

saber que nadie llegará

a interrumpir mi tarde,

que no habrá sobresaltos,

ni voces, ni horas fijas,

porque ahora es tan sólo transcurrir

mi gran tarea.

* * *

Octubre, 24

Mediodía con sol,

redondo y sin final como el deseo.

Cuerpo y roca o sopor que los omite.

Soledad absoluta y el silencio

tan especial del mundo cuando calla.

Ausencia y plenitud.

Estancias y retornos.

Existir:

luz ya que en mí confluye. Sobrevivo.

* * *

Noviembre, 15

Con esta sola mano

me fatigo al amarte desde lejos.

Tendido bajo el viejo ventanal,

espero a que el sudor se quede frío,

contemplo el laberinto de mis brazos.

Soy dueño de un rectángulo de cielo

que nunca alcanzaré.

Pero debemos ser más objetivos,

olvidar los afanes, los engaños,

el inútil deseo de unos versos

que atestigüen la vida. Celebrar

el silencio de un cuerpo satisfecho,

esa altura sin dios a la que llega

nuestra carne mortal. Saber así

la plenitud que algunos perseguimos:

un hombre, bajo el cielo, ve sus manos.

* * *

Posdata

Maestro, son plácidas

todas las horas

que malgastamos,

si al malgastarlas,

cual en un jarro,

ponemos flores.

Ricardo Reis

Al sol siéntate. Y abdica,

para ser rey de ti mismo.

Ricardo Reis

Deixeu-me estar con ara estic:

sol amb l’amic

que he anat fent de mi mateix.

Joan Vinyoli

Todo está en este cuarto, y me acompaña:

las jornadas tranquilas junto al mar,

la luz que vi y que he sido algún instante,

la roca que frecuento, el abandono

en que caigo después de las comidas

tras fatigar el centro de mi cuerpo

con un golpe de sal, el balneario

sin cristales, las villas del paseo

que un nuevo otoño ha despoblado,

la tormenta y los gritos de las aves,

un ajetreo sordo que me envuelve

cuando todo transcurre en la inminencia

de una ignorancia última que es

conocimiento último y sencillo:

esta dicha modesta de saberme

aquí, ahora, yo. No hay más. Acepto.

De “La luz de otra manera” 1988

De “Los ojos del extraño” 1990:

El mujeriego

A Felipe Benítez Reyes

Demás de esto conviene guardar con diligencia todos los sentidos, mayormente los ojos, de ver cosas que te pueden causar peligro. Porque muchas veces mira el hombre sencillamente, y por la sola vista queda el ánima herida. Y porque el mirar inconsideradamente las mujeres, o inclina o ablanda la constancia del que las mira (.. .) Huye, pues, toda sospechosa compañía de mujeres, porque verlas daña los corazones; oírlas, los atrae; hablarles, los inflama; tocarlas, los estimula, y, finalmente, todo lo de ellas es lazo para los que tratan con ellas.

Fray Luis de Granada (Guía de pecadores)

He amado a las mujeres, y debo confesar

que en muchas ocasiones

con ellas yo pequé de pensamiento,

palabra y omisión, pues con el tacto

he librado tan sólo las batallas corrientes,

-y alguna escaramuza, a qué mentir,

de muy dudoso gusto y gloria escasa-,

pero mi amor más fiel, el verdadero,

el que nunca me aburre, el que termina

amenazando un día mi constancia,

es siempre esa mujer, esa desconocida

de la que habla un amigo en un poema,

y que tantos dejamos, por desidia,

porque vamos con otra o por vergüenza,

pasar siempre de largo,

tan diferente siempre y siempre hermosa.

Y cuando alguna vez nos acercamos,

vencidos los temores, con qué prisa

su nombre cambia, baja y se concreta,

toma su rostro forma exacta, olvidan

muy pronto nuestros ojos su misterio,

pues la mano lo toca, y se deshace.

He amado a las mujeres, todavía las amo,

y sufro mucho al verlas alejarse,

espléndidas y ajenas, con sus hijos

de la mano, o aún con uniforme,

casi niñas -la nuca entre sudada

y el olor a colonia tras los juegos-,

o adolescentes casi, en esa edad

en que duermen inquietas si es verano.

Y todas con olores que nos hacen soñar,

en su belleza crueles, pues sólo esos olores,

extraños y envolventes,

al cabo han de dejar, si pasan cerca,

como un camino abierto en nuestras vidas.

Pero fui terco en el amor de algunas,

y es difícil así frecuentarlas a todas.

He amado a las mujeres, y por ellas sospecho

que quisiera perderme,

si tuviera dinero, y ayudaran un poco.

* * *

En las horas oscuras…

En las horas oscuras

que van creciendo en nuestras vidas

al igual que la noche se alarga en el invierno,

en esas horas, a menudo,

una imagen tenaz y hermosa me consuela.

Regreso hasta una playa de otro tiempo,

todavía cercano. Es un día precioso

de final de septiembre, brilla el mar

con su estructura lenta, sugestivo y exacto

como un cuchillo. Quedan

unos cuantos bañistas a esa hora

dudosa de la tarde, y no estoy solo,

un grupo de muchachas me acompaña,

el sol dora sus cuerpos de diecisiete años,

y es ya fresca la brisa, y en sus nucas

la humedad reaviva el aroma a colonia.

Y la tarde transcurre dulcemente,

mas sin gloria especial, y las muchachas ríen,

y me dan su alegría, aunque no amo a ninguna,

y hay un aire de adiós en cada cosa:

en el mes avanzado, en los bañistas,

en el estío lento, en aquellas muchachas

que desconozco hoy, y en la luz de la playa.

Apuré aquel momento agradecido,

al igual que se goza un hermoso regalo,

en su dicha sereno, destinado a perderse

tras la felicidad frecuente de esos años.

Y ahora comprendo que en aquella tarde

algo más que belleza se ocultaba,

porque su luz me salva, muchas veces,

en las horas oscuras, y se empeña,

con una obstinación absurda que me asombra,

en volver a mis ojos y a mis días.

En las horas oscuras

una imagen tenaz y hermosa me consuela,

y me lleva al verano ya una tarde.

y yo aún me pregunto por qué vuelve,

y qué es lo que perdí en aquella playa.

* * *

In Dubio Pro Reo

Esta tarde releo mis palabras

para ultimar su acento y ofrecerlas

a un oscuro editor. Y al repasar

sus sílabas exactas y traidoras

me tienta el desaliento y la pereza.

¿Dónde ocultan la vida que guardé

en su desván de sombras, dónde esconden

esa pasión que me obligó a trazarlas?

No hallo en ellas respuesta, y en su espejo

sólo descubro el rostro de un extraño.

No hay luz en mis palabras, y a mis ojos

carecen de belleza. ¿Por qué entonces

obstinarse en su engaño, y para qué

ofrecerlas ahora a los demás?

¿Quizá con la esperanza

de ese lector futuro que imaginó Cernuda?

Es hermoso su sueño, y el poema

es también muy hermoso, pero yo me pregunto,

descreído, si puede mi lectura,

con su fervor de hoy,

entregarle a aquel hombre una dicha

que escribió no sentir; si yo mereceré

ese incierto lector; y de qué extraña forma

los versos y la vida que sentimos frustrados

sabrán cumplirse un día en los ojos de otros.

* * *

La noche en las ciudades

(Looking for the heart of saturday night)

Tom Waits

A Luis Antonio de Villena

A lo largo del tiempo

y en diversas ciudades, he observado a esa gente

que transita en la noche: bebedores anónimos,

muchachitas de un día, cuarentones

que regresan vencidos del amor, todos ellos

buscadores sin mapa de un tesoro.

Por calmar otra sed beben sin ganas,

y en sus ojos he visto esas preguntas

que a veces el amor supo acallar,

pero muerto el amor, de regreso en la noche,

en sus ojos seguían las preguntas,

esas mismas preguntas que se hicieron

los poetas románticos al contemplar la luna,

pero también los griegos y los árabes

y tantos otros cuya historia

desconoce esa gente que se hace

esas mismas preguntas, esas tristes preguntas

que a mí me asaltan hoy ante esta copa:

en la falsa moneda de la noche

¿he buscado su brillo o he buscado su sombra?

¿Qué queda de la dicha que algún sábado

he creído sentir, o es que sólo

existe fingimiento en la alegría?

¿Qué ciudades, qué noches, qué luces o qué sombras,

qué palabras, qué cuerpos,

o qué extraño cansancio calmarán

este afán de vivir que la vida no sacia?

Para expresar lo que en las noches siento,

lo que en tantas ciudades y a través de los años

he sentido al volver los sábados a casa,

derrotado y dichoso, solitario,

debería quizá recurrir a la imagen

de esos vasos vacíos que la noche abandona

y en los que brilla el sol

por un instante al despuntar el día,

o haber sido un buen músico quizá,

escuchad a Tom Waits y dejad de leerme:

ahora

sólo a un blues se parece mi alma.

* * *

La oscuridad del siglo

Hubiera sido un samurai,

un ser parco con precisión de tigre.

O en un mercado aquella prostituta

de los dientes enormes y picados.

Morir en un crepúsculo sangriento

o entregar por monedas mi calor.

Escribí sin embargo estas palabras

desde un siglo sin brillo, oscuro, triste,

como una, mujer fea que abandona

intacta, sin gozarla, el enemigo.

Al hombre oscuro y vil que renuncié

lo hubiérais alejado de los niños,

mas confiáis en mi apariencia bondadosa

y no delataré mi enfermedad.

Nada sabréis de sus secuelas, nada

del hombre que acompaña vuestros días.

* * *

Las mujeres y las armas

I

Bailabas junto a mí canciones viejas,

antiguos éxitos de algún verano

que escucho por azar. Para el recuerdo

ningún guardián tan fiel como la música.

Yo era un niño asombrado por tu cuerpo,

pero llegó septiembre a separarnos.

Me abordaste de nuevo en la ciudad

más alta y maquillada, en sus rincones

perdimos la inocencia como un guante

lanzado con descaro a los demás.

Con el paso del tiempo representas

los cines de reestreno y la pasión.

No pudimos cumplir los veinte juntos.

Me tentaste después de otras maneras,

y tomabas las formas más extrañas.

Aprendí ciertos juegos a tu lado,

el frío que amenaza tras la fiesta,

y algunos trucos, casi siempre sucios,

para fingir calor antes del alba.

Empezaba a pensar que no existías.

Te acercaste de nuevo, por sorpresa,

en un pequeño bar de facultad,

nos amamos despacio y con asombro.

Estábamos cambiados y creí

que no te irías más de mi universo.

Hemos sido felices estos años.

Y ahora regresas otra vez, hermosa,

desconocida y joven como siempre,

tentando todavía al desaliento.

Regresas otra vez para que entienda

que te he perdido ya, que sigo solo.

II

Lo expresa una palabra: desencanto.

Ningún dolor concreto o abandono,

más bien esa actitud que a su partida

el dolor nos contagia:

cierta desconfianza y un asombro

extraño ante la dicha.

Que en el amor no sean

las palabras tan sólo lo gastado,

pues como en un poema que pretendo feliz

y me traiciona, en él he perseguido, siempre,

algún final más digno a sus comienzos.

En la desposesión que se repite

ya lágrimas no encuentro,

una resurrección, ninguna muerte

pudiera todavía emocionarme,

pues somos la costumbre del fracaso.

Pero yo sé que habrá, de vez en cuando,

algún modesto obsequio de los días:

alcohol y noches, tangos, libros, cuerpos,

o quizá el verso hermoso que hoy me huye:

escudo ante las llamas, armas blancas

contra el devastador ejército del tiempo.

* * *

Las tardes

Ya casi no recuerdo las mañanas,

su tiempo azul y claro,

lejos quedan, perdidas en colegios

o en piscinas extrañas e indolentes.

Porque sentimos duro el despertar

retrasamos ahora

la luz que nos fatiga los despegados ojos.

Y es un destino oscuro el de las tardes,

en ellas aprendí que llegará la noche,

y que es inútil

cualquier esfuerzo por burlar la historia

equivocada y triste de los años.

He vivido en la espera absurda de la vida,

cuando he gozado

ha sido con reservas; amé creyendo en el amor

que habría luego de venir, y que faltó a la cita,

y renuncié al placer por la promesa

de una dicha más alta en el futuro incierto.

Pero los días, al pasar, no son

el generoso rey que cumple su palabra,

sino el ladrón taimado que nos miente.

Con su certeza

nos convierte la edad en más mezquinos,

nos enseña a amar lo que nos duele,

las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos

y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos,

el calor de la estancia y el cansancio.

Buscamos la derrota de las tardes, su tregua

en la exigencia vana de una gloria

que ya no nos seduce. Nos convierte

la edad en más obscenos, y aceptamos

cualquier regalo aunque parezca pobre:

esa boca gastada por el uso, tan dulce aún,

el fuego antiguo y leve de la carne,

los viejos libros, los amigos justos,

un poema mediocre, pero nuestro,

y la costumbre extraña

de ser al fin felices en la sombra.

Es un destino oscuro el de las tardes,

pero también hermoso

y breve como el paso de los hombres.

* * *

Variación sobre una metáfora barroca

A Carlos Aleixandre

Alguien trajo una rosa

hace ya algunos días, y con ella

trajo también algo de luz,

yo la puse en un vaso y poco a poco

se ha apagado la luz y se apagó la rosa.

Y ahora miro esa flor

igual que la miraron los poetas barrocos,

cifrando una metáfora en su destino breve:

tomé la vida por un vaso

que había que beber

y había que llenar al mismo tiempo,

guardando provisión para días oscuros;

y si ese vaso fue la vida,

fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde

esa luz de aquel día, y en el polvo

que es ahora la flor, su antiguo aroma,

y en la sombra y el polvo ya no estaba

la sombra de la mano que la trajo.

Y ahora veo que la dicha, y que la luz,

y todas esas cosas que quisiéramos

conservar en el vaso,

son igual que las rosas: han sabido los días

traerme algunas, pero

¿qué quedó de esas rosas en mi vida

o en el fondo del vaso?

De “Los ojos del extraño” 1990

De “La plata de los días” 1996:

Contemplándote arder

Así quisiera recordarte,

poderosa en tu entrega,

destilando tu miedo -uva negra y pisada

en la barrica añeja de la sabia lujuria-

para lograr tragarlo dulcemente

convertido en el vino que nos ofrece un dios.

Que tu placer solar

me proteja en la noche, que me recuerde siempre

esa imagen del mundo en que dos cuerpos jóvenes

han vencido a la sombra y se sienten brillar

en su luz invencible.

¿Y quién nos acompaña,

si el rodar del camino va rompiendo los ejes

de la frágil tartana del amor?

¿Y quién

nos acompaña,

a no ser la memoria, ese clavo en la herida,

esa sombra sin cuerpo?

Humo frío será la amada carne,

y quedará mi carne sin refugio,

acompañada sólo de la triste memoria,

esa sal en la llaga, esa llaga sin cura.

Y luego la memoria se deshará en el polvo.

A ese polvo sin madre

que el viento ha de barrer y que serán tus huesos,

yo quisiera salvarlo esta mañana.

A ese cuerpo que hoy,

al contemplarlo arder bajo mi llama hambrienta,

un segundo entreví

aventado en el soplo sin medida del tiempo,

yo quisiera salvarlo en la palabra,

para siempre feliz en su fuego de ahora.

Y he sentido un mareo de atropellados siglos,

de lunas y de soles sin nosotros.

* * *

Échale a él la culpa

A José María Álvarez y Carmen Marí

Hoy te has ido de fiesta con amigas,

y sin que tú lo sepas me regalas

un tiempo de estar solo que ya empieza

a ser raro en mi vida, un tiempo útil

para intentar pensar en ti como si fueras

lo que siempre debiste seguir siendo

cuando pensaba en ti: aquella persona,

en todo semejante a cualquier otra,

que una noche lejana tuvo el gesto

generoso y extraño de entregarme su amor.

Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías

ridículos del otro, en implacables jueces

que condenan sin pruebas y comparten

sus estúpidas penas con el reo.

El amor nos confunde y trata ahora

de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esa trampa me amenazo

con los nombres que cuadran al que cae en su vacío:

egoísta, ridículo, inseguro, celoso…

Y como un ejercicio de humildad pienso en ti

divirtiéndote sola: te imagino bailando

y mirando a otros hombres;

al calor del alcohol

confiesas a una amiga algunas cosas

que te irritan de mi sin que yo lo sospeche,

y por unos instantes saboreas

una vida distinta que esta noche te tienta

porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas

como yo dudo a veces, y que también te aburres,

y que incluso algún día habrás soñado

follar como una loca con el tipo que anuncia

la colonia de moda.

Para calmarme un poco

tras la última idea, yo me digo

que el amor es un juego donde cuentan

mucho más los faroles que las cartas,

y procuro ponerme razonable,

pensar que es más hermoso que me quieras

porque existen las fiestas, y las dudas,

y los cuerpos de anuncio de colonia.

Lo que quiero que sepas es que entiendo

mejor de lo que piensas ciertas cosas,

que soy tu semejante, que he pensado besarte

cuando llegues a casa; y que es el amor

-ese tipo grotesco y marrullero-

el que va a hacerte daño con palabras

absurdas de reproche cuando vuelvas,

porque ya estás tardando, mala puta.

* * *

Generación espontánea

Este día nublado invita al odio,

predispone a estar triste sin motivo,

a insistir por capricho en el dolor.

Y sin embargo el viento, y esta lluvia,

suenan hoy en mi alma de una forma

que a mí mismo me asombra, y hallo paz

en las cosas que ayer me perturbaban,

y hasta el negro del cielo me parece

un hermoso color.

Cuando no soportamos la tristeza,

a menudo nos salva una alegría

que nace de sí misma sin motivo,

y esa dicha es tan rara, y es tan pura,

como la flor que crece sobre el agua:

sin raíz ni cuidados que atenúen

nuestro limpio estupor.

* * *

La llamada de la selva

Siempre fue la tristeza

un dócil animal de compañía

con el que yo he jugado algunas tardes.

Sin apretar los dientes me estiraba del brazo,

paseaba conmigo, se sentaba a mis pies

en los fríos inviernos.

En los días aciagos, por probar su obediencia,

le lanzaba mi alma, y ella me la traía

dulcemente empapada en su aliento doméstico.

Siempre fue la tristeza

un dócil animal de compañía,

que hace tiempo ha adoptado

esta fea costumbre de morder a su amo.

* * *

La pregunta

En la noche avanzada y repetida,

mientras vuelvo bebido y solitario

de la fiesta del mundo, con los ojos muy tristes

de belleza fugaz, me hago esa pregunta.

Y también en la noche afortunada,

cuando el azar dispone un cuerpo hermoso

para adornar mi vida, esa misma pregunta

me inquieta y me seduce como un viejo veneno.

Y a mitad de una farra, cuando el hombre

reflexiona un instante en los lavabos

de cualquier antro infame al que le obligan

los tributos nocturnos y unas piernas de diosa.

Pero también en casa, en las noches sin juerga,

en las noches que observo desde esta ventana,

compartiendo la sombra

con el cuerpo entrañable que acompaña mis días,

desde esta ventana, en este mismo cuarto

donde ahora estoy solo y me pregunto

durante cuánto tiempo cumpliré mi condena

de buscar en los cuerpos y en la noche

todo eso que sé

que no esconden la noche ni los cuerpos.

* * *

Maneras de escuchar un blues

A Eloy Sánchez Rosillo

Es hermosa esta noche de verano,

aunque no más hermosa

que cualquier otra noche de verano.

Es hermosa esta noche en que estoy solo,

y fumo, y he dejado

en penumbra la casa mientras suena

un dulce y triste blues,

un blues tan triste y dulce como otros.

Nada en mí, ni en la noche, ni en la música,

se diría especial, y sin embargo

existe algo muy hondo en esas cosas

que parecen sencillas:

una extraña grandeza que no acaba

de ser exaltación, tragedia, paz,

pero que es todo eso, y es también

un sentir claramente

que para que esto ocurra ha sido necesario

apurar estos años, acumular recuerdos,

haber ganado

y haber perdido tantas cosas.

Para que este piano suene así,

para temblar así con esta música,

ha sido necesario

ir llenándola poco a poco

de belleza y de daño, ir llenándola

con nuestra propia vida, para que se parezca

a nuestra propia vida, y suene así:

tan insignificante

y tan grande, tan triste, tan hermosa.

* * *

Noviembre, 26

Que nuestras manos puedan

protegernos del sol,

que eclipsen su contorno totalmente,

no debiera ocultarnos el tamaño

de ese astro al que quiero llamar padre.

Bajo su luz desnuda

no precisan las cosas de adjetivos:

la mañana del mundo es cuanto tengo,

contra su cielo soy

un cuerpo frente al mar que ahora procura

disfrutar de su instante

en el hueco sin pausa de los siglos.

Austeridad y lujo de lo exacto.

* * *

Nuestras extrañas exigencias

Para que tú me ames, para que yo conserve

tu amor más alto y puro, sólo debo

-me dices-

cumplir una mandamiento:

no mentirte jamás, no mentirte siquiera

cuando más necesites que lo haga,

porque tú -me aseguras-

lograrás perdonar cualquier ofensa,

cualquier traición si la confieso.

Y así, con un engaño, mintiéndote y mintiéndome,

demandas mi franqueza más suicida.

Por tu parte,

para que yo te ame, para que tu conserves

mi amor más alto y puro,

sólo debes cumplir un mandamiento:

no dejar de mentirme, porque no lograría

amarte en tu verdad.

Lo que yo amo es tu forma de engañarme.

Por lo que a mí respecta, complaceré tu gusto:

te mentiré jurando que no miento,

y si logro tenerte para siempre engañada,

habrás de agradecerme un amor tan sincero

que no sienta el impulso de decir su verdad,

porque es la verdad la traición más cobarde

y nadie necesita su confidencia cruel

por más que la suplique.

* * *

Proyectos de futuro

Esta tarde soy rico porque tengo

todo un cielo de plata para mí,

soy el dueño también de esta emoción

que es nostalgia a la vez de los días pasados

y una dulce alegría por haberlos vivido.

Cuanto ya me dejó me pertenece

transformado en tristeza, y lo que al fin intuyo

que no habré de alcanzar se ha convertido

en un grato caudal de conformismo.

Mi patrimonio aumenta a cada instante

con lo que voy perdiendo, porque el que vive pierde,

y perder significa haber tenido.

Ya no tengo ambiciones, pero tengo

un proyecto ambicioso como nunca lo tuve:

aprender a vivir sin ambición,

en paz al fin conmigo y con el mundo.

* * *

Recado de escribir

Para Encarna Oliva

De qué forma explicarte que por ti

lo he hecho ya casi todo: renunciar a las otras,

renunciar a las noches en que ellas

en torno a mí giraban con la música

como giran las noches, como todo giraba

en aquel tiempo hermoso que juré

detener para siempre, como gira el deseo

al que he vuelto la espalda, como también a veces

la mirada se vuelve hacia esos días

que por ti he convertido en mi vieja leyenda.

De qué forma explicarte

que por ti me he desdicho: los amigos de entonces

se sonríen al verme, no me habla

mi soledad de siempre, ni siquiera el alcohol

me sienta como antes, y he perdido

mi destreza en el baile.

De qué modo explicarte, sin que lo entiendas mal,

que hasta mi juventud me va volviendo

la espalda, que por ti

lo he hecho ya casi todo, excepto aquello

que juzgabas tan fácil, que me pediste tanto

sin que nunca supiera atender tu ilusión:

el poema de amor que por fin te dedico

y que tal vez te oculten estos versos

sin halagos, sin rosas, estos versos

que no sabrán en nada parecerse

a los que tú soñaste. Un poema de amor

verdadero, sin trampas, sin palabras hermosas.

* * *

Credo

A Vicente Gallego Ibáñez

Tu divina bondad no prueba nada,

fraterno humano amor,

de lo que el hombre busca conocer para amarse:

no das ese consuelo y, sin embargo,

tu favor es el único refugio

donde hallamos clemencia verdadera.

No hablo sólo del beso

que en el sótano oscuro de la lujuria enciende

su fuego contra el frío,

digo cierto también y sobre todo

el brazo en que se apoya nuestro mal vencimiento

cuando el amor ingrato nos derriba.

De un amor necesario os hablo ahora

más noble que el amor,

del más logrado bien que heredó nuestra sangre.

No falte a nuestra cruz tu sincera piedad,

fraterno humano amor

que con tan firme pulso nos sostienes la vida.

Que si huérfana el alma de eternidad se muere,

nuestra madre la carne muera al menos llorada.

De “La plata de los días” 1996

De “Santa deriva” 2002:

Desvalido orgullo

Pues sabemos del viento,

la aristocracia somos, desvalida,

de lo que el viento lleva.

Somos sólo el cobijo transitorio

del arraigado sueño que en la pasión pervive,

y en la noble tarea de alimentar un sueño

nuestra vigilia apuesta su cumplimiento altiva.

Del desafío antiguo

la victoria se cobra, solamente,

donde lo sabe y canta nuestra fe:

en el nuevo vigor con que afrontamos

el renovado lance desigual.

Y en la noche invidente de los tiempos

que la conciencia alumbra, dolorosa,

nuestros ojos se abren a ese único día

que repite su aurora clausurada.

El destilado somos,

milenario,

de la sangre y del vino,

de una dura progenie esforzada y dichosa

por la que sabe, sorda, de su nombre la rosa.

* * *

El sueño verdadero

A César Simón, in memoriam

En el cenit del día

un derrumbe se escucha silencioso:

es el ínfimo estruendo

de la nube que quiebra su lograda figura

para ser de sí misma sólo un eco en lo alto.

Todo está en su solsticio,

en su plena apariencia mientras el sol lo abrasa.

Y a la herida del hombre su latido le presta

el frágil corazón de la que cree su hora

en la burla del tiempo.

Todo vive muriendo y, sin embargo,

qué arraigado saberse cierto y hondo

en la misma raíz del desarraigo,

qué morada a cubierto en la brusca intemperie,

qué verdad este sueño

cristalino de agosto.

* * *

Historia del amor

Un nítido recuerdo

del placer que hallé en ti suena sordo en la noche

como una campana.

Sola campana de mi noche sola,

dobla tú por el día

que de mi amor fue entero,

ahora que sólo soy de la irreal memoria

obligado inquilino.

Te dabas en la noche a la voraz y oscura

hambre mía de ti,

y era aquel apetito, no lo supe,

repugnancia de qué

repetido destino,

prevención inconsciente de esta hora.

En la más dura saña peleamos

de quien busca clavar sobre un cuerpo su cuerpo

por imprimir la sombra en otra vida

de lo que va perteneciendo al humo

porque fue de la llama.

Desatendemos hoy la llama juntos,

la que juntos prendimos,

la que nos dio calor, la que juramos juntos

conservar en su frágil crepitar melodioso.

De su música ardiente nos desvela en la noche

frío el eco dolido

de aquel sueño en su luto, de esta rota vigilia.

Un nítido recuerdo

del placer que hallé en ti

se dibuja en el aire contrariado

de mi vivo deseo

todavía.

Y al diablo me ofrezco por tu espalda desnuda.

¿Pero quién eras tú?

¿Y quién fue el que te amó?

¿Y por quiénes redobla, en la noche del otro,

esta sorda campana?

* * *

Oda

Tú eres canto de amor

bajo la piel traslúcida del día,

circulación del alma en las vistosas alas

de las formas terrestres,

destello que delata, jubiloso,

la condición solar de la materia.

Tú has sembrado en la noche

tu plateada flor iridiscente,

y es la muerte por ti una perla negra.

Tú eres alta embajada

del subterráneo fruto,

y está arriba tu sitio, en la fugaz

superficie lograda de las cosas:

brillo eterno del mundo,

rocío del mirar enamorado.

* * *

Venenos y remedios

Midiendo

con goteros

lo que aún me quedaba

de la sangre tenaz de la alegría,

se me pasó la noche.

Mientras la roja fiebre

trazaba su derrota

de pesados aceites y derivas,

yo me di a la congoja del que espera

ver su barco encallar.

Pasó la noche en pos de un rumbo oscuro,

y en la misma agonía,

en la intemperie alzada como un último techo,

fue buscándome el alba al fin la herida

para ofrecerme fiel su blanca venda

toda limpia de luz samaritana.

De “Santa deriva” 2002

Otros poemas:

Ahora

De dios es este instante,

y él lo ignora.

Es polvo del cristal de la alegría,

es la rosa que encaña

de la sangre en su entera majestad.

Bien se ve que sabéis de la honda llaga,

de este andar a derechas

sobre la brasa pura.

¿Morir?

Mira ahora estas manos,

mira en ellas el pan

de un tan loco querer,

de una harina tan limpia.

Canción del malmaridado

Estuvimos enfermos, se quebraban

los cuerpos de los padres.

Fueron largas las noches,

y en ellas sospechábamos lo que nunca

nos cumpliera saber.

Deshojábamos

la negra margarita y nos amaba

la que con todos quiere,

la de la trenza fría.

Y fuimos mal casados.

Porque sólo nos quiso

la niña malcarada, mala boda arreglamos:

llovió nupcial arroz en nuestro día

y era amarga la semilla de achicoria

sobre los cráneos mondos.

Porque sólo nos quiso, madre,

la de la helada trenza,

la que con todos anda,

la que con todos quiere.

Y ay que es larga la noche,

por dormirla con ella.

De “Cantar de ciego”