Otero Silva, Miguel

Otero Silva, Miguel

Poeta y periodista venezolano nacido en Barcelona, Anzoátegui, en 1908.

Su adhesión a la lucha política, junto con el creciente interés por la literatura y el periodismo, le impidieron

terminar sus estudios de ingeniería. Fue encarcelado y desterrado por su lucha contra el gobierno dictatorial

de Juan Vicente Gómez ( 1930 – 1936 ). Caído el dictador, fue desterrado nuevamente en 1937 por su actitud

revolucionaria, lo que lo obligó a viajar de nuevo por varios países. Regresó a Venezuela en 1941, dedicándose

por entero al periodismo y la poesía, constituyéndose en un afamado ensayista y narrador.

Entre sus obras vale la pena mencionar: «Agua y cauce» en 1937, «Elegía coral a Andrés Eloy Blanco» en 1959,

«La mar que es el morir», «Umbral» y «Obra poética» en 1977.

Falleció en 1985

Anchas sílabas

Que mi pie te despierte, sombra a sombra
he bajado hasta el fondo de la patria.
Hoja a hoja, hasta dar con la raíz
amarga de mi patria.

Que mi fe te levante, sima a sima
he salido a la luz de la esperanza.
Hombro a hombro, hasta ver un pueblo en pie
de paz, izando un alba.

Que mi voz brille libre, letra a letra
restregué contra el aire las palabras.
Ah, las palabras. Alguien heló
los labios -bajo el sol- de España.

Cuerpo de la mujer

Tántalo, en fugitiva fuente de oro

Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.

Cuerpo de la mujer o mar de oro donde,
amando las manos, no sabemos
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro…

Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.

Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.

El aire ya no es aire, sino aliento…

El aire ya no es aire, sino aliento;
el agua ya no es agua, sino espejo,
porque el agua es apenas tu reflejo
y ruta de tu voz es sólo el viento.

Ya mi verso no es verso, sino acento;
ya mi andar no es andar, sino cortejo,
porque vuelvo hacia ti cuando te dejo
y es sombra de tu luz mi pensamiento.

Ya la herida es floral deshojadura
y la muerte es fluencia de ternura
que a ti me liga con perpetuos lazos:

tornóse en rosa espléndida la herida
y ya no es muerte, sino dulce vida,
la muerte que me das entre tus brazos.

Enterrar y callar

Si han muerto entre centellas fementidas
inmolados por cráteres de acero,
ahogados por un río de caballos,
aplastados por saurios maquinales,
degollados por láminas de forja,
triturados por hélices conscientes,
quemados por un fuego dirigido,
¿enterrar y callar?

Si han caído de espaldas en el fango
con un hoyo violeta en la garganta,
si buitres de madera y aluminio
desde el más alto azul les dieron muerte,
si el aire que bebieron sus pulmones
fue un resuello de nube ponzoñosa,
si así murieron sin haber vivido,
¿enterrar y callar?

Si las voces de mando los mandaron
deliberadamente hacia el abismo,
si humedeció sus áridos cadáveres
el llanto encubridor de los hisopos,
si su sangre de jóvenes, su sangre
fue tan sólo guarismo de un contrato,
si las brujas cabalgan en sus huesos,
¿enterrar y callar?

Enterrar y gritar.

Españahogándose

Cuando pienso
en el mar         es decir
la vida que uno ha envuelto desenvuelto
como
olas
sonoras
y sucedió que abril abrió sus árboles
y yo callejeaba iba venía
bajo la torre de san Miguel
o más lejos
bajaba
las descarnadas calles de Toledo
pero es el mar
quien me lleva y des lleva en sus manos
el mar desmemoriado
dónde estoy son las márgenes
del Esla los esbeltos álamos
amarillos que menea el aire
no sé oigo las olas
de Orio                Guetaria
Elanchove              las anchas
olas rabiosas
es decir la vida que uno hace
y deshace
cielos
hundidos días como diamante
una
guitarra en el Perchel de noche
la playa rayada de fusiles
frente a Torrijos y sus compañeros


Hallazgo de la piedra

Hallazgo de la piedra:
la piedra es el rescate de formas y volúmenes
que fueron soterrados por el talón del viento.

Paráfrasis del lirio:
el lirio es el desquite de yerbales y frondas
que extinguieron sus verdes en el barro del lirio.

Génesis de la lluvia:
la lluvia es el repliegue de arroyos y esteros
que asaltaron el cielo por la arcada del sol.

Venero de una voz:
tu voz, joven poeta iluminado,
trazador de epiciclos, descubridor de orbes,
esa voz que te brota de la insólita entraña
en resaca de gritos de los poetas muertos.
Es la cal de los huesos de los poetas muertos,
blanca semilla que germina sobre tu corazón.

La sexta voz del oro de este lago

En mi vasta extensión de llanto y plata,
en el asalto azul de mis espadas,
en mis enardecidos bosques de agua,

arteria soy para latir su muerte.

En las fauces del sol, jaguar de fuego,
en las alas del sol, gallo del cielo,
en las crines del sol, caballo suelto,

antorcha soy para alumbrar su muerte.

En el rumbo oloroso de los lirios,
en el dulce llegar del fugitivo,
en la leche caliente de los ríos,

camino soy para encontrar su muerte.

En el polen astral de la garúa,
en el chubasco de cristal y furia,
en el claro plumaje de la lluvia,

semilla soy para sembrar su muerte.

En los manglares de raíz descalza,
en las islas de entraña calcinada,
en el silencio blanco de las playas,

arena soy para secar su muerte.

En el potro de luz encabritado,
en la noche cruzada por un látigo,
en la lumbre azorada del relámpago,

candela soy para quemar su muerte.

En la palma rasgada por el viento,
en los muñones de los troncos secos,
en el cansancio de los cocoteros,

cogollo soy para tejer su muerte.

En el revuelo de las velas altas,
en el escorzo de las botavaras,
en la lenta evasión de las balandras,

cortejo soy para llevar su muerte.

En los labios callados de los indios,
en la mirada de estancados siglos,
en el sediento corazón guajiro,

guarura soy para ulular su muerte.

En el grasiento hervor de noche y lodo,
en los oscuros sumideros torvos,
en mis pupilas turbias de petróleo,

aceite soy para encender su muerte.

En los motores roncos de los barcos,
en el puñal hundido en mi costado,
en el ávido arpón de los taladros,

palabra soy para negar su muerte.

Poema de tu voz

Tu voz puebla de lirios
los barrancos soleados donde silban mis versos de combate.
Tu voz siembra de estrellas y de azul
el cielo pequeñito de mi alma.
Tu voz cae en mi sangre
como una piedra blanca en un lago tranquilo.
En mi pecho amanecen pájaros y campanas
cuando muere el silencio para nacer tu voz.

Amo tu voz cuando cantas
y hay un temblor de nidos y de bosques en tu garganta blanca.
Amo tu voz cuando cantas
y te estremece el ritmo de las fuentes que bajan de la montaña.
Amo tu voz cuando cantas
y sacude tu voz la ternura fecunda
de las brisas que transportan el polen en las tardes de primavera.
Amo tu voz cuando estás en silencio
porque el silencio es un sutil presagio de tu voz.

Y amo tu voz con un amor intenso como la muerte
cuando ella se deshoja en palabras confusas,
en palabras mojadas de tu aroma y tu sangre,
en menudas palabras que en la sombra me buscan
como niños perdidos,
en palabras quemantes como llamas azules,
en el tibio murmullo que no llega a palabra.
Amo tu voz intensamente en el corazón de la medianoche.
Cuando tu voz se abrasa en la selva incendiada de nuestro amor.

Siembra

Cuando de mí no quede sino un árbol,
cuando mis huesos se hayan esparcido
bajo la tierra madre;
cuando de ti no quede sino una rosa blanca
que se nutrió de aquello que tú fuiste
y haya zarpado ya con mil brisas distintas
el aliento del beso que hoy bebemos;
cuando ya nuestros nombres
sean sonidos sin eco
dormidos en la sombra de un olvido insondable;
tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa,
como yo en el follaje del árbol
y nuestro amor en el murmullo de la risa.
¡Escúchame!
Yo aspiro a que vivamos
en las vibrantes voces de la mañana.
Yo quiero perdurar junto contigo
en la savia profunda de la humanidad:
en la risa del niño,
en la paz de los hombres,
en el amor sin lágrimas.
Por eso,
como habremos de darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que nos demos al futuro del mundo…

Tres variaciones alrededor de la muerte

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir.
Jorge Manrique

1
¡No! No es posible vivir cual los ríos
cantando entre laderas y lirios
o entre agudos peñascos y ramajes tronchados,
sin presentir el mar que los espera,
el infinito verde y encrespado
en cuyo corazón de sal los ríos se transforman en peces.

No es posible flamear como el fuego,
iluminando rostros de danzantes risueños
o tiñendo vetas de angustias en las caras dolorosas,
sin presentir la brisa que matará su luz
o el agua que tomará sus rosas en ceniza.
En mitad de la vida cantamos a la muerte
que es el mar de los ríos y el agua de las llamas.

2
Símbolos de la muerte no sueñan ser el hueso,
ni las cuencas vacías, ni la mortaja fláccida.
Los huesos son apenas el portal de la muerte.

Cuando los huesos dejan de ser huesos
y entre su blancor rígido hay un temblor de gérmenes,
es que nace la poesía de la muerte,
es que despunta el símbolo creador de la muerte.

La muerte que yo canto no es cruz de cementerio,
ni ilusión metafísica de las mentes cobardes,
ni lóbrego infinito de profundos filósofos.

La muerte que yo canto es una sombra constructora
de blancas mariposas que crucen los caminos del viento,
de tallos que entremezclan la pulpa maternal de la tierra,
de claros manantiales que sacudan las entrañas del mundo.

3
Un niño es la crisálida de un amor y de un llanto,
es la estrofa primera de un poema,
es la cuesta inicial de una montaña.
Y la muerte de un niño es tan absurda
cual la de una mañana que se volviera sombras.

Si ayer se desgarraron las carnes de la madre,
si un rumor de blancura le despertó los senos,
esa sangre, esa leche, ese dolor, han sido
la raíz de los pasos de un hombre.

Sólo el leñador loco corta un árbol
cuando el tronco es apenas tierno cogollo inútil.
Sólo loca la muerte ha de matar un niño,
apagar un amor que no ha nacido
y secar unas lágrimas que no han corrido nunca.
Mientras los niños mueran
yo no logro entender la misión de la muerte.

Tú, poesía…

Tú, poesía,
sombra más misteriosa
que la raíz oscura de los añosos árboles
más del aire escondida
que las venas secretas de los profundos minerales,
lucero más recóndito
que la brasa enclaustrada en los arcones de la tierra.

Tú, música tejida
por el arpa inaudible de las constelaciones,
tú, música espigada
al borde de los últimos precipicios azules,
tú, música engendrada
al tam-tam de los pulsos y al cantar de la sangre.

Tú, poesía,
nacida para el hombre y su lenguaje,
no gaviota blanquísima sobre un mar sin navíos,
ni hermosa flor erguida sobre la llaga de un desierto.

Vine hacia él
1952

que no hay nadie en mi tumba.
César Vallejo.

César Vallejo ha muerto. Muerto está
que yo lo vi
en Montrouge, una tarde
de abril.

Iba con Carlos Espinosa,
y
llevábamos los Poemas
humanos y España, aparta de mí

que no hay nadie en mi tumba.

este cáliz. Carlos
leyó un poema, como si
le escuchara Dios. Yo,
llorando, leí

Masa.
Entonces
todos los hombres de la tierra
le rodearon; pero

César Vallejo, ¡ay! siguió muriendo.