Souvirón, José María
Poeta español nacido en Málaga en 1904.
Cursó su bachillerato con los Jesuitas en Miraflores del Palo y posteriormente en la Universidad de Granada
obtuvo su Licenciatura en Derecho. Antes de cumplir los veinticinco años publicó en Málaga sus primeros libros
de poemas «Gárgola» y «Conjunto». Posteriormente se radicó en Paris, luego en Santiago de Chile hasta el año
de 1953 y finalmente regresó a España donde se dedicó a colaborar de lleno con varias revistas e Institutos
de Cultura Hispánica.
Además de los libros mencionados, se destacan de su obra: «Plural belleza» en 1936, «Olvido apasionado» en 1941,
«Señal de vida» en 1948 y «Adorados tormentos» en 1951.
Falleció en 1973.
Amor, no sé qué calidos rumores…
Amor, no sé qué calidos rumores
tienen esta mañana las  colmenas.
Amor, no sé qué pálidos colores
hay en las cumbres altas y  serenas.
No sé, amor, de qué trémulos  dulzores
están las flores y las frutas llenas,
ni por qué son más dulces  los olores
que vienen al abrir las alacenas.
No sé qué tienen, amor,  esta mañana
que suenan como un ángelus lejano
cuando sale el rebaño, las  esquilas;
y que al abrir de pronto la ventana,
alondras al alcance de  mi mano
se quedaron mirándome tranquilas.
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Como el rayo de luna en la palmera…
Como el rayo de luna en la palmera,
con la voz de  la noche clara y fría,
con el olor del mar en la bahía,
con el rumor del  agua en la pradera.
Con la alborada y con su luz primera,
con el  dorado ardor del mediodía,
y con esta pasión de la voz mía,
te llamo y te  reclamo por doquiera.
Te llamo con la calma y con la brisa,
con la  piedra, la flor, la lluvia, el trigo,
te llamo con el llanto y la  sonrisa,
como el enamorado y el amigo,
con orgullo y piedad, que tengo  prisa,
que tengo prisa por estar contigo.
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Cuando la aurora ponga en los caminos…
Cuando la aurora ponga en los caminos
flores de nieve y  témpanos de aromas,
cuando el rumor de un vuelo de palomas
en la invernal  caricia de los pinos;
y cuando los redondos remolinos
se lancen por lo  alto de las lomas
buscando calentarse en las redomas
de los profundos  pozos cristalinos.
Cuando el viento esté solo en el sendero
dando  saltos de escarcha y luna fría,
o patinando en vértigo campero;
cuando  la noche luche con el día…,
¡entonces te querré como te quiero,
como  quiero quererte, vida mía!
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En el alto castillo, la serena…
En el alto castillo, la serena
tarde ponía su misterioso  brillo
y la rosada carne del ladrillo
se tornaba de luz sobre la  almena.
El silencio contigo; la voz plena
del suave mar, abajo, y el  sencillo
juguetear del claro vientecillo
con mi trémula mano en tu  melena.
Los árboles oscuros al Poniente
rumoreaban plácidas  canciones.
El tiempo se dormía, abandonado.
Y bajaba la noche,  indiferente,
con un prodigio de constelaciones
sobre mi corazón  enamorado.
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En medio de esta noche tan oscura…
En medio de esta noche tan  oscura
se anuncia el dulce brote de la espiga
y arde la flor que el  temporal castiga
con una oculta luz, serena y pura.
Ya sé que la luz vive y que  perdura,
ahora, qué más quieres que te diga?
Abierto está mi corazón,  amiga,
por la herida de olvido y amargura.
Mira la sangre que la herida  vierte:
cómo te dice “adiós hasta la muerte”
desde la sola y triste  lontananza.
Y cómo, en esta ardiente  despedida,
guarda lo que quizás para esta vida
no puede mantener a la  esperanza.
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He soñado que estabas a mi vera…
He soñado que estabas a mi vera
y  que tenías tus manos en las mías;
ya no recuerdo lo que me decías,
pero  era dulce oírte, compañera.
Me mirabas de amor, con la  sincera
clara mirada de los bellos días
y se iban enredando mis  poesías
en el perfume de tu cabellera.
Era tan dulce oírte, y era  tanta
la maravilla de tu voz serena,
que, al sentir mi soñar  desvanecido,
me desperté con llanto en la  garganta,
y las carnes doliéndome de pena,
y el corazón doliéndome de  olvido.
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Hoy la primera lluvia silenciosa…
Hoy la  primera lluvia silenciosa
cae sobre el jardín serenamente,
temprano otoño  brota de la fuente
y huye la primavera de la rosa.
Huele a la tarde  aquella deliciosa
de no sé dónde -¿en dónde fue?-. Se siente
una quietud  pasada en el presente
y un recuerdo vibrar en cada cosa.
Reclinada en  mi hombro tu cabeza,
vemos caer la lluvia en los rosales
con un blando  rumor y movimiento
que da al jardín una ideal pureza
y hace brotar  promesas inmortales
en mi tranquilo y alto pensamiento.
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La alta  noche y el mar. Las playas solas.
Un vientecillo fresco y desvaído.
Y en  el confín oscuro, el suave ruido
de una orquesta de claras  caracolas.
Ay, amor: por encima de las olas,
desde mi corazón  estremecido
resbalaba, sin rumbo ni sentido,
el son de mis canciones  españolas.
La fogata que ardía sobre la arena
era una estrella más, en  la serena
infinitud. Cesaron mis canciones.
Las olas en la playa se  morían…
y de pronto sentí cómo latían
al mismo tiempo nuestros  corazones.
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Cae la lluvia  suavemente
con un susurro tierno y claro,
y el corazón se va  durmiendo
por el rumor acompañado.
La lluvia trae muchas cosas
que  ya teníamos olvidadas:
viejos jardines a lo lejos
desde balcones de la  infancia.
Antiguas voces que se fueron,
músicas lentas y remotas
y  unos instantes de amor pleno
bajo otra lluvia melancólica.
Llueve en  ventanas y azoteas,
sobre los árboles y el campo;
llueve también sobre mis  penas
y los recuerdos más lejanos.
Es bendición sobre la  tierra,
amor de Dios en la campiña.
La lluvia es una compañera
que da  ternuras infinitas.
Brillan las hojas, y en el aire
hay una pálida  dulzura.
Llueve en el mundo. Llueve, llueve.
Cae la caricia de la  lluvia.
Se oyen dianas de otros tiempos,
pregones cálidos de  antaño,
canciones de mujeres muertas,
lento mugir de toros  bravos.
Acordeones en el puerto,
tristes sirenas de navíos
y  cascabeles en el alba
por carreteras con rocío.
Cae la lluvia  suavemente
y la memoria se despierta
y largamente se respira
el lento  efluvio de la tierra.
Y hay naranjales en los ojos
y un ancho mar  junto a las manos
y una tranquila soledad
en un paisaje  ilimitado.
Risas amigas acompañan
sin ruido al alma que está  muda.
Como una bella enamorada
llega a mí, trémula, la lluvia.
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Si al sol llamo sol, no es a él,
sino a ti que sol te  llamo.
Si llamo luna a la luna,
es que a ti te estoy  llamando.
Si llamo a la rosa rosa,
es que en la rosa te  hallo.
Si llamo amor al amor,
es sólo porque te amo.
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Mis ojos muy abiertos para verte…
Mis ojos muy abiertos para verte,
mis oídos  atentos para oírte,
mis ásperas mejillas para herirte,
mis brazos para  alzarte y sostenerte.
Mis dientes duros, no para morderte,
sino para  rozarte y sonreírte,
mis largas piernas para perseguirte,
y mi gran  corazón para quererte.
Mi corazón que hace sonar las horas,
con un  compás que el tuyo ya conoce,
con un latir de luz de sol y  luna.
Silencio y campanadas vibradoras,
desde la una, amor, hasta las  doce,
desde las doce, amor, hasta la una.
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Todo lo que he buscado se halla en  ti,
y sé que estás dispuesta a quererme, si yo
tiendo un poco mi mano  hacia tu mano.
Cuando estaba con otras
cerca de ti,  queriéndolas,
entrabas hasta el fondo de mi alma
calladamente, pero con  dominio,
y allí te establecías, olvidada y presente.
Antes, pasaste a  veces por mi lado
y yo pensaba, aunque no lo quería,
que eras tú la que yo  debía haber amado,
la que guardaba los tesoros
que yo, gozoso y torpe,  buscaba en otras minas.
Ahora sigues presente
pero ya no me atrevo. He  malgastado tanto
tu impaciente silencio, tu ternura encerrada,
tu carne,  que esperaba no sabemos qué brotes
de primavera retrasada y dulce…
Si te  dijera que te quiero
no te diría bastante,
y quizá este mundo de cristal y  de luz
que has ido edificando sobre mi indiferencia,
se caería de golpe,  dejándonos a oscuras.
No sabrías decírmelo,
ni yo a ti.  Solamente
un prodigio violento
y un nuevo mundo abierto ante tanta  esperanza…
¡Oh, qué rabia tardía!
Por qué no has sido tú?
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Tu novedad, tu  pura novedad
es lo que me concilia con el mundo.
Aquí está mi pasado,  en este instante,
todo hecho presente y asumido
por esa novedad que tú me  traes.
Porque me has hecho nuevo para ti,
y todo lo anterior, todo lo  huido
se vivifica ahora en tu presencia.
¿No es este árbol de esta  noche el árbol
hecho con todos los que vi sin ti?
¿No es la brisa que pasa  por tu lado
la brisa de mi infancia, que ha seguido
corriendo para estar  junto a nosotros?
Pasan los años, pero el tiempo queda
y ahora estoy  contigo en mi pasado,
y ya está aquí tu vida hecha presente.
Un presente  fugaz que se renueva
con certidumbre de mantenimiento.
Calla. Escucha  la noche. Oye los mundos.
Mira esas luces. Huele a primavera.
Nada más que  este instante prolongado,
toda mi vida aquí con tu alegría.
O con tu pena,  que me da lo mismo.
Y ahora, adiós, es hora de que partas.
Hasta  luego, o quizá hasta. mañana.
Ahora el mundo está bien. Ya puedes irte.
Ya  esto ha sido vivir. Esto es vivir.
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Si el cerco de mi brazo te ceñía…
Si el cerco de mi brazo te  ceñía,
era porque el amor me lo mandaba.
Si de lejos y quieto te  miraba,
era porque el amor me lo pedía.
Si con un claro beso te  quería,
era porque el amor me lo ordenaba;
y si yendo a tu lado me  apartaba,
era porque el amor me lo exigía.
Así, cuando te digo que te  quiero,
igual que cuando no te diga nada,
hago, mujer, lo que el amor me  ordena.
Y el día en que te digan que me muero,
lo mismo que mi vida  enamorada,
será mi muerte enamorada pena.
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Ella tenía unos nombres extraños, a mi antojo.
Unos días  se llamaba cereza; era redonda y suave,
pequeña y reluciente. No venía en  racimo,
sino única y aislada cereza de mi gusto.
Otros días se llamaba  paloma,
y era tierna, plumosa, llena de arrullos lentos.
En libertad  volaba sobre los altos pinos
para volver cansada a dormir en mis  manos.
Otros días se llamaba fuente, y era un prodigio
cantar  sosegado, de frescor y de luces.
Cuando yo le agitaba las alas, se  reía
con ondas que tardaban un rato en aquietarse.
Otros días se  llamaba albahaca, y olía
maravillosamente -sobre todo al crepúsculo-
y era  tan delicioso el aire de su aroma
que la ciudad entera parecía  perfumada.
Otros días se llamaba lágrima, y daba pena
verla tan  pequeñita, resbalando en tibieza
salada, melancólica, sin ganas de jugar
y  pensando que sólo estaba por los suelos.
Otros días se llamaba cristal, y  la veía
transparente y un poco avergonzada
de que yo la supiera del todo y  sin secreto,
sin hablarle siquiera. Y era frágil y pura.
A veces se  llamaba niebla, y era tristísimo
ver como todo, en ella y en mí, se hacía  invisible.
Andábamos a tientas uno en busca del otro,
pero no nos  hallábamos y estábamos distantes.
Otros días se llamaba piedra, y era tan  dura
que mis manos sangraban y el amor me dolía.
Cuando ella se llamaba  piedra… ( Mejor será
olvidar esos días minerales y oscuros. )
Otros  días se llamaba corazón. Daba gusto
verla tan incansable, tan tierna. No  podía
casi acercarme a ella por miedo de dañarla,
pero estábamos juntos y  nos decíamos cosas.
Otros días se llamaba arcángel. Se perdía
de mi  alcance. De pronto yo me encontraba, trémulo,
a la vera de Dios. Todo  brillaba tanto,
que pienso que esos días comenzó mi locura.
