Poemas y cantos anónimos

Poemas y cantos anónimos

Hasta el siglo XIX

A Cristo crucificado


Anónimo del siglo XVI

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

¡Tú me mueves, Señor!, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiese infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
porque, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.



«A una señora que aquí está…»

Anónimo (S. XV)

A una señora que aquí está,
yo la tendré o me costará.

Una señora de cuerpo gentil,
una señora de cuerpo gentil,
a la muerte me lleva sin piedad.
Yo la tendré o me costará.

Una señora de cuerpo galante,
una señora de cuerpo galante,
penando me mantiene sin piedad.
Yo la tendré o me costará.

«¿De dónde sois que tan alto venís…?»

Anónimo (finales del s. XVI)

¿De dónde sois que tan alto venís
don Pipiripío?

Por lo despacio de vuestro cantar
y por quemaros donde no hay hogar,
debéis ser de cualquier lugar
nacido en medio del estío,
don Pipiripío.

Ya que nos dais tanto placer,
es justo que os demos mujer,
mas me gustaría saber
de dónde sois con vuestro hechizo,
don Pipiripío.

Con vuestra danza y vuestras mañas,
y vueltecitas tan extrañas,
debéis venir de las montañas,
donde la alondra hace su nido,
don Pipiripío.

Disputa de Buc con su caballo

(fragmento) Anónimo (finales del s. XIV)

-«Puesto que nada quieres dar,
Buc, te conviene ayunar.»
-«¿Qué dices, caballo? ¿Que ayune?
Nunca ayuné de grado.
Ciertamente, ya ayuné
cuando no tuve qué comer,
pues no me atrevía a mostrarme,
todo el día escondido,
de tal modo estaba perseguido.
Mas luego, cuando llegaba la noche,
no creas que me quedaba en la cama.»
-«Entonces, Buc, ¿no harás bien alguno?»
-«Sí que haré: lo menos que pueda.
Dame leve penitencia
si quieres que la cumpla.»
-«Ya que limosna no quieres dar,
Buc, ni quieres ayunar,
reza entonces oraciones
y ruega a Dios de rodillas.»
-«Tal cosa, caballo, sí haré.
Mas, ¿qué oraciones diré?»
-«¿No conoces los Salmos de David?»
-«¿Cómo voy a conocerlos si jamás los vi?»
-«¿No sabes los Salmos penitenciales?»
-«Si los sé, tenme por malvado y falso.»
-«¿No sabes el Padrenuestro?»
-«Si lo sé, todo cuanto tengo es tuyo.»
-«¿No sabes el Ave María?»
-«Si lo sé, caballo, muérame de repente.»
-«¿No sabes el Creo en Dios?»
-«Si lo sé, ahorcados seamos los dos.»
-«¿No sabes el Salvum me fac?»
-«Si lo sé, arráncame la testa.»
-«¿No sabes ninguna oración?»
-«No, caballo, ¡y Dios me dé su perdón! »
-«¿Cómo has podido vivir así?»
-«De pan, de carne y de vino.»
-«Bien, pero yo te hablo de rezar a Dios.»
-«Caballo, siempre pasé sin ello.»
-«¿Y aprendiste algo así?»
-«Caballo, ¡tienes el seso de una criatura!
El arte que mi padre me enseñó
bien lo aprendí, no se me olvidó.
Otro arte ni otro saber
nunca me preocupé de aprender.»
-«Puesto que nada quieres dar,
ni te parece bien el ayunar ,
ni quieres a Dios rezar,
¿qué penitencias harás?»
-«Mira lo que he acordado,
a fin de lavar mis pecados:
Cuando desvalije o robe,
dos o tres dineros daré,
siempre que el caudal sea tal
que a mí no me cause mal;
si robo oveja o ternero,
daré el despojo, mas no la piel;
si robo gallina o capón,
las plumas y tripas daré yo;
y del pescado daré la escama:
no me busques otra solución.
No me puedes imponer más penitencia
que ésta: con ello te conformarás.»
Dijo el caballo: -«Quedo enterado.
Desde hoy, entre Dios y tú queda el pacto.
Mas no me parece que seas cristiano.»
Y dijo Buc: -«Y qué más da?
Cristiano o judío,
Bernat des Buc soy yo:
no me quita el sueño la cuestión.
Dios me dé pan, vino y carne
y encuentre yo ropa que hurtar.»

«Don clavel, válgame Dios…»

Anónimo (s. XVI)

¡Don clavel, válgame Dios,
qué bellos olores tenéis!

Don clavel, verde y florido,
mi señora os ha cogido.
¡Qué bellos olores tenéis!

Don clavel, verde y granado,
mi señora os ha segado.
¡Qué bellos olores tenéis!

«El mal de amor, pastora…»

Anónimo (segunda mitad del s. XVI)

El mal de amor, pastora,
voluntad lo ha de causar;
de lo que el querer se duele,
ni el querer lo dejará.

Tan pronto te descubrí,
del Amor supe la maña;
turbóme el corazón,
en viéndote en la montaña.
Y, queriendo, no hubo tiempo
de poderme retirar:
de lo que el querer se duele
ni el querer lo dejará.

Bien sabe Dios que yo quise
poder aquello rehuir,
mas la voluntad primera
no lo quiso consentir.
Amar la hiciera traidora
pero no hará desamar:
de lo que el querer se duele,
ni el querer lo dejará.

Cuanto tengo ya te he dado,
pues voluntad ha vencido;
ya no está en mi libertad
no querer lo que he querido.
Si más pudiese, pastora,
cómo te lo iba a negar:
de lo que el querer se duele
ni el querer lo dejará.

Aunque ingrata tú me fueras,
no podría desamarte,
que no quiere mi querer
sino poder contentarte.
Descontento yo estuviera
si no viniera a pensar:
de lo que el querer se duele,
ni el querer la dejará.

El templo de la gloria

(fragmentos) Anónimo (principios del s. XIX)

Rodeado por la sombra formidable,
que difunde la muerte asoladora,
desterrado en una tierra inhabitable
que a sus tristes moradores cruel devora,
¿cómo cantaré la luz inagotable
del sol eterno que brilla sin aurora,
que no vio del ocaso la tumba oscura
ya torrentes derrama la dicha pura?

Sentado con los hermanos del cautiverio
en la enlutada y fúnebre ribera
de los negros ríos del Babilonio imperio,
sufriendo de los enemigos la saña fiera,
y los dardos de la burla y el vituperio,
en una tierra extraña y forastera,
¿cómo cantaré tan trágicas escenas
entre grilletes, esposas y cadenas?

¡Oh vos, que resplandecéis en las alturas
de la Santa Sion, Dios de grandeza,
abismo inagotable de dulzuras,
dad vigor y aliento a mi flaqueza!
Sumergido en un mar de amarguras,
hablar de vuestra gloria es ardua empresa,
mas yo entraré en la senda peregrina,
si vuestra preciosa luz a ella me encamina.

Renovaba una tarde la memoria
de los esforzados héroes que portaron
en sí mismos la inmortal victoria
y con ilustres hazañas decoraron
los fastos indelebles de la historia,
y de eternos laureles se coronaron,
cuando me rinde un sueño apacible
y subo a la morada inaccesible.

Por las etéreas regiones navegaba
sin rumbo, sin carta y sin guía;
una aura dulce y fresca respiraba,
ya mi corazón dilataba la alegría;
una calma benéfica reinaba,
y la pálida luna resplandecía;
y centelleando las vívidas estrellas
inmensos mares forman de luces bellas. ( …)

(…) Entre dulces suspiros la luz admiro,
más hermosa a mis ojos que el alba bella,
encantadora luz por la cual suspiro
más que el errante piloto del mar la estrella:
¡por ti, luz eterna, por ti respiro!
¡Tú iluminas, divina maravilla,
mis extraviados pasos en noche oscura,
y en tus rayos encuentro la senda segura!

Así en mi entusiasmo dirigía
todo mi corazón a tu luz encantadora,
sumergido en patética alegría,
cuando un mármol nevado es nueva aurora
que al titubeante paso sirve de guía,
pues, en una inscripción consoladora,
se presenta la senda suspirada
con inmortales caracteres grabada.

«Oh vosotros, que errantes en tierra extraña
suspiráis por la gloria verdadera,
no habéis de buscarla en la patraña
de un mundo que da incienso a una quimera:
escalad esforzados esta montaña,
no aterre a vuestros corazones su presencia fiera ;
no dejaros engañar por falsa estrella:
esta es la senda, caminad por ella. » (…)


«Infeliz, más me hubiera valido»

ANÓNIMO (primera mitad del s. XIV)

Infeliz, más me hubiera valido
ser casada,
o tener un cortés amigo
que haber sido monja ordenada.

A monja me metieron para mi daño:
gran pecado
hiceron, según mi parecer;
mas a quienes aquí me metieron
más daño
les dé Dios y los aborrezca.
Porque si yo lo hubiera sabido
-mas fui un poco necia-
ni que todo Montagut me dieran
aquí hubiera entrado.

Jarcha del siglo XI

¿Qué haré o qué será de mí?
¡ Amado,
no te apartes de mí !
Mi corazón se me vá de mí.
Oh, Dios, ¿acaso se me tornará?
¡ Tan fuerte es mi dolor por el amado !
Enfermo está, ¿ cuando sanará ?
¿ Qué haré , madre ?
Mi amigo está a la puerta.
Si me quisieses,
oh, hombre bueno,
si me quisieses,
me darías uno.


«La canción que habéis dicho…»

Anónimo (finales del s. XVI)

La canción que habéis dicho,
dicha está.
Señora, gracia y mercedes.

La canción que habéis dicho,
la canción que habéis dicho,
en mi corazón la tengo escrita,
dicha está.
Señora, gracia y mercedes.

La canción que habéis cantado,
la canción que habéis cantado,
en mi corazón la tengo puesta,
dicha está.
Señora, gracia y mercedes.

Los vientos eran contrarios…

Los vientos eran contrarios,
la luna estaba crecida,
los peces daban gemidos
por el mal tiempo que hacía,
cuando el rey don Rodrigo
junto a la Cava dormía,
dentro de una rica tienda
de oro bien guarnecida.
Trescientas cuerdas de plata
que la tienda sostenían,
dentro había doncellas
vestidas a maravilla;
las cincuenta están tañendo
con muy extraña armonía,
las cincuenta están cantando
con muy dulce melodía.

Allí hablara una doncella
que Fortuna se decía:
‘Si duermes, rey don Rodrigo,
despierta por cortesía,
y verás tus malos hados,
tu peor postrimería,
y verás tus gentes muertas
y tu batalla rompida,
y tus villas y ciudades
destruidas en un día:
tus castillos, fortalezas,
otro señor los regía.
Si me pides quién lo ha hecho
yo muy bien te lo diría:
ese conde don Julián
por amores de su hija,
porque se la deshonraste
y más de ella no tenía.
Juramento viene echando
que te ha de costar la vida.’

Despertó muy congojado
con aquella voz que oía;
con cara triste y penosa
de esta suerte respondía:
‘Mercedes a ti, Fortuna,
de esta tu mensajería.’

Estando en esto allegó
uno que nuevas traía:
como el conde don Julián
las tierras le destruía.


«No puedo dormir sola, no…»

Anónimo (a. 1429)

No puedo dormir sola, no.
¿Qué haré, desdichada,
si no se me pasa?
¡Tanto me atormenta el amor!

¡Ay amigo, dulce amigo!
Esta noche soñé contigo.
¿Qué haré, desdichada?

Esta noche soñé contigo,
que en la cama estabas conmigo.
¿Qué haré desdichada?

¡Ay amado, mi dulce amado!
Anoche contigo he soñado.
¿Qué haré, desdichada?

Anoche contigo he soñado,
que te tuve bien abrazado.
¿Qué haré, desdichada?


«¡Oh, oh, oh, gran maravilla…! »

Anónimo ( finales s. xv)

¡Oh, oh, oh, gran maravilla!

Gran maravilla esta noche:
una virgen ha parido,
y sigue siendo doncella.

Maravilla de José,
que aún con tan enorme giba
bien que juega a la escampilla.

Maravilla, ciertamente:
que barquillos y pimientos
me han hecho jugar gonela.

Ahora,señores, escuchen,
os ruego que no os durmáis,
que algo os diré muy hermoso:

con butifarras, hermanos,
buenas leches y riñones,
¡qué bien canta la paella!

Poesía anónima de los siglos de oro

Primero es abrazalla y retozalla,
y con besos un rato entretenella.
Primero es provocalla y encendella,
después luchar con ella y derriballa.

Primero es porfiar y arregazalla,
poniendo piernas entre piernas della.
Primero es acabar esto con ella,
después viene el deleite de gozalla.

No hacer, como acostumbran los casados,
más de llegar y hallarla aparejada,
de puro dulce, creo, da dentera.

Han de ser los contentos deseados;
si no, no dan placer ni valen nada;
que no hay quien lo barato comprar quiera.

El vulgo comúnmente se aficiona…

El vulgo comúnmente se aficiona
a la que sabe que es doncella y moza,
porque ansí le parece al que la goza
que le coge la flor de su persona.

Yo, para mí, más quiero una matrona
que con mil arteficios se remoza,
y, por gozar de aquel que la retoza,
una hora de la noche no perdona.

La doncella no hace de su parte,
cuando la gozan, cosa que aproveche,
ni se menea, ni da dulces besos.

Mas la otra lo hace de tal arte,
y amores os dirá, que en miel y leche
convierte las médulas de los huesos.


Tres noches

Anónimo (siglo x)

Junto al camino de Chikuzen,
una cabaña abandonada.
Tres noches he dormido en ella.
La primera noche soñé
que tú dormías conmigo.
La segunda noche soñé
que nos bañábamos juntos
en la bahía de Akashi.
La tercera noche soñé
que dormía viejo y solo
en una cabaña abandonada
junto al camino de Chikuzen.

Villancico anónimo

Tres morillas me enamoran
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

Y hallábanlas cogidas,
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

Tres moricas tan lozanas,
tres moricas tan lozanas,
iban a coger manzanas
a Jaén,
Axa y Fátima y Marién.