Morón, Enrique

Morón, Enrique

Poeta y dramaturgo español nacido en Cádiar, Granada, en 1942.

Su tendencia literaria encaja en la poesía clásica y en la generación del medio siglo.

Posee una extensa obra poética iniciada en 1970 con Paisajes del amor y el desvelo, seguida por las siguientes

publicaciones: Odas numerales 1972, Templo 1977, Bestiario 1979, Cantos adversos 1985, Crónica del viento 1988,

Despojos 1990, La brisa de noviembre 1995, Otoñal égloga 1996, Cementerio de Narila 1996, y Del tiempo frágil 1999.

De su obra dramática se destacan: La mecedora 1998 y Trilogía del Esparto 1999 que recoge las obras Fin de año,

La noche de los perros y Las flores del ocaso

Canción

Ayer me fui y ayer vine
pero me vuelvo a marchar.

Dichoso el hombre que tiene
casa donde pernoctar
y abrigo para sus hombros
y, para sus labios, pan.

Dichoso el hombre que lleva
ventanas de colegial
y corazón de geranio
y perfumes de azafrán.

Dichoso quien es dichoso
sin poderse desdichar.
Quien tiene muros de piedra
y raíces de olivar.

Ayer me fui y ayer vine
pero me vuelvo a marchar.

Celindas

Entre celindas estabas aquella tarde de estío.
Por el cielo de tus ojos volaban los ruiseñores.
Y era el amor en tu frente sereno como el rocío;
y era la risa en tus labios como un manojo de flores.

Concreta como el guijarro te mirabas en el río
y el agua te iba meciendo con sus brazos interiores.
Era bello, incandescente y exacto tu cuerpo mío,
tu cuerpo para ser ave y junco de mis amores.

Entre celindas estabas, entre celindas vivías,
entre celindas nevadas, con el perfume prudente
de la celinda en la brisa rebelde de tu paisaje.

Y entre celindas murieron mis cálidas fantasías,
mis ilusiones de bronce, mi corazón exigente
y el sobrio sabor robusto y firme de mi coraje.

Cementerio de Narila

Sur les maisons des morts mon ombre passe
Paul Valery

Subimos la ladera
ungidos por la calma del verano
de aquella tarde. Era
nuestra emoción paloma que en la mano
su corazón golpea
clamando libertad. Como una tea

se puso el sol sonoro
sobre las lontananzas doloridas
por efluvios de oro.
Y eran las amapolas como heridas
abiertas a la brisa
de breves labios o espiral sonrisa.

Subimos lentamente,
que la amistad no es nunca presurosa,
y estrecha la serpiente
del sendero buscaba, jubilosa,
un olmo sosegado
en donde platicar con más cuidado.

Unidos por afanes
tan elocuentes como la poesía.
¡Oh locura! ¡Oh desmanes
que ignora el vulgo con su idolatría
al pérfido, ligero
resplandor de la fama o el dinero!

Silentes y gozosos.
Ensimismados de estival paisaje
libamos, generosos,
cárdenos vinos, que cual fino encaje
acariciaban labios
para fluir dialécticos y sabios.

¡Cuánta naturaleza!
¡Cuánto gozo se esconde y cuánta pena
bajo la cal aviesa,
o enmohecida penumbra de alacena!
Pueblo de los alcores;
espigas blondas y sangrantes flores.

Pueblo petrificado
en el alto silencio de las horas.
Indolente. Callado.
Expuesto al vértigo de las auroras.
¡Cuánta sabiduría
hay en los ojos de fulgente umbría!

Hombres como la tierra,
nacidos desde el grito de la arcilla.
Dólmenes de la sierra,
de busto azul y apuesta maravilla.
Manos para la espiga,
para la piel, la piedra y la fatiga.

Allá por las alturas
Venus exhibe su blancor de gala
y Apolo, sin premuras,
en los rescoldos de la tarde exhala
un amor verdadero
hacia la estela del primer lucero.

Cumplido el asueto,
porque es virtud de la amistad templanza,
dejamos con discreto
afán las arduas calles, la esperanza
tras florecidas rejas:
cárcel de amor, remedo de las quejas.

De nuevo en el camino,
sierpe escondida que a la luz esquiva;
promesa de un destino
donde yace la duda. Fugitiva
es la emoción del viento.
Senderos de la muerte. Y el tormento.

Pasadas la cancela
y las primeras lápidas albinas,
donde la luz flagela
su tierna claridad por las esquinas
marmóreas, me asemejo
a este ciprés escueto, pulcro y viejo.

Cesaron los coloquios,
pues todo parecer es amargura.
Íntimos soliloquios
brotaban en la tarde pulcra y pura.
Pequeño cementerio.
Cumbre de soledad. Breve misterio

que a sí mismo se sueña
por los oscuros campos de la nada.
Austeridad roqueña.
Desolación. Vacío de alborada.
Memoria del olvido.
Ausencia de la luz y el sentido.

Lápidas inclementes
al llanto de los hombres. Altaneros
valles de mármol. Fuentes
que desbordan dolores o luceros.
Heridas del amor.
Roja, sobre la nieve, está la flor.

Cipreses centenarios.
Lechetreznas bravías. Jaramagos.
Cruces y relicarios.
Oscuros bronces de pasión. Halagos
en breves epitafios
altisonantes, trascendentes, zafios.

Aquí todo es quietud.
Nada altera el silencio. Piedra rasa.
El tiempo en su prietud,
o nueva dimensión por donde pasa
la imagen de las horas
fundidas al fulgor de las auroras.

¡Qué serena fluidez!
¡Qué dichosa amargura! Por la brisa
brinca la ingravidez
de los cuerpos ausentes, la sonrisa
de sutiles quimeras.
¡Gestos marfiles y oquedades hueras!

Nacer o sucumbir
o naufragar. El hombre y el vacío
de su verdad. Fluir,
en agresivas aguas, por el río
que hacia la mar culmina.
Vivir, soñar, morir. Mi alma se obstina

en fijar el instante
con solidez de piedra, la memoria
con densidad brillante;
y en un segundo resumir la historia.
Del gesto su escultura
y del amor cenizas. Sepultura

que alberga unos huesos
gravedad o terneza, confundidos
con fresas o con besos
en la celebración de los sentidos.
El poder y el fracaso.
La miseria y el miedo. Y el ocaso.

La ambición y la ira.
La profunda soberbia. La osadía.
La virtud. La mentira.
La vanidad. La apuesta rebeldía.
Y la dúctil nevada
de una caricia en piel enamorada.

Todo yace en la sombra,
pues todo fue festín de los gusanos:
cuerpo gentil, alondra
de las verdes riberas. Bruscas manos.
Desvencijadas frentes.
Frágiles ríos. Sólidos torrentes

Hay cal en las paredes
que hieren a los ojos con destellos
bermejos. En sus redes
devoran las arañas a los bellos
insectos. Y la tarde
roja de nimbros o guadañas arde.

Arde la tarde y pasa
dejando cicatrices y mejillas
laceradas. ¡La casa
de los muertos! Avenas amarillas
en espigados haces.
Y el vuelo de los pájaros fugaces.

La hoguera de los montes
se va difuminando. Los levantes
se tornan horizontes
argentinos y en pálidos instantes
la noche ruiseñora
vuelve a plañir su canto y da su hora.

Sin pasos presurosos,
con el ceño fruncido por la pena
volvimos, cautelosos,
a la ronda estival, tras esta escena
de mármoles y cruces;
de esbeltos pinos y fulgentes luces.

De nuevo en la vereda,
con el desvelo de la blanca luna
estampada en la seda
del crespón de la noche de aceituna,
tornamos a la vida
y al olor de la sombra florecida.

Los astros surtidores.
Los grillos crepitantes y sus claves.
Los canes husmeadores.
Las alimañas y nocturnas aves.
Y los ocultos cauces
de los prados de pámpanos y sauces.

El pueblo parecía
un grito de luciérnagas. La brisa
acariciaba, hería.
¡Cuánta emoción! ¡Enhiesta la sonrisa!
Y fueron generosas
las celindas, las dalias y las rosas.

Despedida

Te vas y yo me quedo para siempre conmigo.
Una quietud de árbol nace por mi cintura.
Te vas como una sombra, reptando la llanura,
herida por las uñas larguísimas del trigo.

Amiga mía fuiste cuando yo fui tu amigo,
guardamos equilibrio de pasión y ternura;
pero el amor se añeja cuando el amor perdura:
ni me arrastra tu marcha ni a quererme te obligo

Te vas y yo me quedo como siempre, contento.
La brisa da en mis ojos caricias y arañazos
y poco a poco surge la redondez del llanto.

Te vas y no me importa. Sí me importa. Lo siento.
Se ha quedado vacío el hueco de mis brazos
y un ruiseñor de piedra ha crecido en mi canto.

De “Paisajes del amor y el desvelo” 1970

Oda a la circunferencia

Se quebraron los bordes del polígono
y se hicieron flexibles las aristas.
La mañana es redonda y en sus curvas
hay labios circulares y sonrisas.

¡Oh, los giros del monte, los recodos
de las aguas plurales, cristalinas!
¡Oh, las aves que vuelan y consiguen
amenizar silentes geometrías!

¡Contornos de mujer. Pechos que buscan
el hueco justo y frágil de la brisa!
¡Caderas de metal, muslos guijarros,
oscuros ojos y mejillas nítidas!

Todo gira, se mece, se transforma,
su vuelve luz en la fragancia tibia
de la rosa de abril que se abre y vive,
porque vivir es causa curvilínea.

Como un coso de fiestas y clamores
quedó en la luz la curva concebida:
metamorfosis de la línea recta;
principio y fin de cuerpos y de aristas.

De “Odas numerales” 1972


Oda al número cero

Redonda negación, la nada existe
encerrada en tu círculo profundo
y ruedas derrotado por el mundo
que te dio la verdad que no quisiste.

Como una luna llena es tu figura
grabada en el papel a tinta y sueño.
Dueño de ti te niegas a ser dueño
de toda la extensión de la blancura.

Tu corazón inmóvil y vacío
ha perdido la sangre que no tuvo.
Es inútil segar donde no hubo
más que un cuerpo en el cuerpo sin baldío.

Redonda negación, redonda esencia
que no ha podido ser ni ha pretendido.
Sólo la nada sueña no haber sido
porque no ser es ser en tu existencia.

De “Odas numerales” 1972

Oda al número dos

Siempre infantil caminas por las cifras
enseñando tu cola puntiaguda,
y tu panza de niño adolescente
por donde se resbala la ternura.

Eres, al fin, el único juguete
que traza el usurero con su pluma.
Cisne de los papeles escolares!
¡Príncipe y equilibrio de las curvas!

Cuando tu nombre se abre entre mis labios
apenas si se mueve tu figura;
en el aire nadando te me alejas
por un mundo de hierro y de penumbra.

¿Qué vas a hacer cuando el dolor te lleve
por las altas ventanas de las sumas?
¿Qué vas a hacer cuando los ases vengan
a oscurecer tu blanca dentadura?

Vuelve a mis labios niños, quiero hacerte
corazón infantil de flor y fruta.
Vuela de los papeles a los prados,
donde crecen los soles y las lunas.

De “Odas numerales” 1972

Oda al signo menos

Pero llegó el silencio. Y el otoño
era una muerte horizontal y sola;
los árboles talados, las umbrías
enmohecidas de olvidos y de hojas.

Atardecer. Puñales del ocaso.
Heridas en el sol y carne roja.
Un desfile de brujas van cantando
entre dientes, montadas en escobas.

¿A dónde está el amor? ¿En dónde viven
las alboradas tibias, las alondras
que conocen el ritmo de la sangre
definitiva de las amapolas?

¿Qué corazón soporta esta tristeza
cautiva en lo profundo de la boca?
¿A dónde está el amor? ¿Qué viento fuerte
pulió mi negación rotunda y sobria?

Preguntas y preguntas y silencio
y silencio y silencio, hora tras hora.
Ojos abiertos y cerrados. Ojos
que nada ven y nada esperan. Sombras.

De “Odas numerales” 1972


Presencia

Cerca de mí tus ojos,
tu cintura de mimbre,
tu valor de quererme
y tu frágil anhelo
de brisas venideras.

Rotunda estás y eres
para mis labios curvos.

Cerca de mí tus venas
cantando como pájaros.

¡Qué delicada fuerza
me das cuando suspiras!

¡Qué multitud de naves
se alejan por tu frente
cuando en el aire piensas
melancólica y cierta!

¡Oh, tus pechos de novia,
circulares y prietos
como un canto campestre!

Cerca de mí pareces
un horizonte verde,
una esperanza tibia,
un dolor apagado.

Vienes y vas y vienes
para ser siempre nueva
realidad de la tarde
enervada en mis labios.

Vienes y vas y eres
la brisa que despierta
mi estambre. y mi silencio
cálido. Y mi sonrisa.

Seco dolor en la noche

No sé. Quiero llorar. Pero es a veces
cuando el llanto no acude. Y es preciso
llorar. Y es necesario llorar. No sé.
Pero me invade un dolor por el cuerpo.
Un dolor seco de rastrojo. Estío
ha segado mis ojos y no puedo
llorar. Y es necesario llorar. Voy
camino de la muerte. Quizá quiera

morir. ¡Señor, sin una sola lágrima…!
Sin una sola lágrima morir
es algo cruel. Mordiéndome los labios
estoy aquí, cansado, en esta noche

de dolor seco, de dolor abrupto
como el tronco de un árbol. Esta angustia.
Esta quietud robusta. Y es preciso
llorar. Pero no puedo llorar. Soy

una gran piedra sobre la llanura,
un metal oxidado, un árbol seco.
Las noches pasan sobre mí. Las noches
no acaban de pasar. Ni un solo pájaro

canta. Ni una sola hoja se mueve.
Mis mejillas son tierra. Mis mejillas
son tierra con bolinas y cúspides.
Quiero llorar. Pero mi ojos miran.


Soledad

Me duele el corazón, rejas de acero.
y a lo lejos el mar y los marinos.
Los montes juegan a la rueda. Quiero
la libertad del mar y los caminos.

Desde la soledad de mis cristales
digo adiós a las aves emigrantes.
Lloran las hojas. Lluvias torrenciales.
Rojo viento de oestes y levantes.

Ya se acerca la noche. Las esquinas
iluminan su tenue faz de hielo.
Vuelven los niños al hogar. Ovinas
caravanas de nimbos en el cielo.

Queda el pueblo en silencio. Las ventanas
han cerrado sus ojos. Pasa el río
más allá del silencio. Dos campanas
y un alto campanario en el vacío

de una noche otoñal. Amargamente
me he sentado a mi diestra y ha crecido
por mis duras mejillas una fuente
y una flor de cristal descolorido.

Me duele d corazón. Quietud. Se mueve
la aguja del reloj del viejo muro.
Viejos recuerdos. Viejas sombras. Llueve.
Mes de noviembre trágico y oscuro.

De “Paisajes del amor y el desvelo” 1970

Todo lo perdí una tarde al borde de la poesía…

Todo lo perdí una tarde al borde de la poesía:
mi espada de duro roble, mi escudo de roble duro,
mi corazón colorado y esa triste fantasía
que tuve para el amor cuando el amor era oscuro.

Ninguna sonrisa amena quiso acercarse a mi frente,
ningún amigo de veras quiso prestarme su abrigo.
Todo lo perdí una tarde: ni el roble me fue prudente,
ni exagerado el amor, ni verdadero el amigo.