Campoamor, Ramón de

Ramón de Campoamor (España, 1817 – 1901)

CANCIÓN

A la gloriosa memoria de las víctimas del Dos de Mayo de 1808.

El sol sus alas replegó luciente,

y la noche callada el manto oscuro

en luengo cerco derramó sombría.

Vierten los astros su fulgor doliente,

y entre las sombras se destaca puro,

remedo incierto de la luz del día.

¡Tal de la suerte mía

la luz brilla insegura

entre la niebla oscura!

Ahora, pues, bajo el nocturno manto

muestras daré de mi desdicha extrema;

y cual presagio del famoso canto

que a alzar me impele inspiración suprema,

¡rompa el acerbo llanto

que mis entrañas reprimido quema!

Auras, volad, y de fragancia henchidas

templad el fuego que mi frente abrasa,

mansa flotando en invisible giro.

Entre las nubes, con fragor hendidas,

su virgen luz, cual transparente gasa,

mece la luna que extasiado admiro.

Me parece que miro

a sus tibios reflejos

vagar allá a lo lejos

cual húmedo vapor de hedionda tumba,

de Napoleón la sombra venerada;

y cuando ronco el aquilón retumba

la vaga esfera de la luz turbada,

¡me parece que zumba

en torrente de sangre desatada!

¡Sombra execrable! Maldecida sombra

que levantó para asentar su trono

de humanos cuerpos funeral montaña!

El manto azul del cielo por alfombra

creyó tender en su rabioso encono,

y ahogó rugiendo su impotente saña.

Soldados, dijo, España

nuestra esclava se vea,

un muro en ella sea

de insepultos cadáveres alzado

que llene de terror a las naciones.

Luego a rumor del atambor doblado

se alzó el muro, rodaron tus pendones,

y en él viste apilado

el magnífico tren de tus legiones.

Al ver su oprobio aterrador el Sena

turbio en las rocas con sonoro estruendo

bate furioso la revuelta frente,

cual herida serpiente que la arena

escarba airada, y con silbar horrendo

en vano aguza el venenoso diente.

¡Tirano, muge hirviente,

cuán cara fue a la Francia

tu funesta arrogancia!

Y al repetir este rumor, tonante

la última esfera de los cielos toca,

y embravecido, hinchado, ondisonante,

con cuanto encuentra sin concierto choca

y se arrastra bramante

con brusco murmurar de roca en roca.

¡Ay! Del cañón al fúnebre estampido

que el bronco trueno imita, cuando alado,

asorda el aire en revoltoso vuelo;

y al revolar del humo esparcido

que en las alas del aura reclinado

viste de luto el encendido cielo;

aferradas al suelo

las víctimas gloriosas,

que ha poco victoriosas

Independencia y libertad gritaron,

se vieron sin defensas maniatadas.

Y al ¡ay! de muerte que después lanzaron,

sus cadenas, de púrpura manchadas,

a la faz arrojaron

del sangriento Murat pulverizadas.

Contra vuestro poder la tiranía

en vano desató su furia brava,

que al sentir vuestro esfuerzo soberano,

la vil corona, que adornó algún día

con una flor cada nación esclava,

se marchitó en las sienes del tirano.

Todo el linaje humano

su carroza triunfante

iba a hollar rechinante,

cuando opusisteis a su fiera saña

vuestro ardor cabe el lento Manzanares,

a sus huestes gritando: ¡Gente extraña,

dad un adiós a vuestros patrios lares;

sólo saldréis de España

surgiendo el fondo de sangrientos mares!

¡Salve, cenizas! ¡Salve, oh ricas prendas!

que humedezca dejad, restos sagrados,

con lloro estéril vuestras frías losas.

Jamás os faltarán verdes ofrendas,

o no tendrán en sus floridos prados

ni laureles abril ni el mayo rosas.

¡Perdón, sombras gloriosas

si mi lira naciente

no os canta dignamente!

Con el llanto sus cuerdas empapadas

sordas vibran confusa melodía.

¡Si no fuisteis por mí, sombras amadas,

loadas con dulcísima armonía,

al menos sí cantadas

con toda la efusión del alma mía!

CONTRADICCIONES

Se halla con su amante Rosa

a solas en un jardín,

y ya a su empresa amorosa

iba tocando a su fin,

cuando ella entre la arboleda

trasluce el grupo encantado

en que, en cisne transformado,

ama Júpiter a Leda;

y encendida de rubor,

viendo el grupo repugnante,

se alza, rechaza al amante,

y exclama huyendo: ¡Qué horror!

Corrida del mal ejemplo,

entra a rezar en un templo;

mas al ver Rosa el ardor

con que el altar mayor

una Virgen de Murillo

besa a un niño encantador,

volvió en su pecho sencillo

la llama a arder del amor.

¿Será una ley natural,

como afirma no sé quién,

que por contraste fatal

lleva un mal ejemplo al bien

y un ejemplo bueno al mal?

DOLORAS

Amor y gloria

¡Sobre arena y sobre viento

lo ha fundado el cielo todo!

Lo mismo el mundo de el lodo

que el mundo del sentimiento.

De amor y gloria el cimiento

sólo aire y arena son.

¡Torres con que la ilusión

mundo y corazones llena;

las del mundo sois arena,

y aire las del corazón!

EL AMAR Y EL QUERER

A la infiel más infiel de las hermosas

un hombre la quería y yo la amaba;

y ella a un tiempo a los dos nos encantaba

con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,

queriéndola, su aliento empozoñaba,

yo de ella ante los pies, que idolatraba,

acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecia;

mintió a los dos, y sufrirá el castigo

que uno le da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo

él, que sólo la quiso, la desprecia;

yo, que tanto la amaba, la maldigo.

EL OJO DE LA LLAVE

No te ocupes de cosas ajenas ni

te entremetas en las cosas de los

mayores

Kempis, lib. XI.I

I. A los quince años

Dos hablan dentro muy quedo;

Rosa, que a espiar comienza,

oye lo que le da miedo,

ve lo que le da vergüenza.

Pues ¿qué hará, que así la espanta,

su amiga, a quien cree una santa?

No sé qué le da sonrojo,

mas… debe ser algo grave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

El corazón se le salta

cuando oye hablar, y después

mira…, mira… y casi falta

la tierra bajo sus pies.

¡Ay! Si ya a vuestra inocencia

no desfloró la experiencia,

no miréis por el anteojo

del rayo de luz que cabe

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Desde que a mirar empieza,

de un volcán la ebullición

sube a encender su cabeza,

va a inflamar su corazón.

Claro, el ser que piensa y siente

siempre, cual ella, en la frente

tendrá del pudor el rojo

cuando de mirar acabe

por el ojo,

por el ojo de la llave.

De aquel anteojo a merced

mira más…, y más… y más…

y luego siente esa sed

que no se apaga jamás.

Mas ¿qué ve tras de la puerta

que tanto su sed despierta?

¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,

ve de la vida la clave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Haciendo al peligro cara,

ve caer su ingenuidad

la barrera que separa

la ilusión de la verdad.

Pero ¿qué ha visto, señor?

Yo sólo diré al lector

que no hallará más que enojo

todo el que la vista clave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Siguen sus ojos mirando

que habla un hombre a una mujer,

y van su cuerpo inundando

oleadas de placer.

Su amiga, de gracia llena,

¿no es muy buena? ¡Ah!, ¡sí, muy buena!…

Pero ¿hay alguien cuyo arrojo

de ser mirado se alabe

por el ojo,

por el ojo de la llave?

II. A los treinta años

Mas, quince años después, Rosa ya sabe

con ciencia harto precoz

que el mirar por el ojo de la llave

es un crimen atroz.

Una noche de abril, a un hombre espera:

la humedad y el calor

siempre son en la ardiente primavera

cómplices del amor.

Húmeda noche tras caliente día…

Rosa aguarda febril.

¡Cuánta virtud sobre la tierra habría

si no fuera el abril!

Y como ella ya sabe lo que sabe,

después que el hombre entró,

de hacia el frente del ojo de la llave

cual de un espectro huyó.

y cuando al lado de él, junto a él sentada,

en mudo frenesí

se hablan ambos de amor sin decir nada,

Rosa prorrumpe así:

«¿El ojo de la llave está cerrado?

¡Ay, hija de mi amor!

Si ella mirase, como yo he mirado…

Voy a cerrar mejor.»

EL TREN EXPRESO

Al ingeniero de caminos el célebre escritor

don José de Echegaray, su admirador y amigo.

CANTO PRIMERO: LA NOCHE

I

Habiéndome robado el albedrío

un amor tan infausto como mío,

ya recobrados la quietud y el seso,

volvía de Paris en tren expreso;

y cuando estaba ajeno de cuidado,

como un pobre viajero fatigado,

para pasar bien cómodo la noche

muellemente acostado,

al arrancar el tren subió a mi coche,

seguida de una anciana,

una joven hermosa,

alta, rubia, delgada y muy graciosa,

digna de ser morena y sevillana.

II

Luego, a una voz de mando

por algún héroe de las artes dada,

empezó el tren a trepidar, andando

con un trajín de fiera encadenada.

Al dejar la estación, lanzó un gemido

la máquina, que libre se veía,

y corriendo al principio solapada

cual la sierpe que sale de su nido,

ya al claro resplandor de las estrellas,

por los campos, rugiendo, parecía

un león con melena de centellas.

III

Cuando miraba atento

aquel tren que corría como el viento,

con sonrisa impregnada de amargura

me preguntó la joven con dulzura:

«¿Sois español?». Y su armonioso acento,

tan armonioso y puro, que aun ahora

el recordarlo sólo me embelesa,

«Soy español» la dije; «¿y vos, señora?».

«Yo», dijo, «soy francesa.»

«Podéis», la repliqué con arrogancia,

«la hermosura alabar de vuestro suelo,

pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia

un país tan hermoso como el cielo.»

«Verdad que es el país de mis amores,

el país del ingenio y de la guerra;

pero en cambio», me dijo, «es vuestra tierra

la patria del honor y de las flores:

no os podéis figurar cuánto me extraña

que, al ver sus resplandores,

el sol de vuestra España

no tenga, como el de Asia, adoradores.»

Y después de halagarnos obsequiosos

del patrio amor el puro sentimiento,

entrambos nos quedamos silenciosos

como heridos de un mismo pensamiento.

IV

Caminar entre sombras es lo mismo

que dar vueltas por sendas mal seguras

en el fondo sin fondo de un abismo.

Juntando a la verdad mil conjeturas,

veía allá a lo lejos, desde el coche,

agitarse sin fin cosas oscuras,

y en torno, cien especies de negruras

tomadas de cien partes de la noche.

¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!…

¡Lamentos de la máquina espantosos

que agregan el terror y el desvarío

a todos estos limbos misteriosos!…

¡Las rocas, que parecen esqueletos!…

¡Las nubes con extrañas abrasadas!…

¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!…

¡El horror que hace grandes los objetos!…

¡Claridad espectral de la neblina!

¡Juegos de llama y humo indescriptibles!…

¡Unos grupos de bruma blanquecina

esparcidos por dedos invisibles!

¡Masas informes…, límites inciertos!…

¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!…

¡Horizontes lejanos que parecen

vagas costas del reino de los muertos

¡Sombra, humareda, confusión y nieblas!…

¡Acá lo turbio…, allá lo indiscernible…,

y entre el humo del tren y las tinieblas,

aquí una cosa negra, allí otra horrible!

V

¡Cosa rara! Entretanto,

al lado de mujer tan seductora

no podía dormir, siendo yo un santo

que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.

Mil veces intenté quedar dormido,

mas fue inútil empeño:

admiraba a la joven, y es sabido

que a mí la admiración me quita el sueño.

Yo estaba inquieto, y ella,

sin echar sobre mí mirada alguna,

abrió la ventanilla de su lado

y, como un ser prendado de la luna,

miró al cielo azulado;

preguntó, por hablar, qué hora sería,

y al ver correr cada fugaz estrella,

«Ved un alma que pasa», me decía.

VI

«¿Vais muy lejos?», con voz ya conmovida

le pregunté a mi joven compañera.

«Muy lejos», contestó; «¡voy decidida

a morir a un lugar de la frontera!»

Y se quedó pensando en lo futuro,

su mirada en el aire distraída

cual se mira en la noche un sitio oscuro

donde fue una visión desvanecida.

«¿No os habrás divertido»,

la repliqué galante,

«la ciudad seductora

en donde todo amante

deja recuerdos y se trae olvido?»

«¿Lo traéis vos?», me dijo con tristeza.

«Todo en Paris lo hace olvidar, señora»,

le contesté, «la moda y la riqueza.

Yo me vine a Paris desesperado,

por no ver en Madrid a cierta ingrata.»

«Pues yo vine», exclamó, «y hallé casado

a un hombre ingrato a quién amé soltero.»

«Tengo un rencor», le dije, «que me mata.»

«Yo una pena», me dijo, «que me muero.»

Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,

siendo su mente espejo de mi mente,

quedándose en silencio un grande rato

pasó una larga historia por su frente.

VII

Como el tren no corría, que volaba,

era tan vivo el viento, era tan frío,

que el aire parecía que cortaba:

así el lector no extrañará que, tierno,

cuidase de su bien más que del mío,

pues hacía un gran frío, tan gran frío,

que echó al lobo del bosque aquel invierno.

Y cuando ella, doliente,

con el cuerpo aterido,

«Tengo frío», me dijo dulcemente

con voz que, más que voz, era un balido,

me acerqué a contemplar su hermosa frente,

y os juro, por el cielo,

que, a aquel reflejo de la luz escaso,

la joven parecía hecha de raso,

de nácar, de jazmín y terciopelo;

y creyendo invadidos por el hielo

aquellos pies tan lindos,

desdoblando mi manta zamorana,

que tenía más borlas, verde y grana

que todos los cerezos y los guindos

que en Zamora se crían,

cual si fuese una madre cuidadosa,

con la cabeza ya vertiginosa,

la tapé aquellos pies, que bien podrían

ocultarse en el cáliz de la rosa.

VIII

¡De la sombra y el fuego al claroscuro

brotaban perspectivas espantosas,

y me hacía el efecto de un conjuro

al reverberar en cada muro

de las sombras las danzas misteriosas!…

¡La joven que acostada traslucía

con su aspecto ideal, su aire sencillo,

y que, más que mujer, me parecía

un ángel de Rafael o de Murillo!

¡Sus manos por las venas serpenteadas

que la fiebre abultaba y encendía,

hermosas manos, que a tener cruzadas

por la oración habitual tendía…

¡sus ojos, siempre abiertos, aunque a oscuras,

mirando al mundo de las cosas puras!

¡su blanca faz de palidez cubierta!

¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas

la celestial fijeza de una muerta!…

Las fajas tenebrosas

del techo, que irradiaba tristemente

aquella luz de cueva submarina;

y esa continua sucesión de cosas

que así en el corazón como en la mente

acaban por formar una neblina!…

¡Del tren expreso la infernal balumba!…

¡La claridad de cueva que salía

del techo de aquel coche, que tenía

la forma de la tapa de una tumba!…

¡La visión triste y bella

de sublime concierto

de todo aquel horrible desconcierto,

me hacía traslucir en torno de ella

algo vivo rondando un algo muerto!

IX

De pronto, atronadora,

entre un humo que surcan llamaradas,

despide la feroz locomotora

un torrente de notas aflautadas,

para anunciar, al despertar la aurora,

una estación que en feria convertía

el vulgo con su eterna gritería,

la cual, susurradora y esplendente,

con las luces del gas brillaba enfrente;

y al llegar, un gemido

lanzando prolongado y lastimero,

el tren en la estación entró seguido

cual si entrase un reptil a su agujero.

CANTO SEGUNDO: EL DÍA

I

Y continuando la infeliz historia,

que aún vaga como un sueño en mi memoria,

veo al fin, a la luz de la alborada,

que el rubio de oro de su pelo brilla

cual la paja de trigo calcinada

por agosto en los campos de Castilla.

Y con semblante cariñoso y serio,

y una expresión del todo religiosa,

como llevando a cabo algún misterio,

después de un «¡Ay, Dios mío!»

me dijo, señalando un cementerio:

«¡Los que duermen allí no tienen frío!»

II

El humo, en ondulante movimiento,

dividiéndose a un lado y a otro lado,

se tiende por el viento

cual la crin de un caballo desbocado.

ayer era otra fauna, hoy otra flora;

verdura y aridez, calor y frío;

andar tantos kilómetros por hora

causa al alma el mareo del vacío;

pues salvando el abismo, el llano, el monte.

con un ciego correr que al rayo excede,

en loco desvarío

sucede un horizonte a otro horizonte

y una estación a otra estación sucede.

III

Más ciego cada vez por su hermosura

de la mujer aquella,

al fin la hablé con la mayor ternura,

a pesar de mis muchos desengaños;

porque al viajar en tren con una bella

va, aunque un poco al azar y a la ventura,

muy deprisa el amor a los treinta años.

Y «¿Adónde vais ahora?»,

pregunté a la viajera.

«Marcho, olvidada por mi amor primero»,

me respondió sincera,

«a esperar el olvido un año entero.»

«Pero, ¿y después?», le pregunté, «señora?»

«Después», me contestó, «¡lo que Dios quiera!»

IV

Y porque así sus penas distraía,

las mías le conté con alegría

y un cuento amontoné sobre otro cuento,

mientras ella, abstrayéndose, veía

las gradaciones de color que hacía

la luz descomponiéndose en el viento.

Y haciendo yo castillos en el aire,

o, como dicen ellos, en España,

la referí, no sé si con donaire,

cuentos de Homero y de Maricastaña.

En mis cuadros risueños,

pintando mucho amor y mucha pena,

como el que tiene la cabeza llena

de heroínas francesas y de ensueños,

había cada llama

capaz de poner fuego al mundo entero;

y no faltaba nunca un caballero

que, por gustar solícito a su dama,

la sirviese, siendo héroe, de escudero.

Y ya de un nuevo amor en los umbrales,

cual si fuese el aliento nuestro idioma,

más bien que con la voz, con las señales,

esta verdad tan grande como un templo

la convertí en axioma:

que para dos que se aman tiernamente,

ella y yo, por ejemplo,

es cosa ya olvidada por sabida

que un árbol, una piedra y una fuente

pueden ser el edén de nuestra vida.

V

Como en amor es credo,

o artículo de fe que yo proclamo,

que en este mundo de pasión y olvido,

o se oye conjugar el verbo te amo,

o la vida mejor no importa un bledo;

aunque entonces, como hombre arrepentido,

al ver una mujer me daba miedo,

más bien desesperado que atrevido,

«Y ¿un nuevo amor», le pregunté amoroso,

«no os haría olvidar viejos amores?»

Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,

contestó con acento cariñoso:

«La tierra está cansada de dar flores;

necesito algún año de reposo.»

VI

Marcha el tren tan seguido, tan seguido,

como aquel que patina por el hielo,

y en confusión extraña,

parecen, confundidos tierra y cielo,

monte la nube, y nube la montaña,

pues cruza de horizonte en horizonte

por la cumbre y el llano,

ya la cresta granítica de un monte,

ya la elástica turba del pantano;

ya entrando por el hueco

de algún túnel que horada las montañas,

a cada horrible grito

que lanzando va el tren, responde el eco,

y hace vibrar los muros de granito,

estremeciendo al mundo en sus entrañas;

y dejando aquí un pozo, allí una sierra,

nubes arriba, movimiento abajo,

en laberinto tal, cuesta trabajo

creer en la existencia de la tierra.

VII

Las cosas que miramos

se vuelven hacia atrás en el instante

que nosotros pasamos;

y, conforme va el tren hacia adelante,

parece que desandan lo que andamos;

y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen

en raudo movimiento

los postes del telégrafo, clavados

en fila a los costados del camino,

y, como gota a gota, fluyen, fluyen,

uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,

y formando confuso y ceniciento

el humo con luz un remolino,

no distinguen los ojos deslumbrados

si aquello es sueño, tromba o torbellino.

VIII

¡Oh mil veces bendita

la inmensa fuerza de la mente humana

que así el ramblizo como el monte allana,

y al mundo echando su nivel, lo mismo

los picos de las rocas decapita

que levanta la tierra,

formando un terraplén sobre un abismo

que llena con pedazos de una sierra!

¡Dignas son, vive dios, estas hazañas,

no conocidas antes,

del poderoso anhelo

de los grandes gigantes

que, en su ambición, para escalar el cielo

un tiempo amontonaron las montañas!

IX

Corría en tanto el tren con tal premura

que el monte abandonó por la ladera,

la colina dejó por la llanura,

y la llanura, en fin, por la ribera;

y al descender a un llano,

sitio infeliz de la estación postrera,

le dije con amor: «¿Sería en vano

que amaros pretendiera?

¿Sería como un niño que quisiera

alcanzar a la luna con la mano?»

Y contestó con lívido semblante:

«No sé lo que seré más adelante,

cuando ya soy vuestra mejor amiga.

Yo me llamo Constancia y soy constante;

¿qué más queréis», me preguntó, «que os diga?».

Y, bajando el andén, de angustia llena,

con prudencia fingió que distraía

su inconsolable pena

con la gente que entraba y que salía,

pues la estación del pueblo parecía

la loca dispersión de una colmena.

X

Y con dolor profundo,

mirándome a la faz, desencajada

cual mira a su doctor un moribundo,

siguió: «Yo os juro, cual mujer honrada,

que el hombre que me dio con tanto celo

un poco de valor contra el engaño,

o aquí me encontrará dentro de un año,

o allí…», me dijo, señalando el cielo.

Y enjugando después con el pañuelo

algo de espuma de color de rosa

que asomaba a sus labios amarillos,

el tren (cual la serpiente que, escamosa,

queriendo hacer que marcha, y no marchando,

ni marcha ni reposa)

mueve y remueve, ondeando y más ondeando,

de su cuerpo flexible los anillos;

y al tiempo en que ella y yo, la mano alzando,

volvimos, saludando, la cabeza,

la máquina un incendio vomitando,

grande en su horror y horrible en su belleza,

el tren llevó hacia sí pieza por pieza,

vibró con furia y lo arrastró silbando.

CANTO TERCERO: EL CREPÚSCULO

I

Cuando un año después, hora por hora,

hacia Francia volvía

echando alegre sobre el cuerpo mío

mi manta de alamares de Zamora,

porque a un tiempo sentía,

como el año anterior, día por día,

mucho amor, mucho viento y mucho frío,

al minuto final del año entero

a la cita acudí cual caballero

que va alumbrando por su buena estrella;

mas al llegar a la estación aquella

que no quiero nombrar, porque no quiero,

una tos de ataúd sonó a mi lado,

que salía del pecho de una anciana

con cara de dolor y negro traje.

Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,

y echándome un papel por la ventana:

«Tomad», me dijo, «y continuad el viaje».

y cual si fuese una hechicera vana

que después de un conjuro, en la alta noche

quedase entre la sombra confundida,

la mujer, más que vieja, envejecida,

de mi presencia huyó con ligereza

cual niebla entre la luz desvanecida,

al punto en que, llegando con presteza

echó por la ventana de mi coche

esta carta tan llena de tristeza,

que he leído más veces en mi vida

que cabellos contiene mi cabeza.

II

«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,

cuenta os dará de la memoria mía.

Aquel fantasma soy que, por gustaros,

juró estar viva a vuestro lado un día.

»Cuando lleve esta carta a vuestro oído

el eco de mi amor y mis dolores,

el cuerpo en que mi espíritu ha vivido

ya durmiendo estará bajo las flores.

»Por no dar fin a la ventura mía,

la escribo larga… casi interminable…

¡Mi agonía es la bárbara agonía

del que quiere evitar lo inevitable!

»Hundiéndose al morir sobre mi frente

el palacio ideal de mi quimera,

de todo mi pasado, solamente

esta pena que os doy borrar quisiera.

»Me rebelo a morir, pero es preciso…

¡El triste vive y el dichoso muere!…

¡Cuando quise morir, dios no lo quiso;

hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!

»¡Os amo, sí! Dejadme que habladora

me repita esta voz tan repetida;

que las cosas más íntimas ahora

se escapan de mis labios con mi vida.

»Hasta furiosa, a mí que ya no existo,

la idea de los celos me importuna;

¡juradme que esos ojos que me han visto

nunca el rostro verán de otra ninguna!

»Y si aquella mujer de aquella historia

vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,

aunque os ame, gemid en mi memoria;

¡yo os hubiera también amado tanto!…

»Mas tal vez allá arriba nos veremos,

después de esta existencia pasajera,

cuando los dos, como en le tren, lleguemos

de vuestra vida a la estación postrera.

»¡Ya me siento morir!… El cielo os guarde.

Cuidad, siempre que nazca o muera el día,

de mirar al lucero de la tarde,

esa estrella que siempre ha sido mía.

»Pues yo desde ella os estaré mirando;

y como el bien con la virtud se labra,

para verme mejor, yo haré, rezando,

que Dios de par en par el cielo os abra.

»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante

que os cita, cuando os deja, para el cielo!

¡Si es verdad que me amásteis un instante,

llorad, porque eso sirve de consuelo!…

»¡Oh Padre de las almas pecadoras!

¡Conceded el perdón al alma mía!

¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;

mas sufrí por más tiempo todavía!

»¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,

no sé decir lo que deciros quiero.

Yo sólo sé de mí que estoy llorando,

que sufro, que os amaba y que me muero.»

III

Al ver de esta manera

trocado el curso de mi vida entera

en un sueño tan breve,

de pronto se quedó, de negro que era,

mi cabello más blanco que la nieve.

De dolor traspasado

por la más grande herida

que a un corazón jamás ha destrozado

en la inmensa batalla de la vida,

ahogado de tristeza,

a la anciana busqué desesperado;

mas fue esperanza vana,

pues, lo mismo que un ciego, deslumbrado,

ni pude ver la anciana,

ni respirar del aire la pureza,

por más que abrí cien veces la ventana

decidido a tirarme de cabeza.

Cuando, por fin, sintiéndome agobiado

de mi desdicha al peso

y encerrado en el coche maldecía

como si fuese en el infierno preso,

al año de venir, día por día,

con mi grande inquietud y poco seso,

sin alma y como inútil mercancía,

me volvió hasta Paris el tren expreso.

HUMORADA

Háblame más… y más…, que tus acentos

me saquen de este abismo;

el día en que no salga de mí mismo,

se me van a comer los pensamientos.

INSPIRACIÓN NOCTURNA

Por el éter resbala melancólica

la luna, y en mi frente se refleja;

a su brillo argentado se asemeja

el color de mi faz.

De la brisa nocturna el ala rápida

sutil bate mi rubia cabellera,

como las hojas de gentil palmera,

balancea fugaz.

Oscuridad, silencio, aspecto tétrico

muestra la noche tácita al ser mío,

sólo me afecta de un lejano río

el parlero rumor;

Que, llevado en las alas de aire trémulo,

se parece, en su plácido murmullo,

al compasado y pavoroso arrullo

del eterno sopor.

Cual volubles vapores, sombras fáciles

antepuestos al sol ocasionaran,

e invisibles, aéreos, se espaciaran

entre la claridad;

Así veo cruzar seres fantásticos

de la luna a los pálidos reflejos,

y vagando se pierden allá lejos

entre la oscuridad.

De vibrátil campana al son profético

exánime ha zumbado en mis oídos

y débiles temblaron mis sentidos

a su fúnebre son.

¡Y pocos mostrarán sus ojos húmedos

a ese sonido que en el viento espira

pues su divina voz no les inspira

Santa meditación!

Todos duermen, menos yo,

todo en el mundo reposa,

la campana enmudeció

el aura sobre la rosa

tranquila se adormeció.

Sordo el río susurrando

me acompaña solamente,

y con su murmullo blando

me hace acordar inocente

que el tiempo se va pasando.

Pero vano mi pensar

se pierde allá con su ruido

los dos iremos a dar

yo al seno del eterno olvido

y él al seno de la mar.

Pues, con sonoros despeños,

va rodando su cristal

por entre prados risueños,

cual la vida del mortal

que se desliza entre sueños.

Están plácidos olores

el viento aromatizando,

los condensados vapores

se posan, perlas formando,

en el cáliz de las flores.

El claro río que abruma,

con sus aguas transparentes,

la yerba que le perfuma,

la matiza con bullentes

globos de nevada espuma.

Y como ancho se dilata,

todo el estrellado coro

en su cristal se retrata…

parecen lágrimas de oro

embutidas sobre plata.

Mas ya la aurora cercana

asoma su frente hermosa

entre celajes de grana,

y traza sendas de rosa

del sol a la luz temprana.

Despiértase el aura leve

al brillar sus lumbres rojas,

y a su movimiento breve

tiemblan las húmedas hojas

del árbol que ondeante mueve.

La flor su botón rompió,

y al sol que nuevo amanece

y que la vivificó,

en holocausto le ofrece

las perlas que recogió.

Todo vuelve a florecer,

todo al ver el sol se aviva,

mas la noche ha de volver…

y en aquesta alternativa

todo camina al no ser.

LA OPINIÓN

¡Pobre Carolina mía,

nunca la podré olvidar!

Ved lo que el mundo decía

viendo el féretro pasar:

Un clérigo: ¡Empiece el canto!

El doctor: ¡Cesó de sufrir!

El padre: ¡Me ahoga el llanto!

La madre: ¡Quiero morir!

Un muchacho: ¡Qué adornada!

Un joven: ¡Era muy bella!

Una moza: ¡Desgraciada!

Una vieja: ¡Feliz ella!

¡Duerme en paz! -dicen los buenos-.

Un filósofo: ¡Uno menos!

Un poeta: ¡Un ángel más!

LA VIRTUD DEL EGOÍSMO

Si anoche no estuve, Flora,

a adorar tu talle hermoso,

es porque soy virtuoso

y me da sueño a deshora.

¡Pecadora!

Ya le contaré a tu madre

que, porque amo mi quietud

y salud,

dijiste hoy a mi compadre:

«¡Qué egoísta es la virtud!»

¿Cómo he de ir con fe no escasa

a ver tus ojos serenos,

si hay cien pasos por lo menos

desde mi casa a tu casa?

Y, ¿qué pasa

al hallarnos frente a frente?…

¿Qué?…tú mientes sin guarismo;

yo lo mismo.

El no ir, por consiguiente,

¿es virtud o egoísmo?

Verbi gratia, el otro día,

al verte de mi amor harta,

puse un bostezo de a cuarta

entre un «paloma» y un «mía» .

Es falsía

la de bostezar amando;

mas si hoy, con más pulcritud

y quietud,

no he ido a amar bostezando,

¿fue egoísmo o fue virtud?

Desde hoy no vuelvo a tu edén

a tomar, Flora, el sereno:

si es por egoísmo, bueno;

y si es por virtud también.

Sí, mi bien:

esto haré por mi salud,

aunque diga tu cinismo

que es lo mismo

la gloria de la virtud

que el triunfo del egoísmo.

LOS DOS MIEDOS

I

Al comenzar la noche de aquel día,

ella, lejos de mí,

«¿Por qué te acercas tanto? – me decía -,

¡Tengo miedo de ti!»

II

Y, después que la noche hubo pasado,

dijo, cerca de mí:

«¿Por qué te alejas tanto de mi lado?

¡Tengo miedo sin ti!»

LOS PROGRESOS DEL AMOR

Así un esposo le escribió a su esposa:

«O vienes o me voy. ¡Te amo de modo

que es imposible que yo viva, hermosa,

un mes lejos de ti!

¡Mi amor es tan profundo, tan profundo,

que te prefiero a todo, a todo!…»

Y ella exclamó: «¡No hay nada en este mundo

que él quiera como a mí!»

Mas pasan unos meses, y la escribe:

«¡Qué hermoso debe estar nuestro hijo amado!

¡Sólo él, él sólo en mis entrañas vive!

Piensa en él más que en ti,

su cuna se pondrá junto a mi cama.

No hay cielo para mí más que a su lado.»

Y ella prorrumpe: «¡Es que, el ingrato, ya ama

al hijo más que a mí!»

Después de algunos años le escribía:

«Espérame. Ya sabes lo que quiero:

mucho orden, mucha paz y economía.

¿Estás? Yo soy así.

Cierra el coche: me espanta el reumatismo;

avísale que voy al cocinero.»

Y ella pensó: «¡Se quiere ya a sí mismo

más que al hijo y a mí!»

MÁS CERCA DE MÍ TE SIENTO

¡Ay! ¡Ay!

Más cerca de mí te siento

cuando más huyo de ti,

pues tu imagen es en mí,

es en mí,

sombra de mi pensamiento,

sombra de mi pensamiento.

¡Ay! Vuélvemelo a decir,

vuélvemelo a decir

pues embelesado ayer

te escuchaba sin oír

y te miraba sin ver,

y te miraba sin ver. ¡Ay!

PARA TU BOCA

Para formar tan hermosa

esa boca angelical,

hubo competencia igual

entre el clavel y la rosa,

la púrpura y el coral.

Mintiendo sombras del bien,

en ella el mal se divisa,

por lo que juntos se ven

ya la apacible sonrisa,

ya el enojoso desdén.

Y en los senos abrasados

engendra con doble holganza,

o con tormentos doblados,

cada risa una esperanza,

cada desdén mil cuidados.

Cual las conchas orientales

en tu boca, y por vencerlas

muestra en riquezas iguales,

cuando desdeña, corales,

y cuando sonríe, perlas.

Y si con sombras de bien

tal vez el mal se divisa,

es porque en ella se ven

guardar la miel de su risa

las flechas de su desdén.

Si a mí su rigor alcanza,

al ver su hermosura, siente

el corazón doble holganza;

y aunque un desdén me atormente,

déme una risa esperanza.

¡Bien haya la dulce boca,

que sólo sus frescos labios

el aura pasando toca;

que haciendo el ámbar agravios,

su miel a gustar provoca!

¡Oh, bien haya cuando ufana

dando enojos a la rosa,

muestra su cerco de grana,

fresca como la mañana,

como el azahar olorosa!

Y si acaso dulcemente

suelta plácida congojas,

ya es el rumor del ambiente,

ya el susurro de las hojas,

ya el murmurar de la fuente.

Si alegres sones respira,

las aves del prado encanta;

y si a vencerlas aspira,

con las que gimen, suspira;

con las que gorjean, canta.

Tu miel, aroma y colores,

rinde en amante oblación,

flor, ante cuyos primores,

mustias é inútiles flores

las flores del valle son.

El néctar más regalado

deja que de amores loco

beba en tu labio abrasado;

para una abeja es sobrado

lo que para muchas poco.

¡Mas ah!, que vertiendo quejas,

me esquivas tu dulce miel;

en vano de una te alejas

si ves que miles de abejas

poblando van el vergel.

¡Ay de la rosa encarnada,

que en su seno de carmín

niega a una abeja la entrada!

Tantas la acosan al fin,

que queda sin miel, y ajada.

¡Ay de las cándidas flores,

si alzan su capullo tierno

del estío a los ardores!

¡Ay del panal si el invierno

lo hiela con sus rigores!

Dame los gustos sin tasa,

pues ves que el sol estival

las tiernas flores abrasa;

mira que amarga el panal

cuando de sazón se pasa.

Ríndete a mí placentera:

no te rinda con agravios

de abejas la turba fiera:

que herir esos dulces labios

herirme en el alma fuera.

De ese tesoro las llaves

dame, y sus dones ardientes

libaré en besos suaves,

sin que lo canten las aves,

ni lo murmuren las fuentes.

PORVENIR DE LAS ALMAS

Para A. R., en la muerte de su hija

Si de vuestra hija fue estrella

dar tan niña el alma a Dios,

¡ay, feliz mil veces vos!

¡dichosa mil veces ella!

Pues ya huella

las celestiales alturas,

no halle en vos nunca lugar

el pesar,

porque para almas tan puras

«morir es resucitar».

¿Para qué lloráis perdida

esa prenda de amor tierno,

si por un lugar «eterno»

dejó un lugar de «partida»?

Si es la vida

caos de dudas y penas,

¿quién la muerte, al que bien quiere,

no prefiere,

si el que vive, vive apenas,

«y resucita el que muere»?

Siempre, llena de consuelo,

viendo a un ser puro sin vida,

la multitud, de fe henchida,

prorrumpe:- ¡Ángeles al cielo!-

Ni ¿a qué duelo

es mostrar, cuando la carga

de la existencia maldita

Dios nos quita,

si tras de una vida amarga,

«muriendo se resucita»?

No dé a vuestra alma afligida

la más leve pesadumbre

esa negra incertidumbre

del «más allá» de la vida.

Si es mentida

la fe de ulterior solaz,

al menos, los que viviendo

van gimiendo,

en otro mundo de paz

«resucitarán muriendo».

Ya habita, aunque el desconsuelo

os haga implacable guerra,

un «triste» menos la tierra,

y un «dichoso» más el cielo.

De su vuelo

iréis vos, muriendo, en pos,

si a Dios dais en implorar

sin cesar,

pues para justos cual vos

«morir es resucitar».

QUIEN SUPIERAS ESCRIBIR…

«Escribidme una carta, señor cura.»

-Ya sé para quien es.

«¿Sabéis quién es, porque una noche oscura

nos visteis juntos?»

-Pues…

Perdonad; mas… . No extraño ese tropiezo.

La noche… la ocasión…

Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:

Mi querido Ramón :

«¿Querido…? Pero, en fin, ya lo habéis puesto…»

-Si no queréis…

«¡Sí, sí!»

-¡Qué triste estoy! ¿No es eso?

«Por supuesto.»

¡Qué triste estoy sin ti!»

-Una congoja al empezar me viene …

«¿Cómo sabéis mi mal?…»

-Para un viejo, una niña siempre tiene

el pecho de cristal.

-¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.

¿Y contigo? Un edén.

«Haced la letra clara, señor cura;

que lo entienda eso bien.»

-El beso aquel que de marchar al punto

te di… «¿Cómo sabéis?…»

-Cuando se va y se viene y se está junto

siempre … no os afrentéis.

Y si volver tu afecto no procura,

tanto me harás sufrir…

«¿Sufrir y nada más? No, señor cura.

¡Que me voy a morir!»

-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo…?

«Pues sí, señor, ¡morir!»

-Yo no pongo morir. «¡Qué hombre de hielo!

¡Quién supiera escribir!

¡Señor rector, señor rector! En vano

me queréis complacer,

si no encarnan los signos de la mano

todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía

ya en mí no quiere estar;

que la pena no me ahoga cada día…

porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,

no se saben abrir;

que olvidan de la risa el movimiento,

a fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,

cargados con mi afán,

como no tienen quién se mire en ellos,

cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,

la ausencia el más atroz;

que es un perpetuo sueño de mi oído

el eco de su voz…

Que siendo por su causa, el alma mía

¡goza tanto en sufrir…!

Dios mío, ¡cuántas cosas le diría

si supiera escribir!»

EPÍLOGO

-Pues, señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:

A don Ramón … en fin,

que es inútil saber para esto arguyo

ni el griego ni el latín.

SONETO

De amor tentado un penitente un día

con nieve un busto de mujer formaba,

y el cuerpo al busto con furor juntaba,

templando el fuego que en su pecho ardía.

Cuanto más con el busto el cuerpo unía,

más la nieve con fuego se mezclaba,

y de aquel santo el corazón se helaba,

y el busto de mujer se deshacía.

En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!

siempre se une el invierno y el estío,

y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.

Así te pasa a ti, corazón mío,

que uniendo ella su nieve con tu fuego,

por matar de calor, mueres de frío.

VELAS DE AMOR

Velas de amor en golfos de ternura

vuela mi pobre corazón al viento

y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,

y espera, en lo que no halla, su ventura,

viviendo en esta humana sepultura

engañar el pesar es mi contento,

y este cilicio atroz del pensamiento

no halla un linde entre el genio y la locura.

¡Ay!, en la vida ruin que al loco embarga,

y que al cuerdo infeliz de horror consterna,

dulce en el nombre, en realidad amarga,

sólo el dolor con el dolor alterna,

y si al contarla a días es muy larga,

midiéndola por horas es eterna.