Morábito, Fabio
Poeta, ensayista y narrador de origen egipcio nacido en Alejandría en 1955.
Hijo de padres italianos, vivió parte de su infancia y adolescencia en Milán, trasladándose con su familia
a Ciudad de México donde reside desde los quince años.
Es autor de los libros de poesía “Lotes baldíos” Premio Carlos Pellicer en 1985; “De lunes todo el año”
Premio Aguascalientes en 1991, y “Alguien de lava” 2002, contenidos en “La ola que regresa” , poesía reunida en 2006.
Como ensayista obtuvo en el año 2006 el premio “Antonin Artaud” por “Grieta de fatiga”; como escritor de literatura
infantil el “Premio White Raven” en 1997 por “Cuando las panteras no eran negras”, y como traductor, vertió al español
la obra completa de Eugenio Montale, y la obra “Aminta” de Torcuato Tasso.
Parte de su obra ha sido traducida al alemán, inglés, francés, portugués e italiano.
Cada libro que escribo
me envejece,
me vuelve un descreído.
Escribo en contra
de mis pensamientos
y en contra del ruido
de mis hábitos.
Con cada libro
pago un viaje
que no hice.
En cada página que acabo
cumplo con un acuerdo,
me digo adiós
desde lo más recóndito,
pero sin alcanzar a ir muy lejos.
Escribo para no quedar
en medio de mi carne,
para que no me tiente el centro,
para rodear y resistir,
escribo para hacerme a un lado,
pero sin alcanzar a desprenderme.
De “De lunes todo el año” 1992
A Ethel
Esta mujer que abandona en la arena
su cuerpo es una roca que dibuja
la luz del mediodía, roca oscura
sin sed, sin ojos, sin sombra siquiera.
Esta mujer está tendida y sueña
que es una roca que la luz dibuja
en esta playa sin nombre. Sin duda
hay un ritmo de olas en sus venas.
En esta rada entra el mediodía
y borra los contornos de las rocas
y borra el mar de innumerables cuencas.
Y mientras sueña esta mujer tendida
que es una roca fija, una ola
se mete entre sus pies y la despierta.
De “Lotes baldíos” 1985
Un día mi padre dijo
nos vamos, y tú eras
la meta: otra lengua,
otros amigos. No:
los amigos de siempre,
la lengua, la que hablo.
Me he revuelto en tus aguas
volcánicas y urbanas
hasta al fin conocerme,
y si al hablar cometo
los errores de todos,
me digo: soy de aquí,
no me ensuciaste en vano.
De “Lotes baldíos” 1985
I
Nos desnudamos tanto
hasta perder el sexo
debajo de la cama,
nos desnudamos tanto
que las moscas juraban
que habíamos muerto.
Te desnudé por dentro,
te desquicié tan hondo
que se extravió mi orgasmo.
Nos desnudamos tanto
que olíamos a quemado,
que cien veces la lava
volvió para escondernos.
* En Pompeya, entre otros cuerpos petrificados por las lavas y cenizas
de la erupción del Vesubio (año 79), se conservan los de un hombre y una
mujer en el acto amoroso.
II
Me hiciste tanto daño
con tu boca, tus dedos,
me hacías saltar tan alto
que yo era tu estandarte
aunque no hubiera viento.
Me desnudaste tanto
que pronuncié mi nombre
y me dolió la lengua,
los años me dolieron.
Nos desnudamos tanto
que los dioses temblaron,
que cien veces mandaron
las lavas a escondernos.
III
Te frotabas tan rápido
los senos que dos veces
caí en sus remolinos,
movías el culo lento,
en alto, para arrearme
a su negra emboscada,
su mediodía perenne.
Abrías tanto su historia,
gritaba su naufragio…
Nos desnudamos tanto
que no nos conocíamos,
que los dioses mandaron
la lava a reinventarnos.
IV
Te desmentí de cabo
a rabo devolviéndote
a tus primeros actos,
te escudriñé profundo
hasta escuchar la historia
amarga de tu cuerpo,
pues sólo el amor sabe
cómo llegar tan hondo
sin molestar la sangre.
Esa noche la lava
mudó el paisaje en piedra.
Tú y yo fuimos lo único
que se murió de veras.
De “Lotes baldíos” 1985
A Ethel
Dime tú si no es cierto
que el techo de esta casa
es todo de verdad,
que es la verdad más plena
de todo lo construido,
el muro en más reposo,
la redención de tantos
errores y desvíos,
la mano que disculpa,
el anhelado fin
de las hostilidades,
la prueba que buscábamos
desde el primer ladrillo.
De “De lunes todo el año” 1992
El viento, mas
que yo,
se fuma este cigarro
entre mis dedos,
dejándome el placer
de sólo tres o cuatro bocanadas,
y el mar expropia las palabras
que te digo,
porque, acostada, no me oyes.
El sol, el viento y la marea
te ensordecen
y cuando me levanto
para dar dos pasos,
viendo mis huellas que se imprimen
en la arena,
pienso que esas pisadas mienten,
que ya no piso así
desde hace no sé cuándo;
son huellas de otro
que sobrevive en mis pisadas; pues las mías
son mucho menos elocuentes.
Tú, en cambio, que me ves
completo e indivisible,
sabes mejor que nadie cómo soy mortal,
cómo mis huellas en la arena me describen
y cómo se plasma en ellas lo que soy,
sabes mejor que nadie cómo no escucharme.
De “Alguien de lava” Ediciones Era, 2002
Por el perdón del mar
nacen todas las playas
sin razón y sin orden,
una cada mil años,
una cada cien mares.
Yo nací en una playa
de África, mis padres
me llevaron al norte,
a una ciudad febril,
hoy vivo en las montañas,
me acostumbré a la altura
y no escribo en mi lengua,
en ciertos días del año
me dan mareos y vértigos,
me vuelve la llanura,
parto hacia el mar que puedo,
llevo libros que no
leo, que nunca abrí,
los pájaros escriben
historias más sutiles.
Mi mar es este mar,
inerme, muy temprano,
cede a la tierra armas,
juguetes, sus manojos
de algas, sus veleidades,
emigra como un circo,
deja todo en barbecho:
la basura marina
que las mujeres aman
como una antigua hermana.
Por él que da la espalda
a todo, estoy de frente
a todo con mis ojos,
por él que pierde filo,
gano origen, terreno,
jadeo mi abecedario
variado y solitario
y encuentro al fin mi lengua
desértica de nómada,
mi suelo verdadero.
De “Lotes baldíos” 1985
Los amantes se acercan,
escuchan. Adelgazan
su piel hasta la asfixia
y adelgazan sus besos.
Por sus voces delgadas
sólo oyen silencio.
Los amantes se besan,
se acarician, el mar
apenas los contiene,
y su pasión es breve:
aleteo de un ave
en la espalda del agua.
Los amantes recuerdan
las heridas, las guardan
como un secreto bien.
Nunca cambian palabras.
Pero cambian heridas.
Son su secreta piel.
Cerca de dos amantes
se detiene un segundo
la sangre en la avenida;
son dos ciervos que saltan
en medio de nosotros
que somos las estatuas.
Los amantes se muerden,
se pisan, sólo temen
la muerte, trepan muros
de olvido y nunca vuelven
atrás, lujosos como
escarabajos verdes.
Los amantes no cuentan
los días, no enumeran
los muertos, ni siquiera
los mares. Su materia
está hecha sin tiempo,
su sed nunca se alivia.
Los amantes se mueren
un día. Bajo tierra
van, mudos y con miedo,
y la tierra adelgaza
su piel hasta la asfixia
y adelgaza sus huesos.
De “Lotes baldíos” 1985
Ya regresé a tu ausencia
de puentes y reflejos,
de amplios espacios libres,
marinos. Vuelvo al aire
amargo de tus plazas,
a tus patios estrechos.
No supiste enseñarme
a perderme, te debo
los frutos más oscuros
de mi alma: el rigor
al que aspiro, el odio
a todo lo que es falso
y mi pudor, mi calma.
De “Lotes baldíos” 1985
Miramos largamente el mar
después del pleito, sin hablarnos.
No la pasamos bien en Cádiz
esos dos días.
Sentí al decir que no quería
tener un hijo por ahora,
que había llegado a un punto divisorio.
Por vez primera fui muy claro.
Adiós ambigüedad,
me dije, bien precioso,
ya comenzó la cuenta regresiva.
Supe que existirías,
que era cuestión de tiempo.
Si iba a seguir con ella, claro.
Si iba a seguir contigo, en suma.
Y ella también,
después de arrinconarme
entre su ser y el mar, lo supo,
el mar que nos quedamos,
después del pleito,
mirando largamente sin hablarnos.
No la pasamos bien en Cádiz
esos dos días.
Ve alguna vez a Cádiz
junto al mar, sin nadie,
y mira el mar como nosotros lo miramos
y fúmate un cigarro, absorto, y piensa
que estás donde empezaste.
De “Alguien de lava” Ediciones Era, 2002
En la naturaleza
todo está de pie:
los árboles,
los pájaros que están
sobre los árboles,
las hojas que se estiran
para limpiarse de las ramas.
Y cada uno piensa que los otros
son el suelo.
Las hojas creen
que toda rama está acostada
y ciega,
los pájaros
que el árbol ya no crece,
que es una especie de ruina,
y el árbol cree
que no hay más árboles,
no cree más que en sí mismo.
Nadie soporta que el sustrato
en que se apoya
tenga una vida propia,
que no esté muerto,
extinto,
que sea ligero.
Para sentirse vivo
hay que pisar una desolación,
algo que ya no tiene nada
que decir.
De “De lunes todo el año” 1992
Tal vez fue la manera que tenías
de abrirlos,
de sostenerlos con la mano
frente al grupo
y caminar por el salón leyendo
con voz pausada,
sin dar explicaciones para no romper
el ritmo del relato,
como si el ritmo fuera todo,
aún más que el hilo de la historia
(la mano libre que guardabas
en el bolsillo de los pantalones te servía
para voltear las hojas
y, de paso, reconvenir
golpeándolo en la nuca
a alguno que no oía-
después volvías a hundirla
en esa parte de tu traje,
el único que usaste en “toda la primaria),
lo que me descubrió cómo los libros
nos dan una postura,
una respiración distintas,
y escribo, más que nada,
para que un día los míos
se puedan sostener con una mano,
como sostenías los tuyos,
y sean legibles caminando,
la mano libre descansando en el bolsillo
y algo más libre descansando en uno
para poder seguir el hilo de la historia.
De “Alguien de lava” Ediciones Era, 2002
A Sandra Suter
que se quedó nadando
Si te revuelca la ola
procura que sea joven,
esbelta, ardiente,
te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;
cuídate de las olas
retóricas y vejas,
de las olas con prisa,
y la peor de todas,
de la ola asesina,
la ola que regresa.
De “Lotes baldíos” 1985