Gala, Antonio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Córdoba en 1936.

Es licenciado en Derecho, Filosofía y Letras y Ciencias Políticas y Económicas. Ha cultivado todos los géneros literarios, incluidos el periodismo, el relato, el ensayo y el guión televisivo.

Ha obtenido numerosos premios no sólo por la poesía, sino por su valiosa contribución al Teatro y la Ópera.

Calderón de la Barca, Nacional de Literatura, Adonais y Planeta, han sido sus galardones más significativos.

De su obra poética se destacan las siguientes publicaciones: «Enemigo íntimo», «Sonetos de La Zubia», «Poemas de amor» y «Testamento Andaluz».

Alargaba la mano y te tocaba…

Alargaba la mano y te tocaba.

Te tocaba: rozaba tu frontera,

el suave sitio donde tú terminas,

sólo míos el aire y mi ternura.

Tú moras en lugares indecibles,

indescifrable mar, lejana luz

que no puede apresarse.

Te me escapabas, de cristal y aroma,

por el aire, que entraba y que salía,

dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera,

en el dintel de siempre, prisionero

de la celda exterior.

La libertad

hubiera sido herir tu pensamiento,

trasponer el umbral de tu mirada,

ser tú, ser tú de otra manera. Abrirte,

como una flor, la infancia , y aspirar

su esencia y devorarla. Hacer

comunes humo y piedra. Revocar

el mandato de ser. Entrar. Entrarnos

uno en el otro. Trasponer los últimos

límites. Reunirnos…..

Alargaba la mano y te tocaba.

Tú mirabas la luz y la gavilla.

Eras luz y gavilla, plenitud

en ti misma, rotunda como el mundo.

Caricias no valían, ni cuchillos,

ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas,

sonriente, apartada, eterna tú.

Y yo, eterno, apartado, sonriente,

remitiéndote pactos inservibles,

alianzas de cera.

Todo estuvo de nuestra parte, pero

cuál era nuestra parte, el punto

de coincidencia, el tacto

que pudo ser llamado sólo nuestro.

Una voz, en la calle, llama y otra

le responde. Dos manos se entrelazan.

Uno en otro, los labios se acomodan;

los cuerpos se acomodan. Abril, clásico,

se abate, emperador de los encuentros.

¿Esto era amor? La soledad no sabe

qué responder: persiste, tiembla, anhela

destruirse. Impaciente

se derrama en las manos ofrecidas.

Una voz en la calle….Cuánto olor,

cuánto escenario para nada. Miro

tus ojos. Yo miro los ojos tuyos;

tú, los míos: ¿esto se llama amor?

Permanecemos. Sí, permanecemos

no indiferentes, pero diferentes. Somos

tú y yo: los dos, desde la orilla

de la corriente, solos, desvalidos,

la piel alzada como un muro, solos

tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza.

Idénticos en todo,

sólo en amor distintos.

La tristeza, sedosa, nos envuelve

como una niebla: ése es el lazo único;

ésa la patria en que nos encontramos.

Por fin te identifico con mis huesos

en el candor de la desesperanza.

Aquí estamos nosotros: desvaídos

los dos, borrados, más difíciles,

a punto de no ser….¿Amor es esto?

¿Acaso amor es esta no existencia

de tanto ser? ¿Es este desvivirse

por vivir? Ya desangrado

de mí, ya inmóvil en ti, ya

alterado, el recuerdo se reanuda.

Se reanuda la inútil existencia….

Y alargaba la mano y te tocaba.

Almuñécar

Durante un anochecer en esta playa te amé tanto

que una respiración

para los dos bastaba.

Suspendieron el mar, para mirarnos,

su armonioso escalofrío,

y su unánime vuelo de gaviotas.

Se divertía el agua, sonrosada,

como si fuera a amanecer,

y se posó el silencio sobre el aire

lo mismo que un jilguero en una rama.

No existía para el amor

futuro ni pretérito:

todo era eterno instante….

Y de repente, sobre tus hombros

observé, mientras te besaba,

que nos veían ojos codiciosos.

No supe si eran de los viejos fenicios

o quizá de la noche…

No tardó en quedar claro

dónde va el ruiseñor cuando mayo termina.

La muerte que los devoró a ellos,

sigilosa nos acechaba.

Nuestro amor, como el de ellos, fue vencido.

Pero yo te amo todavía.

Arrebátame, amor, águila esquiva…

Arrebátame, amor, águila esquiva,

mátame a desgarrón y a dentellada,

que tengo ya la queja amordazada

y entre tus garras la intención cautiva.

No finjas más, no ocultes la excesiva

hambre de mí que te arde en la mirada.

No gires más la faz desmemoriada

y muerde de una vez la carne viva.

Batir tu vuelo siento impenetrable,

en retirada siempre y al acecho.

Tu sed eterna y ágil desafío.

Pues que eres al olvido invulnerable,

vulnérame ya, amor, deshazme el pecho

y anida en él, demonio y ángel mío.

Atardeció sin ti

Atardeció sin ti. De los cipreses…

a las torres, sin ti me estremecía.

Qué desgana esperar un nuevo día

sin que me abraces y sin que me beses.

A fuerza de tropiezos y reveses

la piel de la esperanza se me enfría.

Qué agonía ocultarte mi agonía,

y qué resurrección si me entendieses.

Atardeció sin ti. Seguro y lento,

el sol se derrumbó, limón maduro,

y a solas recibí su último aliento.

Quién me viera caer, lento y seguro,

sin más calor ni más resurgimiento,

gris el alma y frustrada entre lo oscuro.

Aún eres mío, porque no te tuve…

Aún eres mío, porque no te tuve.

Cuánto tardan, sin ti,

las olas en pasar…

Cuando el amor comienza, hay un momento

en que Dios se sorprende

de haber urdido algo tan hermoso.

Entonces, se inaugura

-entre el fulgor y el júbilo-

el mundo nuevamente,

y pedir lo imposible

no es pedir demasiado.

Fue a la vera del mar, a medianoche.

Supe que estaba Dios,

y que la arena y tú

y el mar y yo y la luna

éramos Dios. Y lo adoré.

Bagdad

Tenía tanta necesidad de que me amaras,

que nada más llegar te declaré mi amor.

Te quité luces, puentes y autopistas,

ropas artificiales.

Y te dejé desnuda, inexistente casi,

bajo la luna y mía.

A las princesas sumerias,

cuando fueron quemadas con joyas rutilantes,

les brillaban aún sus dientes jóvenes;

se quebraron sus cráneos antes que sus collares;

se fundieron sus ojos antes que sus preseas….

Bajo la luna aún brillaban sus dientes,

mientras te poseí desnuda y mía.

Bahía

¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa

costumbre de tus alas

que refrescan el aire y renuevan la luz?

Sin ti, ni el pan ni el vino,

ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso

color de la mañana

tienen ningún sentido ni para nada sirven.

Allá fuera está el mar,

allá fuera, en el mundo, estás tú.

Comiendo tú sin mí:

tu hambre, tu pan, tu vino y tu mañana.

Yo aquí, ante los manteles opacos

y la bebida amarga,

ante platos sin sabor ni colores.

Lo intento, sí, lo intento, pero cómo

comer sin ti, ni para qué…

Tú te has llevado tu olor a bosque

y el gusto de la vida.

Fuera están mar y aire.

Dentro, yo solo frente a la mesa puesta

que ha perdido su voz y su alegría.

Bajo qué ramas, di, bajo qué ramas…

Bajo qué ramas, di, bajo qué ramas

de verde olvido y corazón morado

la roja danza muerde tus talones

y te estrechan amantes amarillos.

Desde qué repentina lontananza

giras, me nombras, saltas entre el aire,

mientras yo permanezco absorto en sueños

aún dormida creyéndote en mi alcoba.

Qué plateada tristeza te reviste,

si alegre hasta tu alegre voz acudo,

los pies descalzos, para entrelazarme

sal paso de tu danza apresurada.

Dónde te vas cuando te vas y lloran

las colinas, a solas con tu nombre

para siempre, hasta oír al lado mío

tu voz que me pregunta a quién aguardo.

Bajo los fuegos de fugaces colores…

Bajo los fuegos de fugaces colores

que iluminan el aire de la noche,

dame tu mano.

Mira abrirse las palmeras doradas, rojas, verdes;

caen los frutos azules de la altura;

rasgan el negro terciopelo

las estelas de plata…

En tus ojos yo veo el frío ardor,

artificial y efímero

de los castillos que veloces surgen

y veloces se extinguen.

Dame tu mano: es todo cuanto tengo

en medio de esta falsa

riqueza, de esta dádiva

que fugazmente se otorga y se consume.

Así es todo: organizado y yerto

brota el amor, crece, se desparrama, se hunde,

vuelve la oscuridad

en la que, previsto y bien envuelto, yacía.

Nada, nada…

Dame tu mano. Entre los irisados estampidos

alegres sólo para los alegres,

se esfuma el corazón, igual que una girándula

demasiado mojada para arder o dar luz.

En este tornasolado e intrincado bosque

dame tu mano para que no me pierda.

Cómo comer sin ti…

¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa

costumbre de tus alas

que refrescan el aire y renuevan la luz?

Sin ti, ni el pan ni el vino,

ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso

color de la mañana

tienen ningún sentido ni para nada sirven.

Allá fuera está el mar.

Allá fuera, en el mundo, estás tú.

Comiendo tú sin mí:

tu hambre, tu pan, tu vino y tu mañana.

Yo aquí, ante los manteles opacos

y la bebida amarga,

ante platos sin sabor ni colores.

Lo intento, sí, lo intento, pero cómo

comer sin ti, ni para qué…

Tú te has llevado tu olor a bosque

y el gusto de la vida.

Fuera están mar y aire.

Dentro, yo solo frente a la mesa puesta

que ha perdido su voz y su alegría.

Cómo retumba amor, cómo resuena…

Cómo retumba amor, cómo resuena

tu nombre, suelto en flor, por los collados:

su aletear de palomos azorados

ni el orden de la noche lo serena.

Cuánta luna y qué olor de luna llena

empapan con su lino los sembrados.

Brilla tu nombre en los desiertos prados,

y en el tobillo siento su cadena.

Vendrá la luz, regresará la hora

en que, abierta, la luz despavorida

vierta sonora sangre de granada.

Vendrá otra vez la sangre más sonora

golpeando en las llagas de la vida,

pero estará la vida ejecutada.

Condena

A trabajos forzados me condena

mi corazón, del que te di la llave.

No quiero yo tormento que se acabe,

y de acero reclamo mi cadena.

Ni concibe mi mente mayor pena

que libertad sin beso que la trabe,

ni castigo concibe menos grave

que una celda de amor contigo llena.

No creo en más infierno que tu ausencia.

Paraíso sin ti, yo lo rechazo.

Que ningún juez declare mi inocencia,

porque, en este proceso a largo plazo

buscaré solamente la sentencia

a cadena perpetua de tu abrazo.

El arma que te di pronto la usaste…

El arma que te di pronto la usaste

para herirme a traición y sangre fría.

Hoy te reclamo el arma, otra vez mía,

y el corazón en el que la clavaste.

Si en tu poder y fuerza confiaste,

de ahora en adelante desconfía:

era mi amor el que te permitía

triunfar en la batalla en que triunfaste.

Aunque aún mane la sangre del costado

donde melló su filo tu imprudencia,

ya el tiempo terminó de tu reinado.

Hecho a los gestos de la violencia,

con tu mala costumbre ten cuidado;

tú sólo no te hieras en mi ausencia.

Ella

Bebió en tu boca el tiempo enamorado

y la cuajó con besos de paloma.

Casto tu cuello, sobre el oro asoma

tan sólo por el oro acariciado.

Lunado el pelo, el corazón lunado,

rubor apenas por el aire aroma.

Amapola ritual tu torso toma

y te aparta del mar verde azulado.

Tu mirada de miel, marisma ardiente,

la luz antigua con las luces nuevas

-recién despierta y ya cansada- alía.

Te duele la victoria, y dócilmente

a cuestas tu destino de amor llevas,

delicada y sangrienta vida mía.

Enemigo íntimo

Hay tardes en que todo

huele a enebro quemado

y a tierra prometida.

Tardes en que está cerca el mar y se oye

la voz que dice: “Ven”.

Pero algo nos retiene todavía

junto a los otros: el amor, el verbo

transitivo, con su pequeña garra

de lobezno o su esperanza apenas.

No ha llegado el momento. La partida

no puede improvisarse, porque sólo

al final de una savia prolongada,

de una pausada sangre,

brota la espiga desde

la simiente enterrada.

En esas largas

tardes en que se toca casi el mar

y su música, un poco

más y nos bastaría

cerrar los ojos para morir. Viene

de abajo la llamada, del lugar

donde se desmorona la apariencia

del fruto y sólo queda su dulzor.

Pero hemos de aguardar

un tiempo aún: más labios, más caricias,

el amor otra vez, la misma, porque

la vida y el amor transcurren juntos

o son quizá una sola

enfermedad mortal.

Hay tardes de domingo en que se sabe

que algo está consumándose entre el cálido

alborozo del mundo,

y en las que recostar sobre la hierba

la cabeza no es más que un tibio ensayo

de la muerte. Y está

bien todo entonces, y se ordena todo,

y una firme alegría nos inunda

de abril seguro. Vuelven

las estrellas el rostro hacia nosotros

para la despedida.

Dispone un hueco exacto

la tierra. Se percibe

el pulso azul del mar. “Esto era aquello”.

Con esmero el olvido ha principiado

su menuda tarea…

Y de repente

busca una boca nuestra boca, y unas

manos oprimen nuestras manos y hay

una amorosa voz

que nos dice: “Despierta.

Estoy yo aquí. Levántate”. Y vivimos.

Era invierno; llegaste y fue verano…

Popayán

Era invierno; llegaste y fue verano.

Cuando llegue el verano verdadero,

¿qué será de nosotros?

¿Quién calentará el aire

más que agosto y que julio?

Tengo miedo

de este error de los meses que has traído.

¿Quién es nuestro aliado: tú o yo?

Cuando llegue el verano

quizá el aire esté frío…

Era invierno y llegaste.

Es hora ya de levantar el vuelo…

Es hora ya de levantar el vuelo,

corazón, dócil ave migratoria.

Se ha terminado tu presente historia,

y otra escribe sus trazos por el cielo.

No hay tiempo de sentir el desconsuelo;

sigue la vida, urgente y transitoria.

Muda la meta de tu trayectoria,

y rasga del mañana el hondo velo.

Si el sentimiento, más desobediente,

se niega al natural imperativo,

álzate tú, versátil y valiente.

Tu oficio es cotidiano y decisivo:

mientras alumbre el sol, serás ardiente;

mientras dure la vida, estarás vivo.

Hoy encuentro, temblando ya y vacía…

Hoy encuentro, temblando ya y vacía,

la casa que los dos desperdiciamos

y el vago sueño del que despertamos

sin habernos dormido todavía.

Acordarse del agua en la sequía

no hace brotar ni florecer los ramos.

¿Dónde estás, dónde estoy, y dónde estamos?

¿Qué fue del mundo cuando amanecía?

Hoy me pasa el amor de parte a parte.

Temo encontrarte y no reconocerte.

Temo extender la mano y no tocarte.

Temo girar los ojos y no verte.

Temo gritar tu nombre y no nombrarte…

Temo estar caminando por la muerte.

Hoy me pasa el amor de parte a parte…

Hoy me pasa el amor de parte a parte.

Temo encontrarte y no reconocerte.

Temo extender la mano y no tocarte.

Temo girar los ojos y no verte.

Temo gritar tu nombre y no nombrarte…

Temo estar caminando por la muerte.

La luna nos buscó desde la almena….

La luna nos buscó desde la almena,

cantó la acequia, palpitó el olvido.

Mi corazón, intrépido y cautivo,

tendió las manos, fiel a tu cadena.

Qué sábanas de yerba y luna llena

envolvieron el acto decisivo.

Qué mediodía sudoroso y vivo

enjalbegó la noche de azucena.

Por las esquinas verdes del encuentro

las caricias, ansiosas, se perdían

como en una espesura, cuerpo adentro.

Dios y sus cosas nos reconocían.

De nuevo giró el mundo, y en su centro

dos bocas, una a una, se bebían.

Maitines

Callad, amantes, y ocupad el labio

con el beso. No pronunciéis palabras vanas

mientras se busca vuestro corazón

en otro pecho, jadeante y pobre

como el vuestro,

ya al filo de la aurora.

Cuando te poseí por vez primera

tocaban a maitines

en el Convento de las Mercedarias.

La tiniebla del aire estremecieron

repentinos palomos alterados.

Titubeante el alma sonreía,

sin comprender por qué, en torno a tu cintura.

Y luego, hasta la alcoba recién inaugurada,

fueron entrando laúdes y alabanzas

que mi alma repetía con orgullo

suavemente en tu oído.

Callad amantes y ocupad

el labio con el beso….

Mediterráneo

Mi cinturón aprieta tu cintura,

y tu sonrisa, mi corazón.

Sobrevolamos las islas indecibles

y a nuestro paso las nubes se disipan.

¿Cómo regresar al beso la armonía

sin que la respiración se entrecorte?

¿Cómo planear la noche compartida

después de tanta ausencia?

Sólo el aire es aliado nuestro

porque nuestro deseo es de aire puro.

Cuando descendamos a la tierra

las alas deberán seguir batiendo:

el aire de las alas

es nuestro sostén único

y las alas del aire nuestro lecho.

Desembocan los ríos en los mares azules

como en tu pecho desemboca el mar.

Abrázame en tus alas

para que otro aire no me roce

sino tu aliento, del que vivo y muero.

Bajo el cielo impalpable

hecho de luz y espera,

abrázame, amor mío, con tus alas.

Abrázame sobre la corrompida

ciudad sagrada de los hombres.

Me sorprendió el verano traicionero…

Me sorprendió el verano traicionero

lejos de ti, lejos de mí muriendo.

Junio, julio y agosto, no os entiendo.

No sé por qué reís mientras me muero.

Vengan nieve y granizo, venga enero,

vengan escarchas ya, vayan viniendo.

Troncos que fueron nidos ahora enciendo

y no consigo la calor que quiero.

Suelta la vida al viento falsos lazos:

no hay flor, ni luz, ni sed, ni amor, ni río.

Sólo hay un corazón hecho pedazos.

Agosto miente, amor, y siento frío.

Sin la tibia bufanda de tus brazos

aterido sucumbe el cuello mío.

Mi cinturón aprieta tu cintura…

Mi cinturón aprieta tu cintura,

y tu sonrisa, mi corazón.

Sobrevolamos las islas indecibles

ya nuestro paso las nubes se disipan.

¿Cómo regresar al beso y la armonía

sin que la respiración se entrecorte?

¿Cómo planear la noche compartida

después de tanta ausencia?

Sólo el aire es aliado nuestro

porque nuestro deseo es de aire puro.

Cuando descendamos a la tierra

las alas deberán seguir batiendo:

el aire de las alas

es nuestro sostén único

y las alas del aire nuestro lecho.

Desembocan los ríos en los mares azules

como en tu pecho desemboca el mar.

Abrázame en tus alas

para que otro aire no me roce

sino tu aliento, del que vivo y muero.

Bajo el cielo impalpable

hecho de luz y espera,

abrázame, amor mío, con tus alas.

Abrázame sobre la corrompida

ciudad sagrada de los hombres.

Mientras yo te besaba…

Mientras yo te besaba

te dormiste en mis brazos.

No lo olvidaré nunca.

Asomaban tus dientes

entre los labios:

fríos, distantes, otros.

Ya te habías ido.

Debajo de mi cuerpo seguía el tuyo,

y tu boca debajo de mi boca.

Pero tu navegabas

por mares silenciosos en los que yo no estaba.

Inmóvil y en silencio

nadabas alejándote

acaso para siempre….

Te abandoné en la orilla de tu sueños.

Con mi carne aún caliente

volví a mi sitio:

también yo mío ya, distante, otro.

Recuperé el disfraz sobre la arena.

“Adiós”, te dije,

y entré en mi propio sueño,

mi propio sueño,

en el que tú no habitas.

Nadie mojaba el aire…

Nadie mojaba el aire

tanto como mis ojos.

Me decías: “¿Trabajas?”

Me decías: “¿Ya es la hora del té?”

Y yo no te decía: “Te amo”;

no te decía:

“Eres todo lo que tengo”;

no te decía:

“Eres la única rosa en la que caben

todas las primaveras”.

Me decías:

“Adiós, hasta mañana”.

O me decías:

“¿Necesitas algo?”.

Y yo no te decía:

“Me estoy muriendo

de amor… me estoy muriendo”.

Nadie mojaba el aire

como yo.

No por amor, no por tristeza…

No por amor, no por tristeza,

no por lo nueva soledad:

porque he olvidado ya tus ojos

hoy tengo ganas de llorar.

Se va la vida deshaciendo

y renaciendo sin cesar:

la ola del mar que nos salpica

no sabemos si viene o va.

La mañana teje su manto

que la noche destejerá.

Al corazón nunca le importa

quién se fue sino quién vendrá.

Tú eres mi vida y yo sabía

que eras mi vida de verdad,

pero te fuiste y estoy vivo

y todo empieza una vez más.

Cuando llegaste estaba escrito

entre tus ojos el final.

Hoy he olvidado ya tus ojos

y tengo ganas de llorar.

Por saber tuyo el vaso en que bebías…

Por saber tuyo el vaso en que bebías,

una tarde de junio lo rompiste.

Bebió la tierra el agua, limpia y triste,

y ahora tienes la sed que no tenías.

Quizá otra vez vendrán tus buenos días

y bebas sin mirar, como bebiste.

O quizá el vaso en el que te ofreciste

otras manos lo quiebren, no las mías.

Igual que el que de noche se despierta

y busca cerca el agua preparada,

te buscó a ti mi voz y no escuchaste.

Pon a tu corazón desde hoy alerta:

no nieguen a tu sed enamorada

el mismo sorbo aquel que derramaste.

Por mi cuello tu mes de abril resbala…

Por mi cuello tu mes de abril resbala

y su música templa mi recelo.

De tu mano pasea amigo el cielo

y en mis hombros sus cármenes instala.

Tu alegría desata tu rehala

de palomas y arcángeles en celo,

y ante la nueva aurora me desvelo,

entre un batir ardiente, de ala en ala.

Plata y verde le impones tu divisa,

al tiempo hostil, a la extenuada espera,

al mundo recobrado ya con prisa.

La portentosa gracia quién tuviera,

de perpetuar el don de tu sonrisa,

que me convierte octubre en primavera.

Quién pudiera morderte lentamente…

Quién pudiera morderte lentamente

como a una fruta amarga en la corteza.

Quién pudiera dormir en tu aspereza

como el día en la sierra del poniente.

Quién pudiera rendir la hastiada frente

contra el duro confín de tu belleza,

y arrostrar sonriendo la tristeza,

rota la paz y el paso indiferente.

Quién pudiera, mi amor, la alborotada

resistencia del alma distraída

conducir a tu parva apaciguada.

Quién pudiera ostentar, como una brida,

el arco iris sin par de tu mirada

desde tu luz a mi negror caída.

Quizá el amor es simplemente esto…

Quizá el amor es simplemente esto:

entregar una mano a otras dos manos,

olfatear una dorada nuca

y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio.

El grito y el dolor se pierden, dejan

sólo las huellas de sus negros rebaños,

y nada más nos queda este presente eterno

de renovarse entre unos brazos

Maquina la frente tortuosos caminos

y el corazón con frecuencia se confunde,

mientras las manos, en su sencillo oficio,

torpes y humildes siempre aciertan.

En medio de la noche alza su queja

el desamado, y a las estrellas mezcla

en su triste destino.

Cuando exhausto baja los ojos, ve otros ojos

que infantiles se miran en los suyos.

Quizá el amor sea simplemente eso:

el gesto de acercarse y olvidarse.

Cada uno permanece siendo él mismo,

pero hay dos cuerpos que se funden.

Qué locura querer forzar un pecho

o una boca sellada.

Cerca del ofuscado, su caricia otro pecho exige,

otros labios, su beso,

su natural deleite otra criatura.

De madrugada, junto al frío,

el insomne contempla sus inusadas manos:

piensa orgulloso que todo allí termina;

por sus sienes las lágrimas resbalan…

Y sin embargo, el amor quizá sea sólo esto:

olvidarse del llanto, dar de beber con gozo

a la boca que nos da, gozosa, su agua;

resignarse a la paz inocente del tigre;

dormirse junto a un cuerpo que se duerme.

Si todo acabó ya, si había sonado…

Si todo acabó ya, si había sonado

la queda y su reposo indiferente,

¿qué hogueras se conjuran de repente

para encenderme el pozo del pasado?

¿Qué es esta joven sed? ¿Qué extraviado

furor de savia crece en la simiente?

Si enmudecí definitivamente,

¿para quién canta un nido en mi costado?

¿Por qué cruzas, abril, mis arenales

talándome el recuerdo y su enramada,

aromando rosales sin renuevo?

¿Qué esperanza me colina los panales?

¿Qué me das a beber de madrugada,

destructor de promesas, amor nuevo?

Si ya no vienes, ¿ para qué te aguardo…

Si ya no vienes, ¿ para qué te aguardo?

Y si te aguardo, di por qué no vienes,

verde y lozana zarza que mantienes

sin consumirte el fuego donde ardo.

Cuánto tardas, amor, y cuánto tardo

en rescindir los extinguidos bienes.

Ya quién me salve no lo sé, ni quienes

clavan el alma dardo sobre dardo.

A la mañana, que se vuelve oscura,

sigue la noche, que se vuelve clara

a solas con tu sed, que hiere y cura.

No quisiera pensar si no pensara

que, privado que fui de tu hermosura,

me olvidara de mí si te olvidara.

Soneto verde

Cuando en octubre amor por la semilla

conspira con abril de la mirada

me subyugó una rosa equivocada:

si verde corazón, tez amarilla.

De una la noche en otra maravilla

-cera ya agraz, ya pluma alabeada-

regresó el alba, limpia y afilada,

rasgándome de pura la mejilla.

Verde presidio y hondo, verde prado,

que a la esperanza indócil alimentas

con grama en flor, sonrisa de mi dueño:

suba la muerte y máteme a tu lado,

que esmeraldas, cantáridas y mentas

me han dispuesto un profundo y verde sueño.

Tengo la boca amarga y no he mordido…

Tengo la boca amarga y no he mordido;

el alma, atroz, y la canción, tronchada.

No sé qué fuerza traigo en la mirada,

ni qué traigo en mi cuello, de vencido.

No sé ni cómo ni por qué he venido.

Esto es todo: llegué; no sé más nada.

No me importa el quehacer ni la jornada,

y me da igual herir que ser herido.

La sangre, a punto, se impacienta y arde

por inundar la alcoba a la que vine,

donde fui tan feliz que fui cobarde.

Sólo pido al amor que no se obstine.

Me sentiré a su orilla cualquier tarde

para que alguien, de paso, me termine.

Tu amor, ayer tan firme, es tan ajeno…

Tu amor, ayer tan firme, es tan ajeno,

tan ajenas tu boca y tu cintura,

que me parece poca la amargura

de que hoy mi alrededor contemplo lleno.

El mal que hiciste lo tomé por bueno;

por agasajo tu desgarradura:

ni yo abro el pecho a herida que no dura

ni con vinos de olvido me sereno.

Mi corazón te tiene tan presente

que a veces, porque vive, desconfío

que sienta el desamor como lo siente.

Yo he ganado en el lance del desvío:

de nuestra triste historia únicamente

el arma es tuya; todo el dolor, mío.

Tú me abandonarás en primavera…

Tú me abandonarás en primavera,

cuando sangre la dicha en los granados

y el secadero, de ojos asombrados,

presienta la cosecha venidera.

Creerá el olivo de la carretera

ya en su rama los frutos verdeados.

Verterá por maizales y sembrados

el milagro su alegre revolera.

Tú me abandonarás. Y tan labriega

clareará la tarde en el ejido,

que pensaré: Es el día lo que llega.

Tú me abandonarás sin hacer ruido,

mientras mi corazón salpica y juega

sin darse cuenta de que ya te has ido.

Viene y se va, caliente de oleaje…

Viene y se va, caliente de oleaje,

arrastrando su gracia por mi arena.

Viene y se va, dejándome la pena

que, por no venir solo, aquí me traje.

Viene y se va. Para tan breve viaje

talé el jazmín, segué la yerbabuena.

Ya no sé si me salva o me condena:

sé que se va y se lleva mi paisaje.

Sé que se va y me quedo frente al muro

de la lamentación y del olvido,

oscuro el sol y el corazón oscuro.

Viene y se va. Yo nunca lo despido.

Al oído del alma le murmuro:

-“Gracias, bien mío, por haber venido”.-

Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto…

Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto

que le pondrás mi nombre a la tristeza.

Mal contrastada, en tu balanza empieza

la caricia a valer menos que el llanto.

Cuánto me vas a enriquecer y cuánto

te vas a avergonzar de tu pobreza,

cuando aprendas -a solas- qué belleza

tiene la cara amarga del encanto.

Para ser tan feliz como yo he sido,

besa la espina, tiembla ante la rosa,

bendice con el labio malherido,

juégate entero contra cualquier cosa.

Yo entero me jugué. Ya me he perdido.

Mira si mi venganza es generosa.

Y la luna eras tú…

San Juan de Puerto Rico

Y la luna eras tú.

Una luna creciente, blanca, fría.

Mirabas hacia el mar y hacia las cosas

que no eran yo.

Y con cuánto silencio te gritaba

-creciente, blanco, frío yo también-:

«Mírame, mírame,

ay, mírame mirarte…»

Ya nunca más diré: «Todo termina…

Ya nunca más diré: «Todo termina»,

sino: «Sonríe, alma, y comencemos.»

En nuevas manos pongo nuevos remos

y nuevas torres se alzan de la ruina.

Otra alegre mañana determina

el corazón del mundo y sus extremos.

Juntos, alma, tú y yo inauguraremos

este otro amor y su preciosa espina.

Para mirar mi muerte atrás miraba

y encontré renaciente la llanura

y sellada la boca de mi herida.

Ni el nombre sé yo ya de quien amaba,

desmemoriado y terco en la aventura

de que quien me mató me dé la vida.