Carvajal, Antonio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Albolote, Granada en 1943.

Es doctor en Filología Romántica por la Universidad de Granada y titular de Métrica. Dotado de una gran facilidad para la versificación, está considerado como uno de los poetas mayores de la actual poesía española y excelente representante de la Generación del 68. Nunca elude el cultivo de estrofas exquisitas y complejas, manteniendo un fecundo diálogo entre la tradición y la modernidad.

Desde su juventud ha venido escribiendo y publicando una amplia obra poética, que consta ya de una veintena de títulos, iniciada con «Tigres en el jardín» en 1968, «Serenata y navaja» en 1973, «Siesta en el mirador» en 1975, «Después que me miraste» en 1984, «Testimonio de invierno» en 1990 y culminada hasta el momento, con «Alma región luciente» en 1997 y finalmente «Una perdida estrella» en 1999.

Ha obtenido distinciones importantes destacándose principalmente el «Premio Nacional de la Crítica» en 1990.

A TI, SIEMPRE ALEGRÍA

Es el pagaros gloria tan subida

que cuanto más os pago, más os debo.

A ti, siempre alegría

si jazmín amanezcas

o canario en la jaula

de mi ventana seas.

Pero más si tu cuerpo

en mi amor se concreta,

de una herencia celeste

suavísimo albacea.

Mucho más cuando carne

de mi carne te entregas

y ante tus labios pálidas

son todas las anémonas,

si luna, porque clara;

si mar, porque serena;

si vegetal, por ser

prisión para la estrella.

Pues te debo alegría

y esperanza y certeza

y ser quien soy sin ti

no puede ser sin mengua,

tómame por rehenes

de mi amorosa deuda

y canario en la jaula

de tu ventana sea.

Y todavía, entonces,

¿cómo no te debiera

el alpiste y el agua

y la lechuga tierna?

Tenme como un jazmín

silvestre que, a tu vera,

se nutra de suspiros,

mi amor, mientras sesteas.

A VECES EL AMOR TIENE CARICIAS FRÍAS

A veces el amor tiene caricias

frías, como navajas de barbero.

Cierras los ojos. Das tu cuello entero

a un peligroso filo de delicias.

Otras veces se clava como aguja

irisada de sedas en el raso

del bastidor: raso del lento ocaso

donde un cisne precoz se somorguja.

En general, adopta una manera

belicosa, de horcas y cuchillos,

de lanza en ristre o de falcón en mano.

Pero es lo más frecuente que te hiera

con ojos tan serenos y sencillos

como un arroyo fresco en el verano.

ALDABA DE NOVIEMBRE

Una tristeza dulce y anterior

al suspiro y las lágrimas,

anterior al idilio de la tarde

azul y el jacaranda,

invade la memoria con su música,

su brisa, su nostalgia:

Es la tristeza de mirar el cielo

cautivo entre las ramas.

AMOR MÍO TE OFREZCO MI CABEZA EN UN PLATO…

Amor mío te ofrezco mi cabeza en un plato:

desayuna. Te ofrezco mi corazón pequeño,

y una vena fecunda que tu lengua de gato

ha de lamer, ya claras las arrugas del ceño.

Otra copita y basta: Amor mío, qué rato

más feliz tu mordisco, como un nudo de sueño,

Yo escalo las paredes, tú apacientas un hato,

y yo balo en la sombra como cabra sin dueño.

Para ti no es la sombra, para ti es sólo el día,

mi Amor nunca tocado por un dedo de bruma,

mi Amor nunca dejado por la indemne alegría.

Te ofrezco un dedo rosa y unos labios de espuma,

Amor mío; te ofrezco la lengua que tenía

cuando dije tu nombre y era el eco una pluma.

“Tigres en el jardín” 1968

ANUNCIACIÓN DE LA CARNE

Envuelto en seda y nardos, encajes y rubíes,

vino el ángel del cielo a verme una mañana;

yo encadenaba plumas de ensueño en mi ventana

con un candor desnudo de lino y alhelíes.

Su corte de querubes y jilgueros turquíes,

cambiaba por mi leche, mi miel y mi manzana;

el beso y la mejilla eran de nácar grana,

de tibios surtidores y absortos colibríes.

Se deslizó en mis venas como pez por el río

y, al tiempo que en su torre daba el reloj la hora,

mané sangre y luceros mezclados con rocío.

Me cerró las heridas su boca que enamora

y abrazando mi cuerpo transitado en su brío,

me dijo: «Eres hermoso». y se fue con la aurora.

BAJO CONTINUO

Como en la muchedumbre de los besos

tantos pierden relieve -sólo el beso

inicial y el postrero por los labios

recibidos perduran-, estas flores

que el año nuevo entrega: Con el blanco

del almendro en su abrigo contra el norte,

la voz del macasar, no su presencia;

hoy, esta rosa. ¿La aguardabas? Huele

como la adolescencia y sus deseos.

Pero en medio se abrieron las cidonias,

los ciruelos, manzanos y perales,

tantos y tantos, rojos, rosas, blancos,

y apenas los mirabas: Como el gozo

de unos brazos constantes de certeza

te acogieron, te acogen, y recuerdas

sólo el primer calor, sólo la boca

que te ha dicho, al partir esta mañana:

“No vuelvas tarde”.

Pasas por los campos:

Entre las hojas con su verde intenso,

aún canta la blancura de los pétalos.

Es la felicidad que da sus trinos,

sus trémolos, su leve melodía,

sobre un bajo continuo de sosiego,

de paz, de vuelta al labio no sabido

en la forma, en la flor que te formule.

CANTAR DE AMIGO

Di, noche, amiga de los oprimidos,

di, noche, hermana de los solidarios,

¿dónde dejaste al que ayer fue mi amigo,

dónde dejaste al que ayer fue mi hermano?

-Verde le dejo junto al mar tranquilo;

joven le dejo junto al mar callado.

CAPRICHO

Un capricho celeste

dispuso que velado

de lágrimas quedara

el nombre del amor;

la alondra, que lo tuvo

casi en sus iniciales,

lo perdiera en el canto

primero que hizo al sol;

la raya temblorosa

del horizonte, herida,

repitiera la llaga

que el eco le dejó;

la lumbre de otros ojos

amortecida, apenas

para el silencio nido,

para el sollozo flor.

Si oscuro fue el capricho,

y signo fue del cielo,

voluble halló una pluma,

rebelde un corazón:

no sometió la sangre

al llanto sus latidos

y desveló el secreto

con risas en la voz.

COMO CARNE APRETADA A NUESTROS HUESOS…

Como carne apretada a nuestros huesos

nos envuelve el amor más solo y puro,

que, apartados del mundo y su conjuro,

vivimos un festín de fiebre y besos.

Este recinto prieto, donde presos

unánimes nos damos un seguro.

este campo solar y nido oscuro

abona en gracia vida y embelesos.

Contagiados de mundo, sin embargo,

lucha es la vida con caudal de grito,

y a veces un sollozo y un letargo.

Y es que el dolor destroza nuestro mito

y el dulce amor nos sabe tan amargo

como la sed de un páramo infinito.

CORRESPONDENCIA

Fosa común de pájaros y fuentes

eran tus ojos en la tarde ardida.

Había un brillo cruel de luz mordida

en tus labios sin besos y en tus dientes.

Ayer dos corazones coincidentes,

hoy dos bordes sangrantes de una herida,

mañana doble sombra de guarida

de sierpes y de lobos impacientes.

Tú, aquí; él, por ahí: Porque no es buena

la vida, no: No es justa y no es sagrada

para quien muerde el fruto de la ciencia.

Esa ciencia que nace de la pena

de no verse mirada en su mirada,

pedir amor y recibir paciencia.

CUENTAS DE VIDRIO

Así, rodado, crepitado, ungido,

estarcido y flagrado,

como derrama un niño cuenta y cuenta

de vidrio en la sonora

patena de la noche, te he entregado

mi puño y mi tormenta

y he nombrado

como albacea la Aurora.

Agujas y sedales han cosido

mi lengua al paladar, donde tú abrías

ya no sé qué navajas o alegrías,

qué sigilo mortal, qué luz de olvido.

No pido compasión; sangre te pido

y músculos joyantes y agonías,

devoradoras águilas, orgías

y uñas escodadoras del sentido.

Y vivir y cantar y la condena

cumplir de nuestro amor y ver la cima

del monte más temible destrozada

por un súbito embate de carena,

por una mano que la piedra oprima

con el temblor sediento de la espada.

“Serenata y navaja” 1973

DAME, DAME LA NOCHE DEL DESNUDO…

Dame, dame la noche del desnudo

para hundir mi mejilla en ese valle,

para que el corazón no salte, y calle:

hazme entregado, reposado y mudo.

Dame, dame la aurora, rompe el nudo

con que ligué mis rosas a tu talle,

para que el corazón salte y estalle:

hazme violento, bullidor y rudo.

Dame, dame la siesta de tu boca,

dame la tarde de tu piel, tu pelo:

sé lecho, sé volcán, sé desvarío.

Que toda plenitud me sepa a poca,

como a la estrella es poco todo el cielo,

como la mar es poca para el río.

DESHOJAR UN RECUERDO…

Deshojar un recuerdo se convierte

en un trabajo lleno de rocío,

como un campo de lirios y cerezos

donde me vieras sin estar conmigo.

Dócilmente te tiendes a mi lado,

extiendes tu cabello, abres al lino

interiores de concha y amaranto:

el alba fija tus contornos tibios.

Yo repaso el silencio suavemente,

fluyen las horas, y en su claro signo

ponemos un común astro de besos,

y damos los recuerdos al olvido.

Todo lo que anhelé, tú me lo has dado;

todo lo que viví, por ti está vivo;

lo que no fuiste tú, sombra es de un sueño

y no esta flor quemándose en tu brillo.

Tus alas puras lo tocaron todo

Y aún vuelas en mi gesto pensativo.

Oh, no levantes más recuerdos yertos.

Déjame en ti gozosamente hundido.

DESPUÉS QUE ME MIRASTE

Oigo tu voz muy remota:

¿Me llamas por la alameda

al fondo, donde las hojas

o fulgen de brisa o tiemblan?

¿O me llamas desde arriba,

desde mi memoria, desde

tu propio silencio, íntima

delicia de conocerte?

¿Por qué me llamas, si sabes

que me tienes, que nos somos,

que después que me miraste

desde tu voz te respondo?

DESPUÉS QUE ME MIRASTE, 22

Cuéntase de un zagal heroico antiguo

tal singular hazaña: consiguió

dominar preciadísimo caballo

asustadizo de su sombra

guiándolo hacia el sol; obtuvo, así,

loa y acatamiento de los hombres.

Pero mayor hazaña fue la tuya

después que me miraste

pues mi pasión e instinto condujiste

a la luz de la vida y hoy me miro

en el espejo de tus ojos puros

dócil corcel de amor.

DUÉRMETE AHORA, SENTIMIENTO MÍO…

Duérmete ahora, sentimiento mío.

Déjame en esta paz que me regalan

la silenciosa habitación, las suaves

luces, las tenues llamas.

Ya sé que ayer fue dura la congoja

y no sé cómo el corazón mañana

soportará romper con estos lazos,

con estas quietas brasas.

Pero no me perturbes esta noche

en que mi terca sangre se acompasa

al fluir de otras vidas más serenas,

al soplo de otra gracia.

Y tú, indiscreto pensamiento mío

pájaro equivocado de sus alas,

duerme también y deja que la noche

me abrigue, limpia, el alma.

De “Miradas sobre el agua”

EBRIEDAD DE SOL

Vente conmigo a esta caliente fosa,

al hueco en que un árcangel nunca anida:

es foso de leones o manida

de sangre, no de pétalos de rosa.

Aquí los huesos silban, y qué hermosa

es su canción de besos y de herida.

El relámpago apenas tiene vida

en tanta huesa amante y cavernosa.

Ay, ven conmigo. Duérmete a mi lado.

El gusano no puede con el sueño,

vino es la muerte de metal fundido.

Tierra en la tierra ya, nuestro costado

será un arpa que tañe el Sol -su dueño-

para darle al Amor nuestro sonido.

“Serenata y navaja” 1973

EL AMOR BUSCA PLUMAS CLANDESTINAS

Nació bajo la luz de una tarde de estío.

Súbitamente herido,

por calles, por tranvías, por geranios, por trajes,

liquen de labios, desplegó sus alas.

Rodó por archipiélagos de madreselva húmeda,

por vinos aromados y miradas furtivas,

pero temió las cárdenas navajas

que al inocente acechan.

Por la tronera trémula del pino

podían dispararse cerbatanas,

flechas extintas como espejos sucios.

…Súbitamente herido.

El amor busca plumas clandestinas,

rodando por los nombres de los meses,

errando las ambiguas direcciones,

bares de moho, pensativas lunas,

súbitamente herido.

Tenía grandes alas, como fuentes,

como cedros, crepúsculos, alondras;

iba por avenidas y jardines

encorvado de piedras y deseo…

Súbitamente herido.

Oh los deseos que en el tiempo anidan,

que incuban sus estrellas, sus acíbares,

y sobre el campo hostil dejan cristales,

nácar de empuñadura de navaja,

caparazones de marfil, diademas

de sangre sexual. Buscaba plumas

clandestinas, covachas, paraísos

terrenales, ocultos, donde el hombre

no acosa como hiena, como hombre,

como sonrisa cómplice, ni escándalo.

¡Qué escándalo de plumas! Centinelas

de la certera soledad prendían

hachones en la noche

por barrancos, colinas,

por cactos polvorientos, por yacijas

donde el amor inventa su mínima aventura,

súbitamente herido.

El amor se resiste a los acosos,

súbitamente herido,

tiene oídos nocturnos, grandes ojos.

súbitamente herido,

las alas cubren con temor su torso,

súbitamente herido,

y es feliz con sus plumas de abandono,

súbitamente herido.

Acacias, gritos, campanadas, sombras,

buzones, fechas, compasión, sollozos:

para que su rumor no desvele a los bosques,

pasa el amor con la noche en los hombros.

EL DESEO ES UN AGUA

I

Siempre vive, pervive, sobrevive y asciende,

como un astro y sus luces, el deseo a los cielos,

sin confundirse nunca con el cuerpo logrado,

sin renunciar jamás al clamor de la sangre,

a las yemas feroces donde mana

una mano las nieves sin estrépito,

boca que sigue el trazo de las aves

más allá de la noche y su sospecha.

Abierta noche insomne cuyos dientes

tiñen la sangre de un rumor perplejo,

tacto de mineral, cristal y lágrima

que el mar bebiera y en la luz se cumple

abrasadoramente, ardidamente

por donde el tiempo yergue sus promesas.

Siempre en silencio perseguido y dúctil,

resbalando por montes de corales tranquilos,

superviviente frágil que sobrenada el canto

último en que los barcos naufragaron sin día,

recubierto de arenas marchitas y de pétalos

para perder los labios donde la luna insiste,

resiste. Donde el hierro, carmín rozado, frente

de otro pesar sin nubes se desliza convulso

como serpiente muda que las sombras escruta

abrasadoramente,

nunca saciada, nunca

consumada en el tacto,

musgos frescos, saladas

márgenes, sonorosas

pulpas hendidas, siempre

perseguidora inmune

al sudor del estío,

al frescor de unos ojos

palpitantes de lábiles

corpúsculos de aurora,

nunca dormida, nunca

cubierta por las alas mullidas

del olvido.

II

La sangre, hierro convexo, pegajosa brasa

sin renuncias, mana y no cubre, fluye

y reclama vasos, céspedes hondos, cuellos

por donde el aire resuena

con cansancios de oboe

henchido con el cuerpo que le negó la aurora,

buscando el lecho estéril y la sombra baldía,

fingiendo la planicie,

la suave piel sin fechas,

forma de fruto y pecho

desnudo de latidos,

y el pedernal lo gime.

¡Oh cosechas vencidas, oh simientes

siempre más generosas que los ojos,

más ofrecidas a las chispas súbitas

que la lengua convulsa de mentiras,

volved, volved al suelo, y la amapola

cante en las primaveras de otros sueños,

otro rumor de latidos acordes,

un desvanecimiento de los labios ardidos,

mordidos, mientras gime

la serpiente en la pulpa

borrascosa, sumida

en su propio deseo,

abrasadoramente,

nunca saciada, nunca

consumada en el tacto,

perseguidora inmune

al sudor del estío,

mientras la sangre consta,

mientras vuelve, revuélvese, se disuelve y desciende

como liquen sin luces el sopor a los cuerpos,

manteniéndolos siempre sobre el duro equilibrio

de una luz prometida que nunca, nunca alcanzan,

y una sombra perenne que los ata y los ciega!

III

No es el azul ni distante-ni irónico,

ni en las puertas perplejas que entreabren

una posible llama donde el jazmín crepite

cuelgan los ramos tristes,

las pupilas, la fría

mueca por la que pierden su sollozo

quienes nunca lograron confundirse en la noche,

quienes nunca lograron que la niebla

tiñera los jardines del deseo

con otra luz que su rencor no hubiere,

mientras en las orillas, por la nube

primera, como frutos destronados

por la estrella rival y melancólica,

surten los barcos de enramadas velas,

la proa hacia los reinos de la llama,

inocente e inmune

al cierzo muerto, al austro

perseguidor de yeguas y leones,

de corzos con la lengua estremecida

por las hierbas recientes de rocío

junto a la nieve y el azul que ríen.

Porque se supo siempre

que nos habita el hálito

de un alma nunca nuestra,

víctimas de los límites

que las sombras imponen

al cuerpo y al deseo.

Porque siempre nos queda

una duda en racimos

de sed, una serpiente

de lava que si aflora

castigamos con dura

resolución de niebla,

siempre fingidos, nunca

con resplandor de carne

abrasadoramente

entregada a los vientos

que la muevan, fecunden

de pájaros y abejas,

la miel, el vuelo, el canto

por el azul extenso,

y nos llama la sombra,

no la llama, no el río

con su rumor frondoso,

su luz y su clemencia,

y el vano giro y la inventada roca

que rueda y vuelve a su lugar nativo

no los miramos como ser podrían,

concreciones de piel, sed y silencio

que como pulpa blanda entre los rígidos

y amenazantes dedos de la noche

promete siempre abrasadoramente

la nueva floración, la sangre virgen

negada por los ángeles

hipócritas que cubren

su torso con las capas

del rencor y la envidia,

nunca para dar paz, nunca para que el gozo

de la piel amanezca sobre aquellas mejillas

donde una vez pusimos la mirada y los labios,

tan ardorosamente, tan gozosos, tan ebrios

de un primer resplandor, de un desplegado

astro en sus luces sobre el mar dormido.

IV

¿De qué pútridas huellas

se yergue este perplejo

sinsabor de unos muros

para la luz cansancio,

para la sed derrota,

calumnia del rocío?

Desplegaba la tarde sus desdenes

en el ocre frenético, en el cisma

de un sol de labios húmedos,

de un hondo respirar que el sueño oprime,

y el invicto deseo

golpeaba los vidrios

de aquella luna, cima

de la desolación,

hierro concreto y linde

donde el pájaro abate

todo el candor de sus plumas hendidas,

el despliegue inconstante de la rica, la grácil

persecución de un pecho

donde anidan espejos,

simulacros de un vino

que hace vivir las algas,

las espumas rocosas

donde el beso se extingue

casi con claridad de esperanza o de culmen.

Pero el muro no basta

para torcer el curso

de las alas, los labios, las yemas, los cansancios

que fustiga la sangre y recorre el silencio

como una desplegada resplandeciente copa.

Beber y hundir los ojos, con las sienes

golpeadas por núbiles enloquecidos potros,

puentes hacia el extremo poniente sin rencores,

allí donde nos consta,

donde canta el deseo.

V

El deseo es un agua

retenida en los ojos,

resbalada en los labios

que en la sombra sugieren

lentas lunas amargas,

fulguración y súplica y suplicio,

dura omisión de resplandor silvestre,

terrestre, con escamas como días,

como fechas impuestas a los súbitos

relámpagos insomnes, a la carne

que sabe cierto el límite y el trémulo

deshacerse en la luz que así la nutre,

incorporarse a un borde sin semillas.

El deseo es un agua que persigue

álamos blancos, valles y riberas,

un horizonte despejado y quieto,

alma región luciente donde fluye

una canción con labios que la dicen,

nutritiva plegaria, cuerpo solo

en que arder y vivir fueran la dicha,

el gozo, el vuelo, el silbo, el aire, el sol.

HACIA LAS CUMBRES IBA

Primer acorde. Alhambra

Hacia las cumbres iba,

hacia las verdes cumbres, su deseo.

Allí aprendió que la melancolía,

cuerpo lento del tiempo,

cuerpo del agua frágil detenida

en los vasos secretos,

a conformar empieza la memoria.

Lleno de suaves algas y de pétalos

sumergidos, de platas indecisas

y de leves luceros,

allí esperó que la frescura nítida

y los blandos oreos

condujesen su sed, su amor, su dicha

sin nombre hasta los cielos,

las visiones perfectas, la precisa

iniciación del vuelo

y supo allí que la belleza efímera

es de toda verdad fuente y espejo.

IDILIO

Dicen todos: Ellos son,

ellos cantan, ellos miran

la aurora de las acequias,

el ruiseñor que origina

tristezas de amor, extrañas

y suaves melancolías.

¡Cuánta flor han deshojado,

cuánta mirada cautiva,

cuánto encaje de hilo limpio,

cuánto beso sobre el día

que como un pozo de brasas

se enciende y los aniquila!

…no son ellos; ya no son

más que tórtola en la encina,

más que el agua del venero,

más que la flor de alegría,

más que una vara de nardos

llameante a maravilla,

el torso bello y desnudo,

la boca que les destila

ámbares, rosas, jazmines

y una palabra no dicha,

palabra sola que son,

amor, amor… Y la brisa

los lleva, blancos y puros,

los lleva a las altas cimas,

los lleva a las luces ebrias,

hacia las estrellas fijas…

LA MÚSICA EN VIANA

A Guillermo González

Evocar la palabra con que formé mis labios,

las palabras, la música de un surtidor tendido:

Pérfidos, jaspes, mármoles, columnas derribadas,

capiteles y sueños, jazmines y celindos.

¿Y el azahar? ¿Y el aire que duele como un agua

equivocada y tensa por las veras del río?

y el pez de la memoria deslizándose, yéndose

por palabras perdidas, con su rumor de niño.

La más humilde de todas,

la más silente,

no es el grosero alelí,

no es la violeta campestre,

sino el geranio, tan duro,

sino el geranio que mueve

sus ofrecidas umbelas

entre el viento y las paredes.

Tanto color en la flor,

y las hojas cómo huelen.

Amenos valles, ríos

de salud, sonrosados

cielos de tarde -el ángel

protector, más hermoso

que la salud, sonríe-.

La súbita ceguera

se puebla de recuerdos.

Es un dolor: Dejadme

con la música a solas,

que me vuelva la tierra

del sol: que me despierte

con la miel en los labios

y la salud del alma.

¡Oh flor de España!, ¿qué

no es flor en ti, si piedra,

si estuco, si rocío,

si muralla, si hiedra?

toda interior, tú, patio

de la vida serena.

(Fantasía) No es canción ni lamento ni murmullo:

trino que el corazón hiciera suyo.

Trino sin voz, pero con alma y vuelo,

las densas manos de un amor sin duelo.

Las densas manos que desgranan ecos

de espesos sueños y de pechos secos.

Guadalquivir abajo la agonía

de un sol todo memoria y melodía.

Guadalquivir arriba suena un árbol

gota de llanto que resbala en mármol.

No es blanco ni verde

ni amarillo ni anaranjado; vence

en blancura al jazmín,

en tiempo a la magnolia,

en fuego al querubín.

Azahar, azahara,

azahares sin fin.

Esta música, el ansia de más vida,

¿qué viola del cielo la ha vibrado?

¿Qué pensamiento entre la carne herida

abrió su triste pétalo morado?

Qué corcel de rumor sin voz ni brida

para su pétreo paso desbocado

galopa por un cielo equivocado,

neutra la estrella turbia o escondida?

Esta música llena de añoranza

que no alcanza a colmar una esperanza,

que tiene nombres pero está vacía

de presente, de amor, ¿qué melodía

íntima la sostiene, qué sosiego

quiere alcanzar, entre el dolor y el fuego?

El rumor de los pozos,

negro en lo blanco,

el rumor de los pozos,

fresco en los labios,

el rumor de los pozos,

Córdoba madre,

el rumor de los pozos,

negro en el aire.

Guillermo, estas palabras se alimentan

de un recuerdo de música y jardines.

Tú pusiste la música, que estaban

los jardines soñándote, esperándote.

Gracias por tanta luz, por la belleza

que tu pasión, que tu conocimiento,

elevan como triunfo -doble arcángel:

Albéniz, Falla-, en Córdoba, en mi vida.

LA SOMNOLENCIA

A determinada edad

pero imprecisa fecha,

he descubierto en mí

-como, un día, al mirarnos en el espejo, percibimos

una peca, muy diminuta, muy subrepticia

pero constante- una extraña

compasión. No se trata de un ángel

vestido de penumbras, de una palabra apasionada

y ruborosa, de un acuciante clarinete

que se abre paso entre la cuerda como un gato entre petunias:

no es una congoja

ni la esponjosa sensación del pecho cuando encontramos a

un amigo;

pero algo más cotidiano, quizá más displicente,

un comunicativo interés por los hombres, que no es curiosidad,

tal vez no es simpatía, no, desde luego, adhesión,

sí una sorpresa, al comprobar que un grupo

de hombres es tan sedante como alameda rumorosa,

tan excitante como los truenos, tan sencillo como el río.

Entro en los bares y ya no es sed lo que allí me conduce,

ni un dejarme arrastrar, ni una imaginación novelesca

lo que me distrae.

Ya no espectador, sino una somnolienta prolongación

de los murmullos,

uno más entre todos, porque no diferente.

Viejas palabras gastadas,

atropellados lugares comunes,

cordialidad, cifra de céfiros,

adquieren irisaciones atractivas, y la pana

de las chaquetas es tan acariciadora como el musgo,

fértiles las corbatas como las rosas, novísima

una dentadura intacta, como el amanecer.

Y como arrullado y como sumergido

en imprecisa blandura tibia,

y como somnoliento, bebo y charlo

con éste o con aquél, sin elección, sin otro

compromiso

que el pasar este rato que llenará mi vida

con no sé qué soñada página de mi historia

social; no con intimidad, pero con cierta

familiaridad risueña que me indica

que se vivir y tengo compañeros.

De “Siesta en el mirador”

MADRIGAL DE OTRO ESTÍO

Dudé si compararte

con la nube o la luna:

Agua fugaz para mi sed, caricia

de luz distante en sombra íntima y única.

Ramas cansadas, últimos delirios

esperaron en vano que la antigua

costumbre de los astros me alumbrara;

dádivas de la nunca

previsible constancia de los meses

mi sien tocaran con sus manos húmedas.

Toda mi piel gozó tu piel un día,

toda mi noche se encendió en tu púdica

palabra sin futuro.

Sé que un agua

de juncias densa y clara se me oculta

y me llama y no sé si de mi sed

se burla o, para ser, mis labios busca.

Compararte pudiera a los oasis

-no a la nube inconstante, no a la luna

mudable-, pero sólo oigo mis pasos,

no de tus palmas la envolvente música.

MEJOR QUE UNA PUNTA FINA…

Mejor que una punta fina

para herirte sin remedio,

la filigrana perdida

en laberintos de sueño.

Y mejor, los gavilanes

que se posan en tu mano

como suspiro de alfanjes

entre la flor y los ramos.

O, mejor, la paz del día

que no necesita espada

sino una flecha encendida

de sol entre lentas ramas.

NARCISOS

A Elena Martín Vivaldi

Bocas de vidrio, esbozos de penumbras.

Adelantados o doblados

o pertinaces en su insomne palidez

de vientos como llamas, los narcisos

entregan su aroma, luna de invierno.

Florecer y morir, qué triste júbilo.

Su dispersa agrupación conmueve

el corazón del hombre, pues conoce

que la armonía existe, mas tenerla

sometida no puede a su dominio.

Todo es renuncia: de tanto aroma

nada se percibe, como en la muchedumbre

de los besos tantos pierden relieve,

sólo el beso inicial y el postrero

perduran.

Hanse abierto en los días

cálidos de febrero, largamente esperados,

interludio suavísimo

entre la agria orquestación del otoño

y el ascenso difuso y orgiástico del polen.

Y se propagan y se ofrecen y su obsequio

es cuasi monacal, como si una vidriera

de ponientes áureos derramara

no sé qué olvido glorioso en el tocado

de la novicia, ella, tan nueva, entrada

en la sabiduría de la entrega.

En las columnas del incienso,

en el cavado resonar del órgano

suspenso, en el ilustre bisbiseo

latino de letanías, hay la misma floración

angustiosa de los narcisos,

algo intacto que pasa, y no relámpago;

algo que es luz y, al tiempo, materia deleznable;

algo que llena el pecho de veneno y promesas.

Algo como una nube que transita en silencio.

De “Siesta en el mirador”

NEVANDO ESTÁ EN LA TIERRA DE MARÍA

A Manolo Gil

Nevando está en la sierra de María,

en Vélez ha cesado la llovizna.

He tomado café. Recuerdo versos

que escribí en los momentos de otra dicha.

Hablaban de un otoño a borbotones

destellantes, que iba y que venía,

con su copa de aromas desbordados

súbitamente rota en sacudidas.

Y preguntaba entonces: ¿un tormento

el amor, o suavísima alegría?

Lo preguntaba entonces y no tengo

una respuesta en que acoger mi vida.

Lo que sí puedo recoger ahora

es que al tomar café sin compañía

me ha quedado en la boca un mal regusto

de viejos versos y precoz ceniza.

NOCHE ENTRE DOS LABIOS

La noche, entre dos labios distendida,

víctima iridiscente de la aurora,

con lluvia canta o gime o duda o llora

sobre la huella que dejó la herida.

Difícilmente abril lanza encendida

la corola dudosa de una hora;

clama en la lluvia el viento, el agua implora

cauce a su curso y lágrima vencida.

Pero dos manos limpias, delincuentes

porque recogen sólo la bellaza,

dejan los labios quietos y sombríos.

¡Oh caricias soñadas e infrecuentes,

con la misma pasión e igual tristeza

que llevan a la mar llanto y rocíos!

NOVIEMBRE

A mi padre

Me acodé en el balcón:

las estrellas giraban,

musicales y suaves, como los crisantemos

de las huertas perdidas.

Toda la noche tiene manos inmaculadas

que pasar por las sienes que el cansancio golpea,

húmedos labios trémulos para tantas mejillas,

corazones acordes al par de sus silencios.

Me acordaba de ti,

del que no fueras nunca,

casi flor, casi germen, casi voz, casi todo

lo que nombra un deseo.

Aquél que hundió en la tierra su planta generosa,

los olivos que ceden su fruto a las escarchas;

el que alzaba su mano como si fuera un grito

poderoso y maduro sobre el marchito júbilo.

Me acordaba de ti,

como en noches pasadas,

tanto amor que se logra pero no se consuma

por no sé qué misterio,

y el corazón, tan lleno de flor y flor perenne,

de estrella y lunas fijas, de campo y campo abierto,

abría sus balcones hacia un paisaje oscuro

de paciencia y de adiós, de clemencia y de olvido.

O NO SUSPIRES POR SU NOMBRE…

Ven, Amor, si eres Dios, y vuela.

Luis de Góngora

O no suspires por su nombre

o no reclames su presencia;

que si llega a escucharte, te abrasa;

que si llega a abrazarte, te quema.

No es un dios el Amor, pero vibra;

no es abeja el Amor, pero vuela:

vibra, músico, en todos los cuerpos;

tiembla, cándido, en todas las nieblas.

Y si pone en los labios rocío,

una gota de sangre se lleva.

Que le gustan los labios si rojos

y por blanca la blanca azucena,

y vuela.

OTRA VIDA, OTRO MAR

álzate a mí, a mi boca, galvánico Amor mío,

terriblemente impuro bajo un sol de justicia,

revolcado en la muerte, como el furioso río

empapado de rayos, de tierra de inmundicia.

Retuércete en mis ingles, provoca un desafío

entre amargo orgullo y la casta caricia,

y desata los vientos, y el témpano más frío

para asolar el único vergel de la delicia.

Y asfíxiame en el fango, y hazme sombra de nada,

como un volcán de envidia, como una injusta mano,

como un diente roído que en la fruta se encona.

Y después de estar sucios y con la carne helada,

¡vamos al agua quieta donde fulge el verano,

vamos al mar sereno que nunca nos traiciona!

De “Extravagante jerarquía” 1981

PALABRAS EN LA PIEDRA

Sunt lacrimal rerum

La morbidez de un seno

adelantado hacia la mano, toca

esta cueva de mosto, este veneno

placentero y feroz, une tu boca

a su agresiva punta, sorbe, acaba,

nos pide. Así la piedra

busca un calor de labios o de lava

y, para completar nuestro delirio,

o nos enlaza en víboras de hiedra

u obscena eleva entre su puño un lirio.

La proa sepulcral

desarrolla un cartel: Son de las cosas

lágrimas. Tú, venera

estos restos que fueron manantial

de hazaña tanta. Si al tocar, piadosas,

tus manos estas losas, no sintiera

tu corazón pavor, que tu mirada

nunca vea la luz. Fui desdichado

porque nací. Feliz, pues he vivido.

Bellos, mas sin sonido,

proclaman los clarines la esperada

resurrección del cuerpo. Ha reclamado

en piedra la palabra luz futura.

Procaz el muslo cuanto quieto extiende

su frígida cascada;

sátiro, no de un bosque, ya no apura

vino marmóreo insípido; no enciende

ni la horrible amenaza

compasión. Sólo vibra la coraza

de un tal cadáver que fue hombre y quiere

andar entre los hombres, en la plaza,

y habla y nos oye y nos acecha.

Y muere.

PARAÍSO FINAL

Luchando, cuerpo a cuerpo, nos queremos de veras

y es fuego de mi carne la flor de tu mejilla.

El beso en su volumen iguala a la semilla

que brota verdemente con dos hojas primeras.

En la concha del ámbar manan las primaveras

un arroyo sereno de miel y manzanilla.

Tiene la tierra plumas de mirlo y abubilla;

pían en nuestro abrazo canarios y jilgueras.

El nácar se disuelve en manantial de leche,

en torrente de vino, de aceite y de resina:

No hay nada como el lirio que tanto nos estreche.

Hay en cueva de nata paladar de paloma

y en jardines cerrados para el sol que declina

paraísos abiertos del tacto y del aroma.

De “Tigres en el jardín”

PASIÓN

Con estos mismos labios que ha de comer la tierra,

te beso limpiamente los mínimos cabellos

que hacen anillos de ébano, minúsculos y bellos,

en tu cuello, lo mismo que el pinar en la sierra.

Te muerdo con los dientes, te hiero en esta guerra

de amor en que enloquezco. Sangras. Y pongo sellos

a las heridas tibias, con besos, besos….Ellos

que han de quedar comidos, mordidos por la tierra.

Tal ímpetu me come las entrañas, que sorbo

tu carne palmo a palmo, cerco de llama el sexo,

te devoro a caricias, y a besos, y a mordiscos.

Ni la muerte, ni el ansia, ni el tiempo son estorbo.

El abrazo es lo mismo si cóncavo o convexo,

y yo soy un cordero que trisca en tus apriscos.

POCAS COSAS

Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida

que esta maravillosa libertad de quererte.

Ser libre en este amor más allá de la herida

que la aurora me abrió, que no cierra la muerte.

Porque mi amor no tiene ni horas ni medida,

sino una larga espera para reconocerte

sino una larga noche para volver a verte,

sino un dulce cansancio por la senda escondida.

No tengo sino labios para decir tu nombre;

no tengo sino venas para que tu latido

pueda medir el tiempo sin soledad un día.

Y así voy aceptando mi destino, el de un hombre

que sabe sonreírle al rayo que lo ha herido

y que en la tierra espera que vuelva su alegría.

POEMA FINAL

A Mari Paz Muros y Juan Carlos Lazúen

“Dejó un cuadro, un puñal y un soneto.”

Manuel Machado

Si mañana no vivo, si mañana

queda inmóvil la luz en mi ventana

sin mi apresuramiento y mi figura,

sabed que algún soneto os he dejado

y que, cruzando del olvido el vado,

salvé de tantos cuadros la hermosura.

El puñal me lo llevo entre los dientes

porque morder las frases más mordientes

es caridad, si no cautela humana.

¿Qué os dejo? Mi palabra agradecida

y nada más. Si acaso, una manzana

que en vuestras bocas suene a fresco fruto.

Iré a otra luz. La luz no guarda luto

por quien la amó en el arte y en la vida.

POEMAS DE VALPARAÍSO, XV

Vine por un camino de rosas y trigales,

mi corazón saltaba como un corzo en la aurora,

mis labios te decían desde lejos los nombres

de las más cotidianas y más sencillas cosas.

Los ecos y las huellas bajo el sol florecían,

los jilgueros cantaban por no dejarme a solas,

cuando al volver un codo del camino a mi lado

se emparejó la muerte muda silente y hosca.

Bajo la luz tranquila se me nubló la frente,

se doblaron de tristes las nuevas amapolas:

«Espérame a la vuelta». y seguí mi camino

por trigos espigados y olivares y rosas.

Ascendí a tu morada y allí gocé tu cuerpo,

y allí bebí la muerte y sólo vi la aurora,

tus ojos en el fondo de un mar de nácar puro,

y tus besos tallados como cristal de roca.

Te apreté entre mis brazos, te confundí en mi sangre,

me hundí en tu pecho tibio y entre veras y bromas,

pasó la luz del día, pasó la noche densa

con olor de jazmines y canciones de ronda.

Los álamos, más altos que nuestra blanca torre,

se meneaban de pájaros como un libro de horas.

Pero aún era pronto para dejar los besos

y ese sopor tranquilo de la penumbra ociosa.

Bebimos vino añejo escanciado en las manos,

ebrias de tanto amor y claras como copas;

en el huerto encontramos las primeras cerezas.

Pasó de nuevo el día, pasó otra vez la sombra.

Salimos por el campo confundidos en uno,

tocaba con tus manos, hablabas por mi boca,

éramos un incendio de amor en la mañana,

a nuestro paso ardían los celajes, las frondas.

Al doblar un recodo nos detuvo la muerte,

me llamó por mi nombre y me dijo: «Ya es hora».

Mas no logró arrancarme de tu abrazo. A lo lejos

los álamos cantaban con el sol en las hojas.

POR LA ESCALERA ARRIBA…

Por la escalera arriba

mi tedio te seguía,

un tedio de magnolia

que el aliento marchita.

Por la escalera abajo,

cubierta de glicinias,

la tarde era más tarde

porque yo te seguía.

Te volviste a mirarme,

pero no me veías.

Ya sé que no me amabas,

lenta luz de mi vida.

SI FUERAS UN CRISANTEMO…

Si fueras un crisantemo

-flor del amor en Japón-

trasplantado entre mis brazos,

te habría quemado mi amor.

Si fueras una azucena

-flor del amor en San Juan-

trasplantada entre mis brazos,

qué lento y dulce espirar.

Pero has sido flor de cuerpo

y alma entregada en la flor

y me has llevado a tus brazos

y me has quemado de amor.

SIERPE PROFANA

Quien tanto te adoró, muerde tu pecho

y desata torrentes carmesíes;

tiene en las sienes pulsos colibríes

y undoso el pelo como el crespo helecho.

Dardo de luz acomodé en tu lecho,

duras palpitaciones y rubíes.

¡Y qué fundirse nardos y alhelíes

culmen mi cuerpo de tu cuerpo y techo!

Labios que te invocaron, como a diosa,

bajo tu vientre ya volcán obsceno,

sobre tu piel serpientes de zafiro,

azules de pasión -no de veneno-

sorben, caliginosos, tu ebria rosa

e, hidrópicos de anhélito, el suspiro.

SIESTA EN EL MIRADOR

Sólo para tus labios mi sangre está madura,

con obsesión de estío preparada a tus besos,

siempre fiel a mis brazos y llena de hermosura,

exangües cada noche, y cada aurora ilesos.

Si crepitan los bosques de caza y aventura

y los pájaros altos burlan de vernos presos,

no dejes que tus ojos dibujen la amargura

de los que no han llevado el amor en los huesos.

Quédate entre mis brazos, que sólo a mí me tienes,

que los demás te odian, que el corazón te acecha

en los latidos cálidos del vientre y de las sienes.

Mira que no hay jardines más allá de este muro,

que es todo un largo olvido. y si mi amor te estrecha

verás un cielo abierto detrás del llanto oscuro.

“Tigres en el jardín” 1968

TIGRES EN EL JARDÍN

Como un ascua de odio te hemos visto en la aurora,

como un trigal de cielo derramado en la vega,

y hemos sorbido el agua que tu contacto dora

y ese aroma de rosas que nos cerca y anega.

En este huerto el lirio es feliz. Sólo implora

libertad nuestra sangre, mientras la nube llega,

se riza y, leve, pasa. Da el chamariz la hora,

y el gozo de la sombra, como un rencor, nos niega.

Solos entre las dalias, entre cedros y fuentes,

tanto nos asediamos que nos cala hasta el hueso

este amor sin futuro y esta luz de los dientes.

Tigres somos de un fuego siempre vivo e ileso,

y te odiamos por libre, recio sol, mientras puentes

de plata ha levantado la muerte a nuestro beso.