Castro Saavedra, Carlos

Reseña biográfica

Poeta colombiano nacido en 1924 en la ciudad de Medellín.

Dueño de una gran versatilidad, se inició bajo la advocación lírica del amor, y cosechados los primeros triunfos literarios, el poeta desplazó su interés hacia los temas de la Tierra y la Patria, regresando finalmente a la temática amorosa.

Además de la gran producción en verso, escribió diez libros de prosa poética. Incursionó además en el teatro y en los cuentos para niños cuyo contenido tiene un marcado acento poético. En sus poemas de amor siempre está presente la delicadeza, la melodía y el color.

En 1954 publicó su primera antología personal de poesía denominada «Selección poética». En 1962 apareció la segunda con el nombre de «Obra selecta» y en 1974, «Poemas escogidos».

Falleció en Medellín en 1989.

AMISTAD

Amistad es lo mismo que una mano

que en otra mano apoya su fatiga

y siente que el cansancio se mitiga

y el camino se vuelve más humano.

El amigo sincero es el hermano

claro y elemental como la espiga,

como el pan, como el sol, como la hormiga

que confunde la miel con el verano.

Grande riqueza, dulce compañía

es la del ser que llega con el día

y aclara nuestras noches interiores.

Fuente de convivencia, de ternura,

es la amistad que crece y se madura

en medio de alegrías y dolores.

AMOR

Un deseo constante de alegría;

una urgencia perenne de lamento

y el corazón, campana sobre el viento

estrenando badajas de elegía.

Morir mil veces en un solo día

y otras tantas quemar el pensamiento

en la resurrección, que es el tormento

de pensar en la próxima agonía.

Ver en pupilas de mujer un llanto

y sorprenderlo convertido en canto

al soñar en un niño que lo vierte.

Esto es amor, candela estremecida

empujando la noche de la vida

hacia la madrugada de la muerte.

ANGUSTIA

Yo me lleno de angustia mirándote la frente

porque estás más lejana cuando estás más presente.

Para que yo no pueda llegar hasta tu alma

tú me miras a veces con esa misma calma

con que miran los lagos una noche estrellada:

la miran hasta el alba y no le dicen nada.

Espadas de silencio guardan tu pensamiento

y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:

angustia de no verte los labios apretados

cuando nombro la historia de los besos robados,

angustia de mirarte las pestañas caídas

indiferentemente, como flores vencidas,

cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo

y te pido amoroso que te vengas conmigo.

Nada te transparenta, hasta tu misma risa

relieva tus perfiles de mujer imprecisa.

Todos tus actos tienen profundidad de arcano,

hasta el acto sencillo de levantar la mano.

Me nombras y te salen despacio los sonidos,

como si no quisieran llegar a mis oídos.

En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto

muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.

Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada

y yo sufro mirándote con la boca cerrada.

Tus dos labios sin música de palabras ardidas

se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.

Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,

que si ahora muriera moriría dos veces.

Angustia de mis manos buscando en el vacío

tu corazón que ignora la soledad del mío.

Angustia de tus trenzas, que recortaste un día

y que tenían la forma de la tristeza mía.

CANCIÓN DEL AMOR HERIDO

Tengo las manos muy tristes

y no sé qué hacer con ellas,

porque anoche me corté

los dedos en las estrellas.

Estaba pensando en ti,

en tus ojos estrellados,

y me pasé por la frente

los dedos enamorados.

Fue allí donde me corté,

en mi frente, con tus ojos,

y se me pusieron grandes

los pensamientos y rojos.

Hoy no he podido sembrar

mi tierra, mi agricultura,

y la comida me sabe

a tierra de sepultura.

Tengo las manos deshechas

por tus pupilas, mi amor,

por pensar en tus pupilas

y tocar su resplandor.

CUALQUIER HOMBRE CANTA SU HIJO PRESENTIDO

Para la vida de mis hijos

bella medida es tu cintura,

y bello el ritmo de tu pulso

para la sangre de mis hijos.

En tu nostalgia atardecida

cabe el sollozo de mi niño,

y cabe el llanto de sus ojos

entre la red de tus pestañas.

Red que se llena de luceros

cuando la tiras en el agua.

Guarda el reposo de tus párpados

que allí está el sueño de mi infante,

y no te canses de mirarme

que mi pequeño está mirando

con esa luz de tu mirada.

Enhebra el hilo de tu canto

para sentir que está cantando

la voz del hijo entre tu voz,

como burbuja de los peces

entre los círculos del agua.

Cuando caminas me parece

que el hijo avanza con tus pasos,

y si te quedas detenida,

entonces pienso que es el hijo

el que se para con tus plantas.

Si vas en busca de los soles

del mediodía delirante,

pienso que el hijo de mi alma

se está acercando lentamente

a la candela de una lámpara.

Tú eres la rama que sostiene

el alto fruto de mi carne,

y eres la vena que da música

al corazón de mi pequeño

que está perdido en la distancia.

Las golondrinas que tú sueñas

rayan el cielo de mi infante,

y vas cantando por la tierra

mientras el hijo va cantando

por los caminos de tu sangre.

DESTINO

Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,

muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.

Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,

el rostro de la tarde se humedece de lluvia.

EL BUQUE DE LOS ENAMORADOS

Era un buque en el mar,

era el amor en medio de las olas inmensas,

y era mi soledad de navegante

y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba

que iba contigo a perfumar los puertos,

y a sembrar anclas y constelaciones

en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,

y las aguas furiosas me sacaban del sueño,

y a ti te separaban de mi costa

como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,

sin ti era un ataúd sobre las olas,

un herido flotando tristemente

sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,

me inclinaba hacia ti salobremente,

y las islas brillaban como lunas

sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos

y sal sobre mi piel, sobre la vida,

y el amor que pregunta por la sangre

y le responde el labio de una herida.).

A veces era lunes,

decían que era lunes mis hermanos,

y te veía venir sobre las olas

con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,

el mar era la sombra de la tristeza mía,

y el buque era un naufragio

que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,

como peces dorados, por el cielo,

y yo pensaba que en la tierra firme

tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,

todavía navega por mis venas,

y levanta la espuma de mi sangre

y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa

a pesar de los días y los pasos,

acomete la costa de mis besos

y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,

acerca tus oídos a mi piel como flores,

y escucha el buque, el buque,

navegar por mis mares interiores.

EL MUNDO POR DENTRO

Siento correr los ríos por mis venas

y crecer las estrellas en mi frente.

Siento que soy el mundo y que la gente,

habita mis pulmones y colmenas.

De flores tengo las entrañas llenas

y de peces la sangre, la corriente

que caudalosa y permanentemente

inunda mis canciones y mis penas.

Llevo por dentro el fuego que por fuera

dora los panes, seca la madera

y produce el incendio del verano.

Las aves hacen nidos en mi pelo,

crece hierba en mi piel, como en el suelo,

y galopan caballos en mi mano.

ESPOSA AMÉRICA

Te pienso desde Europa, esposa mía,

te pienso a grandes pasos, como loco,

y persigo por todas las patrias y los mapas

tu pecho montañoso, tus rebaños de leche,

y la desesperada tierra de tus volcanes

y la cicatrizada corteza de tu vientre.

Entre nosotros dos está el mar con sus barcos

y los campos están con sus caballos,

pero no alcanza el agua a separarnos,

no alcanza el agua ni la tierra alcanza,

porque yo soy el hijo que tienes en los brazos

y tú eres el incendio que yo tengo en el alma.

Con besos y con labios desentierro tu frente

de puros resplandores vegetales,

hambrientamente muerdo hoteles y países,

muerdo casas, aldeas, cementerios,

y los pueblos me saben a tu cara

y las calles me saben a tu cuerpo.

Tu olor de tierra joven me golpea,

tu perfume salvaje me penetra

y me perfuma tanto y tan adentro,

que mi piel huele a tu vestido verde

y huelen mis poemas a tu vida

y mis desgracias huelen a tu muerte.

Con barro de mi barro, con arcilla de América,

con fuego de tus manos y tu aliento

estás haciendo un hijo americano.

yo escucho tu trabajo desde Europa,

escucho el crecimiento de tu vientre

y escucho el crecimiento de tu ropa.

Me desvelo en Berlín, en Praga me desvelo,

siento correr tu sangre por mis puentes,

siento que tus cosechas se propagan

por las paredes duras, por mi lecho,

y que todas las hojas de América y los ríos

y las revoluciones estallan en tu pecho.

Sigue creciendo, esposa, mientras vuelvo,

esposa mía, esposa de los montes,

madre de los arados y los vientos.

Inés, tu corazón es como un surco

y yo soy un labriego turbulento

que te siembro, te siembro por el mundo

y por el mundo te amo y te recuerdo.

FECUNDA COMPAÑERA

En el espejo de tu cuerpo, esposa,

recogiste mi rostro, tan fielmente,

que la línea más honda de mi frente

quedó presa en tu sangre temblorosa.

Me copiaste, mujer, mujer hermosa,

en tu río de amor, en tu corriente,

y devolviste generosamente

mi cara de montaña silenciosa.

El hijo es tierra de mi propia tierra,

resplandor de mis ojos y mi guerra,

poderosa presencia de mí mismo.

Gracias a ti, fecunda compañera,

fui como una semilla en tu pradera

y retorné más joven de tu abismo.

GUÁRDAME DE LOS VIENTOS

No me dejes partir, no me abandones,

átame a tu cintura con tus brazos,

y aléjame los buques de la cara

con tus suspiros y tus aletazos.

Rodéame de ti, de tu ternura,

de tus palomas y de tus espinos,

para que no me llamen los países,

para que no me escriban los caminos.

Tengo toda la noche de tu pelo

para embarcarme en ella, tristemente,

y alejarme un momento, con las manos,

de las orillas de tu continente.

Puedo andar por mi frente, por la tuya,

con gestos numerosos y mundiales,

y me siento más hondo en tus entrañas

que en los naufragios y en los funerales.

Quiero quedarme en ti, quiero que me ames

y que me arrojes besos como escalas,

siempre que me desprenda de tus labios

y me crezcan los viajes y las alas.

HEMBRA DE TIERRA Y TIERRA

No te digo paloma, ni princesa , ni reina,

sino mujer de tierra, hembra de tierra y tierra,

compañera de besos, compañera

de mi revolución y de mi guerra.

Te llamo barro de mi alfarería,

surco de mis labranzas coloradas,

pradera en que galopan mis caballos

con las crines heridas y quemadas.

Mujer tendida en medio de la tierra

te llamo y te rodeo con mis brazos,

como si fueras trigo de mis eras

y raíz de mis besos y mis pasos.

No doy contigo pensativamente

sino luchando con tu cabellera,

y golpeando mi vida leñadora

contra tu corazón y tu madera.

INÉS

Inés digo y mi boca se convierte en azúcar

de manzana partida por la luz del verano.

Decir esta palabra es como adivinar

que está cantando un pájaro en un árbol lejano.

Inés digo y mi labio se convierte en abierta

flor de pétalos dulces contra la madrugada.

Decir esta palabra es soñar que está muerta

la tarde en el abismo de la noche estrellada.

Inés digo y parece que mi voz se quedara

temblando entre las redes impalpables de un beso.

Decir esta palabra es como si lograra

detener en el aire la música de un rezo.

Cuando yo digo Inés olvido los agravios

y de claros panales y canciones me acuerdo.

Decir esta palabra es apretar los labios

para intentar el acto de besar un recuerdo.

Alzar las manos puras para decir Inés

es caer en la sombra de un árbol florecido.

Decir Inés, siquiera por una sola vez,

es sentir en la rama del corazón un nido.

ÍNSULA

Como un nocturno vino tu mirada,

amotina mi sangre enardecida

y la noche en mis hombros detenida,

ignora su presencia desolada.

Ya no puede mi voz contra la espada

de silencio que tengo entre la herida,

de saber tu caricia estremecida

pero en oscura cárcel encerrada.

Estoy solo en la costa de tu risa,

y aunque la ofrenda tuya se divisa

mi temor de alcanzarla lo confieso:

Mi corazón – grumete sorprendido –

no se atreve en un mar desconocido

para ganar la isla de tu beso.

LAS TRENZAS LEJANAS

Yo amé desde un principio tu sencillez de dalia,

tu pudor de semilla que se viste hasta el fondo,

y el amor con que hacías tus trenzas bajo el cielo

y escuchabas mis versos como un ave en el hombro.

Tu andar de sementera, de parcela espigada,

tu lengua constelada de honorables silencios,

y tus manos en guerra, sobre tu falda verde,

con las ganaderías que apacientan los vientos.

Amé tu timidez, tu cima de arreboles,

tu cabeza inclinada sobre tu pecho doble,

y tu color de espiga cuando el sol te besaba

y cerrabas los ojos bajo el beso de cobre.

Tu casa entre los árboles, tu nido de hojas duras,

tu domingo poblado de cúpulas remotas,

y el pueblo donde oías la misa y las abejas

rezando en los panales humanos de las bocas.

Pensabas azahares, naranjas y costuras,

te ponías en el pelo flores de enredadera,

y a solas contemplabas la niñez de los pájaros

meciéndose en la cuna de toda la arboleda.

De cerca te seguía mi amor con su corona,

tu corazón brillaba por sus rojas orillas,

y de la agricultura salían resplandores

de racimos maduros y de doradas piñas.

Cuando llovía en los montes lejanos te nublabas,

te ibas poniendo triste como toda la niebla,

y era que comenzabas a quererme, paloma,

y a sentirte campana de mis torres de piedra.

Los días me acercaban a tu piel y a tu ropa,

me candidatizaban labriego de tu vientre,

y tú escuchabas pasos de bueyes y de arados

encima de tu vida y encima de tu muerte.

Cuánto sudor después, cuánta faena honrada,

cuánto golpe de pala y de herradura ciega,

hasta llegar los dos, vestidos de semillas,

a iluminar las fiestas más hondas de la tierra!

MUJER SIN NOMBRE

Yo no digo tu nombre. Yo digo mi locura.

Mírame cómo tengo los labios: como ríos

que atraviesan cantando tu hermosura.

Digo mi gran fervor, mi desespero.

Digo lo que me quema cuando llegas

y cuando ya te has ido lo que espero.

Escribo mi apetencia de ser dueño

de toda la candela de tus brazos,

para quemarme en ella como un leño.

Mujer sin nombre, si, pero nombrada

por mil voces ocultas: por mi instinto

que te tiene de gritos coronada.

Mi sangre hinca su alarido ardiente

en mi carne, socava mi estatura

y en mi mismo te busca ciegamente.

Y por buscarte así, como a una herida,

es mi sangre de tu alma y de tu imagen

la desenterradora enfurecida.

Mujer casi imposible, yo te evoco.

Para acercarte más cierro los ojos

y por cerrarlos casi que te toco.

Te veo saltar del fondo de mis versos

y caer junto a mi alma, con tu pecho

dividido en dos tibios universos.

Te oigo hablar y siento que me quema

esa llama de música que vive

dormida en las palabras del poema.

Te miro andar y siento que tus pasos,

siempre que en el crepúsculo se alejan,

más se acercan al sitio de mis brazos.

Pienso en tu cuerpo cálido y moreno,

y el cóncavo brasero de mis manos

de tu cuerpo se siente casi lleno.

Cuando miro tu talle me pregunto

si en una habitación deshabitada

por estar solo lo tendré más junto.

Cuando miro tus muslos yo me digo

que quizás en el tiempo de la siega

serán de mis trigales dulce trigo.

Y cuando veo tu pelo anochecido,

pienso que va a temblar como una estrella

cuando mi beso arranque tu gemido.

Te espero, si, con tanto desespero,

que la cal de mis huesos ya no puede

con la muerte profunda con que muero.

Ahora solo falta que te atrevas

y que congregues todas tus pasiones

con la pasión recóndita que llevas.

Mientras tanto yo soy el infinito,

y tú el surco de estrellas asediado

por la semilla amarga de mi grito.

NIÑA MUDABLE

Unas trenzas oscuras y una flor.

Y una boca que ignora su pasado.

Y un corazón pequeño y un callado

deseo de saber lo que es amor.

Yo -plenitud del hombre soñador-

la ungí con el perfume deseado;

le regalé una rosa y un pecado

y un beso apasionado y un temor.

La aprisioné en amor tan dulcemente

que ni un nardo en el viento transparente

puede encerrar así su propia albura.

Y cansada tal vez, niña mudable,

de mi labio en el beso perdurable,

cambió su libertad por mi amargura.

PETICIÓN ENTRAÑABLE

Acércate a mi pecho más caudalosamente,

húndete en mi camisa,

atraviesa mi piel, mis guarniciones,

y arrásame por dentro con tus labios

y tus inundaciones.

Trasvásate a mis venas,

a mi sangre furiosa,

y auméntame los ríos arteriales

y la espuma que pasa por mi frente

cuando pienso hospitales.

Vuélvete mi sustancia,

mi saliva, mi llanto,

y déjate arrastrar por estas aguas

y por el contrapeso de las chispas

que saltan de mis fraguas.

Más todavía súmate a mi sino,

a mi cabalgadura temblorosa,

y estréchame los pies en los estribos,

con los tuyos calzados de palomas

y de cuchillos vivos.

Que una sola persona, un solo gesto,

sean nuestros dos cuerpos enlazados,

y que si yo te beso o tú me besas,

sintamos ambos gustos de amapolas

y cornada de fresas.

De tal manera unidos compañera,

que ni la muerte pueda separarnos,

y que de espaldas, en la sepultura,

tú recuerdes completa mi presencia

y yo inmodificable tu figura.

PRESENCIA DEL AMOR VICTORIOSO

Tú eres la que yo quise destruir con mis besos,

pero la que resistes mi furia y mis abrazos,

y sales siempre nueva de mis bosques espesos

y siempre florecida de mis grandes hachazos.

( Un viento loco y verde te golpeaba la cara,

un vendaval de besos de mi boca te hundía,

pero el hijo llegaba con su semilla clara

y en medio de tus ojos oscuros la encendía ).

Eres la que no pude vencer con mi locura

y fatalmente herir con mis espadas ciegas,

y el trueno que circula por mi cabalgadura

y el búfalo que truena por mis hondas entregas.

Sobrevives y cantas a mi lado, a mi vera,

como un ave incansable que atesora mis pasos,

y vuela a toda hora sobre mi calavera

y construye su nido en mitad de mis brazos.

Ya tienes el tamaño de mis manos inmensas,

la medida del grito que me habita la vida,

y puedes abarcarme todo lo que me piensas

y elevas a tu frente la sangre de mi herida.

Siento tu punzadora dulzura en mi costado,

tu penetrante aroma de selva en mi camino,

y nadie me consuela cuando estoy a tu lado

y pienso que la muerte se beberá tu vino.

SÓLO SU CUERPO DULCE

Su cuerpo es una aldea

donde yo me refugio cuando truena en el cielo,

y tiemblan los follajes de mis venas

y las agrupaciones de mi pelo.

Su cuerpo dulce y hondo

y sus dos brazos como ríos sin puentes,

donde me oculto con mis tempestades

y las constelaciones furiosas de mis dientes.

Vientos como caballos

me pisan todo el pecho de pan y de amapolas,

pero voy a su cuerpo

y su cuerpo me lava la sangre con sus olas.

Sólo su cuerpo dulce

en medio de estos días con sabor a ceniza,

y a semana nocturna

sobre la matutina tela de la camisa.

Su cuerpo dividido

en colinas, en valles, en boscajes, en nidos,

y prados de amapolas

donde hay niños oscuros y linajes dormidos.

Miel tibia, leche tibia,

y el rumor de la sangre bajo la piel delgada,

el rumor de la vida

bajo la piel desnuda y levantada.

Sólo su cuerpo dulce

para el mío de fibras y de zumos amargos,

que ya está fatigado

de las noches oscuras y los caminos largos.

SONETO DEL AMOR ELEMENTAL

Te quiero así, mujer: sencillamente,

como quiere el pastor a sus ovejas,

el caminante a las encinas viejas

y el río matinal a su corriente.

Te amo como las casas a la gente

y como la colmena a las abejas,

y los ojos dormidos a las cejas

que vuelan en el cielo de la frente.

Voy a tu corazón como las olas

a los buques cargados de amapolas

y de maderas claras y sencillas.

Doy con tu beso al fin, con tu ternura,

como el río con toda la llanura

y la sed con el agua sin orillas.

SONETO HERIDO POR LA MUERTE

Va cayendo la noche en los trigales,

mis besos van cayendo en tus racimos,

y nos vamos los dos como vinimos:

por laberintos, fechas y hospitales.

Cuando el mar nos separa con sus sales,

por encima del mar nos escribimos,

pero de todos modos nos sentimos

sepultados por olas torrenciales.

Nada podrá salvarnos, compañera,

de la separación, de la madera,

del ataúd y su corteza oscura.

Trina el amor pero la muerte llora

y nos arroja sombra destructora,

sombra de pino y sed de sepultura.

SURCO Y MUJER

Es más dulce el amor

sobre la hierba, niña.

Sobre las esmeraldas

que alfombran la campiña.

Más dulce que en el lecho

porque la tierra es ancha,

y la sombra del cuervo

la toca y no la mancha.

Cada beso revienta

igual que una amapola,

y a lo lejos el trigo

suena como una ola.

El varón, el labriego,

al entrar en su amada,

siente los muslos verdes

y la tierra sembrada.

Surco y mujer, iguales,

reciben la simiente,

con más cielo en los ojos

que sudor en la frente.

VENGO Y VOY A TU VIENTRE

Estoy cansado, amada, y estoy triste.

Vengo desde las tierras arrasadas y solas,

desde donde la muerte se desnuda y embiste

los acontecimientos, los hombres y las olas.

Vengo, hermosa, del tiempo, de la vida, del día

en que con sangre puso mi racimo en el mundo,

y empezaron mis hojas a sentir la agonía

de un cielo sin orillas y de un barro profundo.

Estoy cubierto de alma derramada y herida,

me tambaleo en medio de la noche sin astros,

y dejo en las paredes de tu casa dormida

mis capitulaciones, mis huellas y mis rastros.

Voy hacia tus entrañas inconteniblemente

y te pido que salgas al aire, a los caminos,

a recibir las dudas que asaltan a mi frente

y los pasos que acercan mis pasos a tus trinos.

VESTIDA COMO EL CAMPO

De verde te amo más, con el vestido

que se parece al campo cuando llueve,

y el campo se emociona y multiplica

su verdura por nueve.

Ataviada de selva, de árbol joven,

por mi casa mensual cantas, caminas,

y despreocupas las habitaciones

con tu aroma de encinas.

Pienso que te sembré, que soy labriego,

que tu seno es el fruto de mi arado,

y que te salen hojas de la vida,

y ramas del costado.

Te quiero más así, toda de verde

olorosa a madera, esperanzada,

como recién salida de la tierra

con la cara mojada.

Déjame recostar sobre tu falda,

soñar que me he perdido en tu follaje,

y que un hijo me busca como loco

debajo de tu traje.

VIENTO ROJO

Yo descubrí tu boca, yo te puse

en la boca mis uvas torrenciales,

y con los pasos de mis animales

una marcha enlutada te compuse.

El color que más amo y más te luce

es el ebrio color de los parrales,

porque desencadena mis metales

y a tus grietas profundas me conduce.

De catafalcos y leopardos míos

están llenos tus bosques y tus ríos,

leñadora, desnuda, navegable.

Sobre tu cuerpo pálido me inclino

y oigo correr tu sangre, como vino,

en medio de la noche interminable.